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Las chicas son raperas: la contribución silenciada de las mujeres al hip-hop

Netflix apuesta por la miniserie de cuatro episodios “Las damas primero” para contar el mérito de artistas como Queen Latifah, Missy Elliott y Cardi B, entre otras

Rapsody, una de las raperas eclipsadas por el machismo en el mundo del hip-hop

Examen sorpresa de hip-hop: ¿sabían ustedes, que el primer 'beef' (enfrentamiento) de la historia del rap fue protagonizado por una adolescente de 14 años (Roxanne Shanté) que fingía ser la chica fría sobre la que echaban pestes unos raperos mayores? ¿Qué Sister Souljah sufrió los ataques del mismísimo Bill Clinton, desesperado por demostrar en campaña que era amigo de los negros pero tampoco tan amigo (una cosa es tocar el saxo en el programa de Arsenio Hall y otra compadrear con las mujeres del gueto)?¿Qué Missy Elliott, quizá la mejor rapera de todos los tiempos, defendía su libertad corporal bailando envuelta en una bolsa de basura? ¿Qué Queen Latifah reivindicaba la vuelta a África y salpicaba de referencias geopolíticas sus videoclips con solo 18 años? Pues todo eso se documenta en esta miniserie, que exhibe un sólido archivo audiovisual.

Una de las partes más sustanciales del metraje es la del empoderamiento femenino de las raperas a través del sexo. El debate explota en 1996, con la aparición de dos superestrellas ultralúbricas: Lil’ Kim y Foxy Brown. Enseguida la parroquia hip-hopera se divide entre defensoras y detractoras, entre las últimas la ilustre profesora bell hooks. ¿Eran estas dos artistas, zorrones normativos de libro, iconos de un nuvo feminismo o signos de rendición ante lo estereotipos masculinos? Como siempre, un poco de cada cosa, aunque era una catarsis necesaria y además sirvió para probar que existía un doble estándar respecto a las rimas de sexo entre hombres y mujeres.

También se habla, mucho y de manera acertada, de las distintas estrategias que han usado las raperas a lo largo de la historia para aceptar y amar sus cuerpos. Aquí brilla una paradoja evidente: la guapísima Lauryn Hill, sin duda la rapera que ha salido en más portadas de revistas, ayudó a millones de mujeres negras a sentirse mejor con su pelo rizado y sus tonos de piel oscuros, tradicionalmente considerados menos atractivos (en un enfoque, sobra decirlo, cargado de racismo). ¿No es flipante que la más guapa de su generación y la industria de la moda contribuyeron tanto a superar prejuicios estéticos? Sin duda estamos ante la excepción que confirma la regla. Más floja es la parte en la que se habla de artistas, drogas y cárcel, por culpa de cierto enfoque victimista y por la falta de profundidad: el montaje al estilo MTV de la serie es tan febril que apenas da tiempo a leer los titulares de prensa que se comparten.

Rimas en femenino

El capítulo tercero trata conflictos de alto voltaje. A saber: la falta de reconocimiento a las mujeres dentro de la propia comunidad rapera y la violencia física contra ellas. Los ejemplos sobre lo primero son incontestabales: los hombres negros han ninguneado a las mujeres dentro de la industria, muchas veces hasta extremos grotescos, como muy bien explica Drew Dixon, que trabajó en la mítica discográfica Def Jam. Ella tuvo la idea y la producción ejecutiva que llevo al sello a su primer Grammy (un dueto de Method Man y Mary J. Blige) y ni siquiera aparece en los créditos de la la grabación. La punta del iceberg de un abuso continuado. El momento más impresionante llega con la gala en la que TLC, el grupo femenino más vendedor de la historia con diez millones de álbumes, recoge un Grammy y aprovecha para declarar que están arruindas por culpa de un contrato discográfico abusivo (algo muy habitual en la escena). También hay buenos minutos dedicados a explicar la apropiación cultural y el saqueo estético a la cultura hip-hop de divas pop blancas como Madonna, Miley Cyrus y Katy Perry.

La serie resulta notable pero olvida que el hip-hop es un estilo internacional cuya historia no puede contarse sin mencionar a iconos como Ivy Queen, Mala Rodríguez y Karol G

Sobre los abusos físicos, se presentan pruebas contundentes. Se habla del turbio caso de Dr Dre con la presentadora Drew Barnes, que desde los 19 años fue la cara del programa sobre hip-hop 'Pump it up'. No hay dudas aquí ni sobre la culpabilidad del rapero, ni sobre lo excesivamente blando de la sentencia: el propio Dre publicó en 2015 una carta disculpándose ante todas las mujeres de las que había abusado a lo largo de su vida. También se tratan los disparos a la rapera Megan Thee Stallion y la reacción contra ella a pesar de ser la víctima. Las mujeres negras en la comunidad hip-hop son examinadas y juzgadas por sus vestimenta, sus letras y sus decisiones, de una manera muchísimo más dura que los hombres. La parte más esperanzadora es la que explica las presiones de la industria para que las raperas no se queden embarazadas mientras están de moda y cómo ellas la han superado desobedeciendo y celebrando a sus bebés.

El cuarto capítulo, que sirve de cierre, es el menos vibrante, pero no menos necesario. Trata sobre celebrar la sororidad y el hecho de que ya se han resuelto muchos de los problemas que arrastraba el género. Las nuevas raperas conocen sus derechos y están mucho más espabiladas para los negocios. Ya no hay que esconder tu condición sexual si eres bisexual o lesbiana. Se empieza a reconocer a las pioneras, una asignatura muy necesaria (yo he seguido el género con atención y desconocía a la mitad de las que aparecen).

Resumiendo: 'Las damas primero' es una serie notable, aunque arrastra un defecto de bulto: olvidar que el hip-hop es un estilo internacional y que no se puede contar la historia de las mujeres si no hablas de Ivy Queen, Mala Rodríguez y Karol G. Se trata de un imperialismo cultural de libro, tara de sobra conocida en un país que sigue usando de manera cotidiana la palabra “América” para referirse a los Estados Unidos.

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