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Cultura

Bernhard y los hombres que se asfixian

Thomas Bernhard.

Thomas Bernhard  (1931-1989) nació un 10 de febrero de 1931, hace ya 87 años. Murió en el mismo mes, el día doce, pero del año 1989. Si hubiese sobrevivido hasta el presente, el dramaturgo, narrador y poeta había hecho lo que Philip Roth: encerrarse. A sus 58 años, Bernhard lo había visto todo derrumbarse. Vivió la Segunda Guerra Mundial, la posguerra Europea, la invención de un continente y su colección de fantasmas patrios, dee los que él sabe, y bastante. 

Testigo de la historia de Austria, y completo renovador de su literatura, Thomas Bernhard  se hacía llamar el Gran Denigrador

Nadie como él odio tanto y tan bien su país y sin embargo, o justo por eso, una rara lucidez recorre todas las páginas por él escritas, incluso en aquellas o justamente en las inesperadas. "Todos juntos sólo somos en la última mitad de siglo un solo dolor. Es nuestro estado espiritual". Con esa frase recibió  Thomas Bernhard   el Premio de Literatura de  Bremen. Bernhard, el escarmentado centroeuropeo, el odiador vocacional, el aguafiestas; él, que detestaba los reconocimientos y a quienes los concedían, consiguió apresar en esa frase el drama contemporáneo.

Testigo de la historia de Austria, y completo renovador de su literatura, Thomas Bernhard  se hacía llamar el Gran Denigrador. Sintió por su país un malestar que atraviesa las 19 novelas y 17 obras teatrales que componen su obra y que cobra fuerza en lo más conocido de su escritura, esa saga autobiográfica que incluye El origenEl sótanoEl alientoEl frío y Un niño. En sus páginas, Bernhard describió como nadie la náusea que generan las patrias y la sobreactuación de lo propio.

En sus páginas, Bernhard describió como nadie la náusea que generan las patrias y la sobreactuación de lo propio

Los hombres de Bernhard siempre se asfixian. El narrador de Tala lo hace en su sillón vienés, comido por la rabia hacia lo propio. Lo hace el narrador de El malogrado, aquella novela inspirada en la vida del pianista Glenn Gould y que está contada por uno de los amigos no virtuosos del pianista -Bernhard estudió música en el Mozarteum de Salzburgo-. También se ahoga el aprendiz de 16 años que en El sótano  huye de la escuela y su familia –los laboratorios donde las patrias muerden con más fuerza- en el acto mecánico de llevar y traer víveres como mozo de los recados de un oscuro comercio del barrio más pobre de Salzburgo.

No es extraño que Bernhard contrajera el ahogo de sus personajes. Durante años estuvo recluido en un sanatorio a causa de su mala salud. ¿Sus quebrantos provenían de su exceso de lucidez? ¿Fue ésa la alcabala que tuvo que pagar por anticiparse a la peste de la solemnidad; la erótica del narcisismo y, lo que es peor, las consecuencias de esa infancia perpetua que lleva a las sociedades a enamorarse de sus propios tiranos? Acaso por eso Bernhard y sus hombres se asfixiaban. Porque se dieron cuenta mucho antes de que estábamos condenados a ser sólo ese dolor.

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