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'Crimen y castigo', 200 años después del nacimiento de Dostoievski

El segundo centenario del clásico ruso se celebra con la publicación de 'El universo de Dostoievski', de la experta Tamara Djermanovic

Fiódor Dostoievski es uno de los grandes referentes de la literatura rusa y universal, conocido en todo el mundo por obras inmortales como Crimen y castigo (1866) o Los hermanos Karamazov (1880), entre muchas otras. De Dostoiveski dijo Nietzsche —tras descubrirlo en una librería de Niza— que era “el único psicólogo… del que yo he tenido que aprender algo”, o, también, que era “un psicólogo con el que yo me entiendo”. Viniendo de Nietzsche, uno de los más grandes psicólogos (a pesar de su formación eminentemente filológica y filosófica), eso ya es mucho decir. Según el filósofo alemán, Dostoievski fue, también, “uno de los más bellos golpes de suerte de mi vida”.

La culpa es uno de los temas fetiche del novelista bicentenario. En su magna obra Crimen y castigo —influencia decisiva en obras contemporáneas como Match Point (2005), de Woody Allen— desentraña y analiza las dinámicas de sumisión y soberanía entre el individuo y el colectivo.

Su protagonista es Raskólnikov, un estudiante de 23 años, cuyo nombre proviene del ruso “raskólnik”, que viene a significar “cismático”. Como un Macbeth, Raskólnikov cae seducido por la hubris de lograr sus ambiciones personales a través del crimen: matará a la anciana prestamista Aliona Ivánovna, no solo para lucrarse a costa de ello, sino para demostrarse a sí mismo que es un gran hombre, alguien “más allá del bien y el mal”.

Los personajes de Dostoievski son moralmente ambiguos, ambivalentes. Como afirma Tamara Djermanovic, en su obra El universo de Dostoievski (2021), publicada por Acantilado, Raskólnikov “es un personaje preso de ‘contradicciones salvajes’, otro tema preferido del escritor, y en Crimen y castigo esta idea de la ambigüedad humana es llevada a sus máximas consecuencias”.

¿Dovstoievski sociópata?

En la mente del estudiante, como en la del propio Dostoievski, Napoleón representaba el arquetipo del gran hombre, de quien afirma Raskólnikov, que es el “verdadero amo a quien le está permitido todo, bombardea Tolón, arrasa París, olvida un ejército en Egipto, pierde medio millón de hombres en la campaña de Moscú, escapa por milagro de Vilna, gracias a un equívoco. Y después de su muerte le erigen estatuas…”. Napoleón es algo así como lo que vino a denominarse en décadas posteriores un sociópata, o en los propios tiempos de Dostoievski, un imbécil moral: aquel que carece de sentimientos morales, es generalmente desinhibido, egoísta, no siente remordimientos y es atrevido, entre otros rasgos de carácter.

Napoleón se condujo como un sociópata, pero no solo él, sino también sujetos como Oliver Cromwell, Adolph Hitler, Joseph Stalin, Ted Bundy, Antonio Anglés, o cualquier tiburón de los negocios, banquero sin escrúpulos o timador de tres al cuarto. También grupos humanos pueden conducirse a modo de sociópatas; un caso eminente siendo la administración Bush: un grupo de personas que inicia una guerra en un país extranjero para incrementar sus ingresos a pesar de ser ya muy ricos.

Como Macbeth, Raskólnikov osa realizar aquello para lo que no se halla adecuadamente conformado: asesinar a una persona inocente en pos de obtener futuros beneficio

El sociópata es aquél que antepone sus intereses personales al bien colectivo. Pero, curiosamente, Crimen y castigo representa a la perfección, precisamente, lo que un sociópata no es: describe la vida y obra de un sociópata aspiracional. En definitiva, la novela es un brillante análisis psicológico que expone los mecanismos internos y externos a los que se ve sometido un ser humano normal y sano tras verse tentado a elevarse socialmente a través de una transgresión moral de primer orden.

Dostoievski pone de manifiesto cómo el colectivo es una parte esencial del sujeto y lo constituye a través de los sentimientos morales; es decir, que cuando un individuo cualquiera trata de satisfacer sus apetitos e intereses por vía de un acto verdaderamente perverso, su fuero interno más profundo habrá de rebelarse y el colectivo agredirá al infractor a través de un castigo no externo, sino interior. El grupo social afligirá al hombre común a través de los sentimientos morales y la voz de su conciencia.

Monanía obsesiva

De nuevo como Macbeth, Raskólnikov osa realizar aquello para lo que no se halla adecuadamente conformado: asesinar a una persona inocente en pos de obtener futuros beneficios. En ambos casos, los protagonistas enferman y sucumben a la carga de la acción realizada; en ambos casos, la negrura y mácula del acto cometido es superior a sus fuerzas y acaban por pagar el peaje moral exigido de buena gana —ya sea consciente o inconscientemente.

La muerte o el presidio son las dos únicas fuentes de redención frente a tan afrentosa discordia entre la ambición personal y las normas que protegen a la comunidad. Macbeth se convierte en rey tras asesinar a Duncan, pero Raskólnikov ni siquiera se lucra del robo a la prestamista Aliona Ivánovna, supuesto objeto de su crimen, sino que entierra el tesoro obtenido sin beneficiarse en modo alguno. El objeto inconsciente o meta real de su acto criminal era demostrarse a sí mismo que era un Napoleón, ambición que se esfuma y prueba como falsa, cuando el estudiante comienza a enfermar y se ve acosado por los remordimientos y la culpa.

Raskólnikov es investigado por el juez de instrucción Porfiri Petróvich, que cree con toda certeza en la culpabilidad del estudiante. En palabras de Tamara Djermanovic, este, como otros personajes de la novela, posee “entidad y voz propia, pero en el conjunto de la obra cumplen la función de acompañar el duelo interior del protagonista y su monomanía obsesiva”. En un principio, Raskólnikov trata de escapar al arresto y futura condena. Sin embargo, finalmente abraza la posibilidad de expiar su pena a través de una confesión completa y encarcelamiento.

Dicha condena no representa para él la perdición sino, más bien, una iniciación por vía del sufrimiento hacia una nueva vida. En palabras del propio Dostoievski: “Raskólnikov no sabía que esa vida nueva no se le vendría a las manos de balde, que habría de pagarla cara y le costaría una gran proeza en el futuro”.

A través del castigo, Raskólnikov se inicia en el proceso que habrá de renovarlo como ser humano. Dice Tamara Djermanovic que es esta una “novela de resurrección, de redención a través de la fuerza del amor”, y no se equivoca. El antihéroe dostoievskiano expiará su falta contra la comunidad, contra los suyos, por medio de su sufrimiento individual y su amor a la humanidad, sentimientos, ambos, que habrá de engrandecerle.

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