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Cultura

Arte contemporáneo

Arco cumple 40 años entre la inercia y la decoración

La crisis del sector no es solo económica, sino de sentido

Nuestra emblemática feria Arco cumple cuarenta años, pero no lo celebra por la situación sanitaria, aplazando la fiesta para la edición de 2022. El año pasado la feria se hizo a pesar de la pandemia, aunque sin país invitado. Que Arco se celebre este año también en formato más modesto coincide con la dinámica del resto de sectores culturales, donde no se ha aprovechado el confinamiento para reflexionar y debatir, sino que se ha intentando a toda costa mantener la actividad (algo comprensible, ya que las facturas no descansan). Dicho esto, es probable que los sectores creativos sospechen que ahora mismo son un poco como el coyote de los dibujos de El Correcaminos y que si se paran a mirar dónde pisan pueden descubrir que caminan sobre el vacío y se estampen. El mercado cultural nunca ha tenido una posición tan frágil.

Lo primero que me encuentro al entrar son dos fotografías de arte urbano, una titulada Tigre desnudo y otra Mono borracho, colgadas de la pared exterior de la galería de Filomena Soares. Ambas son del artista cubano Carlos Garaicoa, representan fielmente lo que el título anuncia y se distinguen bien poco de miles de otras que podemos encontrar en cualquier barrio ‘cool’ del mundo. Me pregunto por el sentido de comprar la fotografía de un dibujo en la pared.

Cinco minutos después, llama mi atención una extraña remezcla de El pelele de Goya, donde la única variación que ha introducido el artista colombiano Alberto Baraya es que el manteo ocurre justo encima de un Ferrari rojo (una idea muy en la onda de la estética trap). Giro un poco y veo como alguien le está explicando la obra con detalle al empresario Kike Sarasola, presidente de la cadena hotelera Room Mate. La verdad es que parece hecha para una de sus recepciones

Los espacios más animados son la zona vip y el bar de champagne Ruinart

Me encuentro a un par de expertos y coinciden en las mismas impresiones. Primero, que el sector está temblando, como prueba el hecho de que en esta edición haya unos cien stands menos que en 2020 (nadie cree que sean medidas para evitar contagios). De hecho, ferias como Arco son más necesarias que nunca no solo porque el público ya no compra en galerías, sino que ni siquiera entra a mirar. Segunda intuición: este año se nota más que otros que las obras de arte van a la baja y suben los artefactos de decoración. No hablamos solo del puesto de la revista Architectural Design, montado con la colaboración de Emidio Tucci, ni del stand de cafés Illy donde se explica su colaboración con el artista chino Ai Weiwei, ni de la exposición de Lexus tuneados con técnicas arty, sino a que la mayoría de lo expuesto está pensado para encajar en la casa de alguien muy rico. El público internacional que pulula por los hangares 7 y 9 es obviamente de alto poder adquisitivo, como corresponde a una feria. Se nota en la ropa, en que el espacio más animado es la zona vip y también en las conversaciones del bar de champagne Ruinart.

Decoración de interiores

Tras dar muchas vueltas, noto un zumbido en mi cabeza, algo falta y no tengo claro qué. La respuesta es obvia: no encuentro la polémica mediática de este año, no hay un Franco en la nevera de Eugenio Merino como en 2015 ni unos retratos de indepes, con los que Santiago Sierra consiguió incluso que la policía se acercase al recinto en 2018. Es una feria sin historia para el clickbait y eso siempre nos decepciona un poco a los periodistas. Me declaro en rebeldía y decido que voy a escandalizarme por Sin título (Once upon a time), obra del artista tailandés Rirkrit Tiravanija, que consiste en un mapa trenzado sobre una alfombra Aubusson, buscando “un cruce de caminos entre el activismo político y la mercadotecnia comercial” (así a las claras). Se trata de un homenaje a unos mapas sobre la bandera estadounidense que hizo Jasper Johns entre 1960 y 1965 y cuesta 170.000 dólares más IVA. Lo caro, en realidad, sería encontrar un dúplex donde la alfombra luciera como merece.

Estoy entrando en la tercera hora de dar vueltas a los pabellones y ya soy incapaz de concentrarme en el arte, solo atiendo al chic ‘progre’ que satura el ambiente. El premio al espacio más ‘posh’ de Arco 2021 seguramente lo merezca el stand de Ashurst, firma legal que se anuncia como “el bufete global más progresista”. Seguro que en sus despachos queda perfecta la obra de Triavanija. Por supuesto, hay mucho más arte a favor de la corriente política que en contra, por ejemplo los cuadros con lemas “Será ley” o “Fight Patriarchy” de la artista madrileña María María Acha-Kutscher (desde 2011, el arte contemporáneo parece haber vampirizado el activismo en busca de recuperar relevancia social por la vía rápida). También hay obras que parecen pósters bohemios deluxe, por ejemplo las que expone Xisco Mensua, barcelonés residente en Valencia, que van desde Anne Sexton a Patti Smith. Mandan las propuestas que te hacen sentir bien, que te reconfortan visualmente, nada que desafíe o saque de sus casillas al espectador.

Desfilo hacia la puerta y me cruzo con una pila de ejemplares del suplemento cultural de ABC, especiales dedicados a la feria. La página más reveladora es la de la entrevista con Juana de Aizpuru, primera directora de Arco, que recuerda con nostalgia los gloriosos años ochenta. La pregunta final es si le queda algún sueño por cumplir y ella responde que sí, que aspira a montar un 'pueblo de artistas' en algún municipio de la España vacía. ¿Qué problema hay para eso?, repregunta la periodista. “Pues que todos los lugares que me ofrecen para eso están muy lejos, perdidos en Soria…” Es una buena metáfora de la mentalidad del arte contemporáneo en 2021, que aspira a popularizarse pero le da mucha pereza tener que apelar a un público de pobretones de los que el sector ha desconectado hace décadas.

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