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Cultura

La pequeña edad del hielo

'Jugadores de golf en el hielo', por Hendrick Avercamp, 1625.

El calentamiento global se ha convertido en un caballo de batalla ideológico. Para la izquierda es desde luego dogma de fe. En reacción, dentro de la derecha se producen posturas negacionistas, que Donald Trump ha ondeado como estandarte. En realidad todo se trata de condenar o salvar el capitalismo, y cada cual arrima el ascua a su sardina, utilizando los datos científicos como le conviene.

Lo cierto es que se sabe muy poco, los científicos saben muy poco, sobre los cambios de temperatura del planeta Tierra. Sabemos que han ocurrido, antes del hombre y después del hombre, pero no por qué. En el siglo XVIII la Geología descubrió evidencias de la existencia de la última Edad Glacial, llamada Cuaternaria, que empezó hace dos millones y medio de años. Desde luego el capitalismo no tuvo nada que ver con las eras glaciales, ni con las desglaciaciones que siempre las siguieron.

Esta Navidad ha llegado con temperaturas muy bajas, algo que parece lo natural, pero que en los últimos años no sucedía. La verdad es que los fríos y los calores vienen cuando quieren, y siempre sorprenden al hombre. Ahora estamos lógicamente preocupados por la reducción del hielo antártico o la desaparición de glaciares que “siempre” habían estado entre nuestras montañas, pero ¿qué debieron pensar los europeos cuando hacia 1550 comenzó la llamada Pequeña Edad del Hielo? ¿Les parecería el fin del mundo, cómo ahora vaticinan los ecologistas radicales?

Juegos y milagros

Según la NASA la Pequeña Edad del Hielo tuvo lugar entre 1550 y 1850, con un periodo más crudo, el Mínimo de Maunder, entre 1645 y 1715, y otros dos picos de frío hacia 1770 y 1850. Bajaron las temperaturas por toda Europa, incluida España: el Ebro se heló siete veces entre el siglo XVI y el XVIII, como si fuera un río siberiano.

De esta última Pequeña Edad del Hielo contamos con numerosos testimonios históricos, que contrastan con nuestra ignorancia con anteriores periodos glaciales, de entidad incomparable, pues la Primera Glaciación comenzó hace 2.700 millones de años y terminó hace 2.300 millones.

La primera noticia nos la da en 1565 el flamenco Peter Brueghel el Viejo, que pintó dos cuadros, Cazadores en la nieve y Paisaje nevado con patinadores y trampas para pájaros, con los que se iniciaba un género de pintura costumbrista muy popular. Esa fecha era 15 años después de la que la NASA fija como principio de la Pequeña Edad del Hielo, y demuestra que los europeos eran capaces no sólo de soportar el frío del “fin del mundo”, sino de sacarle partido y disfrutar del patinaje sobre hielo. Si no me creen, echen un vistazo a los muchos y deliciosos cuadros de Hendrick Avercamp, que en el siglo XVII llevó este género a su máxima popularidad, con sus famosos Jugadores de golf el el hielo.

No sólo el arte, también la historia política nos trae testimonios de cómo aprovecharse de la Pequeña Edad del Hielo. En el otoño de 1585 el Tercio de Bobadilla, una de las unidades de elite del ejército español en Flandes, estaba a punto de ser exterminado. Era el principio de esa terrible Guerra de los Ochenta Años que España mantuvo con los rebeldes protestantes de los Países Bajos. Los holandeses habían roto los diques provocando una inundación, y a los españoles no les había quedado otra que refugiarse en el único terreno elevado de la zona, el montículo de la Isla de Empel, en la confluencia de los ríos Mosa y Waal. Los holandeses eran los dueños del agua, pues habían llevado sus barcos, que bombardeaban a placer al aislado tercio.

No había salvación más que rindiéndose, pero cuando se lo propusieron al maestre de campo Arias de Bobadilla respondió: “Ya hablaremos de capitulación después de muertos”. Y se dispusieron a morir, aunque por instinto de supervivencia los soldados cavaban el blando terreno, buscando algún refugio de las bombas. En la desesperada zapa apareció una tabla pintada con la Inmaculada Concepción, a la que los hombres del tercio, fervientes católicos como eran los españoles de la época, se encomendaron. Téngase en cuenta que aquello eran guerras de religión.

Y se produjo el Milagro de Empel. Por la noche se levantó un aire tan frío que parecía su puntilla, pero en realidad era su salvación. Al amanecer vieron que el agua se había helado. La infantería española tenía la posibilidad de lanzar un ataque marchando sobre el hielo, y ahí eran invencibles. Asaltaron los barcos holandeses, que se habían quedado presos por el hielo, y pasaron a cuchillo a los enemigos. Desde entonces la Inmaculada Concepción es la patrona de la infantería española.

Disfruten del frío en estas insólitas Navidades del virus.

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