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Ana Iris Simón frente a Lucía Lijtmaer: dos miradas contrapuestas de una crisis

Ambas escritoras fueron víctimas de ERES en medios progresistas y recorrieron caminos similares para llegar a visiones antagónicas

Ana Iris Simón y Lucía Lijtmaer, dos visiones literarias y sociales contrapuestas

En noviembre de 2012 Cristina Fallarás fue desahuciada luego de la debacle de la prensa con la crisis económica. Ese mismo año, el diario El País recordaba que los periodistas en paro se habían triplicado superando los 25.000. En esa cifra, según la Asociación de Prensa de Madrid, las mujeres eran un notable 64% del total, lo que casi duplicaba el total de varones (tal y como publicó en su día Vozpópuli). Fallarás, síntoma de estos datos, había narrado en su bitácora con tintes propios de una novela bélica su progresiva pérdida de estatus económico y también su expulsión de un piso atildado en la plaza de universidad en Barcelona. A la puta calle, de ediciones Bronce, fueron sus memorias afligidas, quizá desmedidas, de mujer que descendía de clase social.

La obra se iniciaba con una apelación a la Constitución Española del 78, el derecho a una vivienda que defiende el artículo 47, y también con la definición de “desahuciar” de la Real Academia Española. Pieza combativa, entonces, en la actualidad se lee como un panfleto testimonial contra el capitalismo donde indicaba los culpables, “ellos”, y las víctimas, “nosotros”. Fallarás se ahorraba en el opúsculo detalles que cuestionaran el testimonio, su divorcio con acusaciones de maltrato o la disoluta vida anterior, lo que le permitía ejercer de escritora intensa, faro de Alejandría -metáfora sobre Hipatia que ella aplaudiría- ante una parroquia de fieles entregados. Con todo, lo fascinante de Fallarás, lo excepcional de su figura, es la creación de un arquetipo de novela femenina de denuncia donde el dato quedaba atrás ante la experiencia vivida.

La literatura, en fin, era la respuesta preferida por la escritora zaragozana en un modelo de novela que va a ahogar las liberías de los centros comerciales de alegatos sobre la crisis. El “estilo Anagrama”, el “yo” desbocado frente al ensayista meticuloso, ganaba una batalla a editoriales como Espasa o Marcial Pons copadas por libros tan minuciosos y trabajados como un tanto aburridos. Poco después, esas piezas acabarían en un bucle melancólico que ha dominado la novelística femenina desde la crisis: sorpresivas en 2012; clónicas en 2022.

Las últimas representantes, Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991) con Feria y Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) con Cauterio (cuyo manuscrito revisó Fallarás), son agujas en una madeja que desentraña la crisis sin final del periodismo. Sus testimonios, tan literarios como contrapuestos, nos pueden dar pistas sobre una generación -o un gremio- que no quiso dejar de ser clase media y solo encontró en el activismo el medio para hacerlo.

Ana Iris Simón, el alegre esfuerzo de una clase social

En julio de 2020 se anunció el cierre de la publicación canadiense Vice en España y su nuevo eje en contenidos latinoamericanos. Dejaba atrás a 57 personas en la calle, más publicistas que periodistas, y varias multas por falsos autónomos. Atrás quedaban titulares campanudos dedicados al camión de comida solidario de Noam Chomsky o la prevención de los incendios del Amazonas si uno se hacía vegano: no había negocio en un país donde la prensa es poco rentable y con el anuncio de la reducción de un 15% de su fuerza laboral en 2018 la suerte de la sucursal española estaba echada.

Esta publicación sufría, también, una decadencia indudable en sus contenidos luego de la salida de Gavin McInnes (ideólogo de la alt-right y colaborador ocasional de su buque insignia Infowars), además de querellas constantes por lo tóxico y misógino de su entorno laboral. Lo fascinante, fuera de este historial poco edificante, es cómo pudo mantener Vice un tono progresista muy marcado con prácticas turbocapitalistas propias del medio informativo más conservador. Si bien existía una tradición de esto en España, el caso de Jaume Roures y Público, olvidamos en todos estos artículos de praxis cómo muchos plumillas consiguieron gracias a Vice un contrato o buenas colaboraciones.

Ernesto Laclau, Naomi Klein y Le Monde Diplomatique, entre otros referentes porogresistas, no llegaron a ser tan decisivos en el debate público como Ana Iris Simón y Feria

Una de éstas sería Ana Iris Simón, la cual estaba a punto de cumplir la treintena en pleno cierre de esta publicación alternativa: la “maldición Fallarás” volvía a caer en el periodismo femenino como una profecía autocumplida. Simón, firma camaleónica (entre el artículo de tono divertido y la lupa social a los problemas de la calle), tuvo éxito y repercusión allí gracias a una evocación nostálgica del mundo feriante en La Mancha:

Los mejores recuerdos de mi infancia son en una caseta de feria, durmiendo en la misma cama que mi abuela María y haciendo como que ayudaba a descargar el furgón mientras mi abuelo Gregorio fumaba mucho y mi abuela se quejaba porque mi abuelo fumaba mucho. Montaba gratis al Gusano Loco y a la noria, me lavaban en un barreño, me regalaban gusanitos naranjas y trozos de coco y si se nos había acabado la sal o no teníamos limón mi abuela me mandaba a la caseta de al lado a pedirlo y tenía que decir que era "la de los Bisuteros" cuando me preguntaban.

Paradoja extraña: una revista de pijos progres, evidentes traidores a su clase social, ampara en su seno a una esforzada autora obrera en una rareza que recuerda a aquel Juan Marsé en ese oxímoron que fue la gauche divine (toda una “bocacción”, según chiste del humorista Jaume Perich). El desarrollo de las marcadas ideas de clase de Iris Simón, agudizadas por la debacle de Vice, se concretó en Feria; crónica más divertida que triste de un mundo rural que se extinguía con los cambios económicos del país:

De que la Emilia tenía una tienda de chuches sí que hablaba en el colegio y contaba que a veces me dejaba al cargo cuando se iba a misa y yo cobraba y daba las vueltas aunque apenas me sobresalía la cabeza del mostrador. Pero hasta pasados los veinte nunca le dije a nadie que mi abuelo Gregorio empezó en las ferias de crío con una rata indiana a la que le hizo una estructura de madera con casilleros para que la gente apostara unas perras a ver en cuál entraba el animal.

Poco después de este libro de recuerdos, mal llamado ensayo, las entrevistas de Iris Simón incidían en el desencanto con el mundo guay de las capitales. Se reivindicaba, en fin, los resortes comunales de esa España vacía, la familia extensa tan citada por Lévi-Strauss y otros antropólogos, en oposición a la individualidad y aridez del mundo urbano. Iris Simón opinaba que la reunión de una familia de “primos, tíos y primos segundos” con periodicidad no tenía por qué ser una “ceremonia conservadora y opusina”.

Este discurso, que se ha llamado “neorrancio”, era una vindicación de la cultura social previa a los cambios económicos españoles de los 2000 y fue criticado con gran vehemencia por ideólogos de la izquierda posmoderna: La periodista Begoña Gómez Urzaiz juzgó a Iris Simón como “izquierda reaccionaria", mientras que Antonio Maestre la acusó de seguidora de las ideas del ultraderechista galo Alain de Benoist; fundador de la Nouvelle Droite o Nueva Derecha Francesa.

En contrapartida, tampoco los dogmas posmodernos entre Ernesto Laclau, Naomi Klein y Toni Negri con una pizca de Le Monde Diplomatique -el guiso de todo progresista universitario que se precie y que recibió una jocoso análisis en Rebelarse vende, de Joseph Heath y Andrew Potter – llegaron a ser decisivos en el debate público como sí lo fueron Iris Simón y Feria. Ahora, no todo estaba perdido: los individuos selectos de esta izquierda posmoderna, élites de las capitales, tendrían a su particular Electra en Lucia Lijtmaer.

Lucia Lijtmaer, la maldición de género ante la lucha por la vida

En el año 2012, el mismo año que es desahuciada Fallarás, Joana Bonet fue despedida de la revista Marie Claire. Quizá la gran representante del feminismo burgués, con obligado retiro de estío en el "lounge socialdemócrata" de Zahara de los Atunes (según Arcadi Espada, Bonet es una figura clave en la prensa española reciente). Actual directora de suplementos en La Vanguardia, quizá sea justo el juicio que hicieron de la periodista en su anterior despido en el Grupo Zeta: allí el reportero Damián García Puig la acusó veladamente de crear “productos elitistas”.

Estamos hablando del paso de una muchacha frívola a una agitadora de género, algo que contrasta con Iris Simón y sus discurso basado en la clase social

Con un acentuado historial de leyendas urbanas, lo esencial de esta escritora es cómo ha sabido crear un grupo de “protegidos”, casi todos periodistas literarios, dependientes más del tono que de cualquier investigación. Marc Giró, uno de los elegidos, recordaba como Bonet “le fichó” en Marie Claire, pero sería la hispano-argentina Lucía Lijtmaer la cronista de mayor entidad literaria en crecer bajo su égida.

Lijtmaer, hija de migrantes políticos huidos de la dictadura de Videla, trazaba en su primera novela Casi nada que ponerte (2016) el arribismo social en la Argentina reciente. La obra contenía también un elemento de desarraigo, algo que contrasta con las fuertes raíces que proclama Iris Simón:

Con Buenos Aires tengo siempre una relación absurda. Es extraño porque no es un lugar disimilar, no es Singapur o Australia. Es una sensación que conoces y sin embargo es la otra punta del mundo. Allí comencé a entender lo que es dejarlo todo e irte lejos.

Estamos hablando, todavía, de la Lijtmaer del 2016: la caída de Bonet había hecho perder puntería a su posición en Marie Claire y es aquel año donde crea el podcast de éxito Deforme Semanal junto a Isabel Calderón Peces-Barba (llegarían a ganar un Ondas, premios otrogados por el grupo Prisa con un marcado caracter progresista). Es el tiempo de apogeo del feminismo en España, en 2015 se llegaron a movilizar 200.000 personas contra la violencia de género, y este programa fue la voz desenfada de la la parte más trendy de la generación púrpura.

Del tono divertido de sus piezas en Marie Claire y sus muy discutibles estudios sobre la deep web, Lijtmaer pasa a un agrio cambio de tono para dar voz a la ideología que domina y demanda la calle. Afirmaba esto en Yo también soy una chica lista (2017):

Bienvenida al mundo real…, Neo, o, más bien, Nea. Has estado viviendo en la Matrix de injusticia social diseñada durante siglos y acabas de despertar. ¿Quieres la pastillita roja o la azul? Si eliges la roja, te esperan una vida de aventuras insospechadas con compañeras divertidas y rebeldes y algún que otro troll internauta fascistoide que probablemente se hará pajas sobre tu foto de perfil en las redes sociales. Si eliges la azul puedes volver a tu cómodo y feliz mundo en el que las luchas contra la desigualdad son asuntos de tipas gritonas e insatisfechas que dan la brasa porque les dejó el novio allá por los años setenta y no pueden superarlo.

Nacía con ese libro la Lijtmaer “activista social”, algo que se confirmaría con Ofendiditos: Sobre la criminalización de la protesta. Este opúsculo se publicó prácticamente a la vez que su opuesto, (Fe)Male Gaze, del profesor liberal Manuel Arias Maldonado, en una criptodiscusión que fomentaba la polémica: algo muy del gusto de la editorial Anagrama y la forma de editar instigada por Jorge Herralde.

Con Ofendiditos…(2019) y con su comisariado en Princesas y Darth Vaders en el centro cultural madrileño La Casa Encendida, la Lijtmaer agitadora vence y se abandona el tono feliz: consideraba en el libro de manera tácita que la ideología “molesta mucho” si “tiene un chiste pegado a ella”. La comedia como subsección de un partido político, el gran ardid de Podemos, se consagraba así en ese aserto. Esa visión apocalíptica de la sociedad, o con nosotros o contra nosotros, despojaba al escritor cómico de costumbres, P.G. Wodehouse o el local Miguel Mihura, de todo su talento para esgrimir que solo la comedia válida es aquella que produce un cambio social.

Y solo el cambio social que la autora pretende, de ahí las referencias continuas al "peligro fascista" en sus páginas. Estamos hablando, entonces, del paso de una muchacha frívola a una agitadora de género, algo que contrasta con Iris Simón en su preferencia respecto a la clase social. Ofendiditos…, de hecho, carece de disertaciones sobre lo “obrero” o la “clase social” ya que todos los referentes de Lijtmaer vienen de la alt-left norteamericana, la cual conoce a la perfección.


Del 15-M al coronavirus

El ensayo de Lijtmaer es del año 2019: quedaba por pasar el coronavirus, el ascenso no previsto por el progresismo del partido Vox y el fin de la mayoría de las ilusiones de lo que se llamó Generación 15-M. Esos son los fantasmas invisibles que sobrevuelan tanto Feria como Cauterio, la actual novela de Lijtmaer. Ahora, si en la primera hay mucho de resignación melancólica, de vuelta proustiana a los orígenes infantiles, en esta nos encontramos con una fascinante pieza a dos tiempos sobre la persecución femenina a lo largo de la historia:

Como te dije, soy cobarde. Como te dije, esto es importante para esta historia. También tu casa es importante. La que era nuestra casa. Por supuesto no te molestaste en cambiar la cerradura, porque yo estaba deprimida pero no parecía la psicótica que realmente soy. Jamás pensaste que volvería sin tu consentimiento. Así sois los hombres: estáis convencidos de que la gente va a acatar las reglas simplemente porque vosotros las habéis dictado durante todo este tiempo, ¿verdad? Nos tratáis como a perros entrenados. Ni se os ocurre que los perros vayan a destrozar la ropa, mearse donde no toca y escapar, sí, escapar.

Obra de ambición, con prosa cuidada, une las memorias de una mujer que sobrevive a una ruptura entre Madrid y Barcelona (con bastante influjo de la seminal Lectura Fácil de Cristina Morales) a la persecución de las brujas de Salem en el Massachusetts del siglo XVII. De la condena del Dios exterminador al deseo maldito de una relación tóxica: ídolos falibles que purgan sus faltas en las hembras como género maldito. Hay mucho de terapéutico en esta obra triste, cápsula de este tiempo, que parece desentrañar la vida como fracaso o persecución solo por la condición femenina. Ninguna mención, de nuevo, a la clase social en una pieza de literatura evidentemente posmoderna construida en aquel delirio que, según los filósofos lacanianos, es el monólogo interior. Escritura como terapia, entonces.

Tanto Ana Iris Simón como Lijtmaer trazan la intrahistoria de esa generación.

En el año 2021 la Asociación de Prensa de Madrid, ciudad donde trabajan tanto Iris Simón como Lijtmaer, anunció la bajada del paro en la profesión de un 15.2 %. Quedaban atrás varios años calamitosos, marcados por el coronavirus, donde miles de cabeceras habían sido arrasadas por una crisis sin final. A pesar de estos brotes verdes, la evolución de la tasa de parados de 2012 a 2020 veía siempre una frontera de 5.000 en paro permanente y que resultan testimonio de cómo la crisis no ha finalizado en el sector.


Mucho, mucho antes del desahucio de Fallarás, del despido de Iris Simón, de las cuitas de Lijtmaer, Juan Luis Cebrián afirmó -en septiembre de 2007- que existía “un público amplio, ávido por comprender la realidad, sin fronteras de edad, ni geográficos” y juzgó que El País aspiraba a una “posición global”. Apenas un año después Prisa, editora de este diario y el mayor grupo mediático español antes de la crisis, se desplomaba en bolsa y condenaba por arrastre a una generación de periodistas a la pobreza y el desclasamiento. Tanto Ana Iris Simón como Lucía Lijtmaer en estos retratos personales tan distintos como veraces han hecho la intrahistoria de esa generación.

Lucía Lijtmaer presenta hoy 'Cauterio' en la Fundación Telefónica (Madrid) a las 19:00.

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