María Callas nunca llegaba tarde. Si acaso, los demás llegaban antes de tiempo. Subir al escenario y dejar que la fuerza de su vientre alcanzara la laringe y atravesara su boca, y observar al público atónito mientras miraba a la sacerdotisa druida entonando el Casta Diva en Norma era una sensación que a ella misma le producía cierta embriaguez. El recuerdo de su mejor momento, en cambio, se convirtió en una amargura insoportable durante las últimas semanas de su vida.
El cineasta chileno Pablo Larraín dirige el ocaso de la diva de la ópera, a quien encarna la actriz Angelina Jolie, en la película Maria Callas, un drama con el que cierra la trilogía dedicada a la biografía de tres mujeres desgraciadas del siglo XX, que completan Jackie (2016) y Spencer (2021), todas ellas heridas por el amor y la traición.
Esta película, que se estrenó en la pasada edición del Festival de Venecia, está ambientada en el París de 1977, durante los últimos días de la soprano que, en la soledad de su gran apartamento de la avenida Georges Mandel, incapaz de soportar el día sin una gran dosis de antidepresivos y con la única compañía de su mayordomo y su cocinera, revive los hitos y las desgracias de su corta pero intensa vida.
"Angelina Jolie es capaz de evocar la fragilidad de la artista, los delirios de sus últimos años, la fortaleza de una mujer indómita, las extravagancias, las inseguridades y la grandeza de la artista que mejor ha interpretado a los grandes compositores del bel canto"
Angelina Jolie es capaz de evocar la fragilidad de la artista, los delirios de sus últimos años, la fortaleza de una mujer indómita, las extravagancias, las inseguridades y la grandeza de la artista que mejor ha interpretado a grandes compositores del bel canto como Puccini o Bellini. El espectador pronto reconoce en la actriz estadounidense las contradicciones y el sufrimiento de la soprano, en una actuación a la que no le hace falta una nominación al Oscar -que finalmente no ha obtenido- para aspirar a ser una de las mejores del año.
Sin embargo, Pablo Larraín no parece capaz de permitir al público salir del bucle temporal y delirante en el que se sumerge desde el principio, que no hace más que avanzar por los mismos caminos que traza en su primera media hora. La decadencia de la gran dama de la ópera, enfundada en batas de seda y atrapada en un bosque infinito de frustraciones, nostalgia y recuerdos malditos, se vuelve repetitiva e insuficiente para la sed que puede provocar una película biográfica de este calibre.
Maria Callas, espectral y delirante
Larraín vuelve a apostar por una ambientación por momentos espectral, oscura y delirante, con numerosos pasajes dedicados a los recuerdos de la cantante, en un repaso emotivo pero también con una clara intención de recapitulación y reflexión sobre su gran obra y también sobre el peso del amor -y del drama- en su vida, por momentos trágica pero siempre intensa.
Pese a los esfuerzos por resultar magnética y atractiva en la tensión que propone, este viaje indescifrable, por momentos real y en otros onírico, el cineasta no consigue sumar emociones más allá de la segunda parte de la película y todo se convierte en una sucesión de elementos ya vistos, con los que el espectador se siente perdido en una trama demasiado ensimismada en su propio planteamiento.
La verdadera tragedia de Maria Callas, el amor por el multimillonario Aristóteles Onassis, que la alejó de la música y le llevó a experimentar la tristeza más profunda, es aquí el detonante de tanto sufrimiento, aunque se pasa de puntillas por momentos, siendo como fue una de las causas de su distanciamiento de los escenarios. Su obsesión por el físico o sus abusos, presentes, evocan también los motivos por los que poco a poco fue perdiendo la voz hasta que, finalmente, perdió la vida.
Si tiene algo de interesante esta película es cómo desvela algo de su relación con el servicio doméstico, su inseparable mayordomo (Ferruccio Mezzadri, a quien interpreta Pierfrancesco Favino) y una cocinera (Bruna, interpretada por Alba Rohrwacher) que se convirtieron en su única compañía y familia. Sus restaurantes eran los lugares a los que le gustaba acudir cuando necesitaba ser adulada, y poco más. Cargaba con la maldición de haberlo sido todo y no poder recuperar ni un poco de aquella gloria.
Sin embargo, poco más añade. Si de algo sirve la versión biográfica de Maria Callas en manos de Pablo Larraín es para mostrar a una Angelina Jolie exultante y etérea, a quien no se veía en la gran pantalla con un papel importante desde hacía tiempo y a quien todos agradecemos que esté de vuelta.