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Cultura

Álvaro Pombo: "La gramática no es derechas ni de izquierdas"

Álvaro Pombo en entrevista con Vozpópuli Clara Rodríguez

Para estar retirado de la vida pública, Álvaro Pombo sigue en pie de guerra. Ha tenido una mala noche, asegura, pero eso no nubla su pensamiento lúcido y rompedor. Lo suyo jamás han sido las beaterías ni la corrección, por eso camina como un vizconde en invierno, dueño y señor en su casa de Argüelles, un lugar donde los libros de Heidegger montan guardia y los grabados de veleros evocan el mar.

Nacido en Santander, en 1939, Pombo se marchó muy joven a Londres. Filósofo, escritor y provocador, el escritor ha mostrado siempre un lado excéntrico. Alguien capaz de convertir lo frívolo en serio, lo suficiente como para crear un universo narrativo que se sujeta en la memoria y la identidad. El artefacto burgués por excelencia, la novela, le ha servido para describir los mundos crepusculares de la familia y los afectos.

No es un apocalíptico, tampoco un integrado. Es Pombo. Por eso no se corta al hablar de la España actual

Así como no puede controlar su ironía y su sentido del humor, Pombo tampoco es capaz de contener su pulsión política. Tanto en 2008 como 2011, fue cabeza de lista por Madrid para el senado por el partido político UPyD. En aquellos días, andaba Pombo micrófono en mano pidiendo el voto para Rosa Díez y su agrupación magenta. Hoy, ante la pregunta, no está tan seguro de repetirlo. El autor de la novela Donde las mujeres (Premio Nacional de Narrativa y Premio Ciudad de Barcelona 1997), habla de estos asuntos partidistas con una mezcla de prudencia y hartazgo.

No es un apocalíptico, tampoco un integrado. Es Pombo. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid y bachelor of arts en la misma disciplina por el Birkbeck College de Londres, desde 2002 ocupa el sillón j en la Real Academia de la Lengua, institución que esta semana ha difundido su informe sobre el uso del lenguaje inclusivo en la Constitución española. Sobre ese y otros temas habla Álvaro Pombo en esta entrevista concedida a Vozpopuli

Su obra está volcada en la identidad. Con ese tema estamos a vueltas en España y el resto del mundo. ¿Qué piensa de esa palabra hoy?

La preocupación por la identidad es un mal asunto. Individualmente considerados, cada uno de nosotros es poca cosa —Pombo contesta tras una larga pausa durante la que aspira con fuerza un cigarrillo—. La identidad no es un buen asunto, conduce al crimen. En mis libros analizo la identidad de las familias y las relaciones cerradas. El hombre es un se arrojado al mundo, pero es un ser con otros. Eso es lo que me importa. No hablo de la identidad como quien habla sobre ser de Cataluña o de España, aunque vagamente la incluya. La lengua, por ejemplo, es una identidad.

Ese es otro de los temas por los que se discute, y mucho, en España.

Es lenguaje es una identidad, en este momento lo es para ti y para mí. Hablamos la misma lengua. Pero, a la vez que una identidad, el lenguaje es un 'ser con', una comunicación. Ten cuidado con eso, quema —dice Pombo a la fotógrafa, mientras señala una estufa—. Lo compré ayer... En estos días he pasado un frío espantoso. No me sienta bien. Anoche estaba viendo un programa y...

¿Un programa de televisión? ¿El de Federico Jiménez Losantos?

Sí. Lo disfruté mucho, lo confieso.

¿Por Federico, claro?

Bertín tampoco lo hace mal, da un tono un cachondo.

Bertín borbonea…

Borbonea, vale, pero a mí no me importa demasiado. Lo hizo muy bien. Además, Federico Jiménez Losantos sigue siendo Federico Jiménez Losantos. Y su mujer, que es muy firme y muy recta... y luego todas las colaboradoras de la crónica rosa en su programa. Me divertí mucho escuchando a estas mujeres.

Hablando de mujeres. Sus grandes personajes son femeninos. ¿Qué piensa de este feminismo beligerante y algo enfurecido?

Los nuevos movimientos feministas no están ayudando a algo que ya las chicas hacéis al romper las barreras, porque las hubo. En los años cincuenta la situación de las mujeres era absurda. No podían firmar un papel si no estaban acompañadas de su padre. Eso era una injusticia. Gran parte de eso ha arreglado, y lo digo sin entrar en el tema de los sueldos. Lo que ocurre es que estas militancias, lo inclusivo y todo esto, me parecen un poco cansadas.

Álvaro Pombo en entrevista con Vozpópuli

¿Estuvo usted en el pleno de la RAE donde se comentó el informe del lenguaje inclusivo?

Sí, pero yo no  participé en la elaboración.

¿Tiene la RAE que pronunciarse sobre estas cosas?

En la medida en que son políticas, pues no. Si son lingüísticas, entonces sí. Si la presidenta Carmen Calva, como la llaman ahora, no se siente aludida por la expresión ‘viajeros al tren’ y se queda en la estación, pues la verdad es que no entiende la gramática española. La gramática no es una cosa que haga la derecha o la izquierda, ni siquiera un grupo y, desde luego, los académicos tampoco. La lengua es una cosa tremenda. Tiene una estructura sintáctica y gramatical que no se puede alterar, lo que no se puede es ofender a nadie. Ya está. Una cosa que me gusta de las mujeres es la capacidad de conversar, una especie de ‘ser con’, de compañerismo, tengo una muy buena relación de amistad con muchas como la periodista Emilia Landaluce y con gente muy joven.

Pero si usted también es joven.

¡Tengo ochenta años! Voy para 81 en junio. No se me puede llamar muy joven, en tal caso yayo-flauta.

Hace un tiempo dijo que la palabra es un acto performativo, y que por eso los políticos españoles lo aburrían hasta el cansancio. ¿Piensa lo mismo hoy?

Yo no soy catastrofista, pero estoy preocupado. El lenguaje político es muy agresivo hoy en España. Estamos haciendo frentes. ¿Qué queremos? ¿Invadir Cataluña? ¿O que Cataluña no nos venda la butifarra? La identidad entendida como el yo, bien sea individual o colectivo, tiene que ser superado. Eliot, premio Nobel y poeta, decía "poetry is not a turning loose of emotion, but an escape from emotion; it is not the expression of personality, but an escape from personality."… ¿Qué quería decir con eso? Pues algo muy parecido a lo que diría cualquier hombre religioso: el yo empírico puede ser un gran impedimento para entendernos. Cuando la identidad se pone por delante, las cosas se complican.

Vivió en Londres durante muchos años. Ahora Inglaterra sale de la Unión Europea, acaso porque nunca se sintió dentro de Europa. ¿Lo ve? ¡Otra vez, las identidades!

Eso es algo que he dicho desde el principio. En Inglaterra nos llamaban a nosotros continentales. Pero hagamos un pequeño elogio de las identidades. Las identidades suponen echar raíces para no ser desterrados ni exiliados. Esas raíces dependen de si te echas un novio o una novia, si te casas y formas un hogar, si tienes un pueblo o una patria, si eres de Santander o de Barcelona. Nadie niega eso. Lo que negamos es que haya que matar 800 personas por la identidad vasca. Lo que negamos es que se pueda matar a Gregorio Ordóñez o quien sea.

Para España esto no es nuevo, tiene siglos enfrentándose a estos temas. ¿Por qué nos sorprende tan desguarecidos el debate sobre las identidades?

En cada momento de nuestra historia todo vuelve a plantearse de nuevo. Lo de la identidad personal es complicado. A los ochenta vuelves a pensar en las cosas que decías cuarenta años atrás. Eso lo hacemos todos. La gente se replantea sus matrimonios al cabo de un tiempo. ¿Nos queremos o no nos queremos? ¿Nos quisimos o no nos quisimos? Vamos hacia el pasado y hacia el futro. Dentro de lo que cabe es normal, pero lo que tenemos aquí es una exacerbación política. En 1975 muere Franco. Hacemos una transición, con una Constitución importante, bien hecha, que dura 40 años. Cambia el mundo político. Pasamos del bipartidismo al multipartidismo.

UPyD fue uno de los primeros que intentó romper con el bipartidismo.

Sí, pero acatábamos y seguíamos unas reglas. No era un partido que quisiera destruir el Estado. Si estudiamos las identidades por medio de la representación política, eso supone una estructura. El asunto es que no está pasando gran cosa y no podemos estar en perpetua tensión política cinco años más. Es insoportable.

Álvaro Pombo en entrevista con Vozpópuli

En 2015, en la más reciente entrevista que concedió a este diario, UPyD estaba en trance de desaparecer, Ciudadanos florecía y a Pedro Sánchez lo llamaba usted Pedro, el breve…

Pedro, el breve -risas-. Lo recuerdo muy bien. Lo de UPyD se explica porque la gente no nos votaba. Conseguimos apenas cinco escaños en nuestro mejor momento y tres cuando la pelea con Sosa Wagner. Es verdad que Rosa Diez tenía una personalidad muy fuerte y eso ahuyentaba a la gente. Han llegado las generaciones jóvenes y con ellos esa idea de que hay que destruirlo todo, en una especie de marxismo bolchevista.

Usted ya ha visto todo eso, ¿no le aburre el bucle?

Muchas de las cosas que dicen estos políticos las he oído y vivido en 1968, y a mí sinceramente muchas de estas cosas me suenan viejunas.

¿Se refiere a Podemos? ¿Al PSOE más reciente? ¿A la coalición Podemos-PSOE?

Esa coalición es un lío. Para qué dice Pedro Sánchez que no quiere ni pensar en Podemos, que no podría dormir tranquilo, y a la semana se va con ellos.

¿Entre Julián Sorel y Felix Krull, a quién se parece Pedro Sánchez? La pulsión de su deseo lo empuja.

Yo no conozco a Pedro Sánchez personalmente, pero es lo que he oído decir. Es un hombre al que lo maltrataron. En el PSOE no lo querían y lo echan. Así que coge el coche, recorre toda España y la tortilla se voltea a su favor. Que quería el poder está más que claro, pero es que los políticos quieren el poder. ¿Qué le ha pasado a Albert Rivera? ¿Ya no puede pensar más que en Malú? —Pombo rie, indulgente—, puedo comprenderlo, pero es una interpretación de la identidad, del yo.

¿Vivimos una época yoísta? ¿Acaso un tiempo demasiado infantil?

Estamos en una época líquida, como dice Bauman. Tal y como él lo explica, el amor es líquido y las personas viven una situación mercurial. Por otra parte, también hay gente que se casa, tiene su familia y sin embargo continúan haciendo sus cosas y siguen adelante.

En una España que no era especialmente flexible, usted fue un provocador y un rompedor…

Publicar mis primeros libros fue muy complicado entonces.

Por eso le pregunto. ¿Cómo cree que habría sido su juventud si le hubiese tocado vivirla en estos tiempos?

Soy un personaje muy de mi época, es decir, muy antiguo. Nací en el año 1939. Me marché de España en 1966. Mi generación tuvo una educación muy franquista, que en algunas cosas fue muy buena, pero era una educación autoritaria y yo mismo sigo siendo una persona autoritaria. Veamos —Pombo vuelve dar una calada larga y honda a su cigarrillo— la gente joven escribe mal, tiene muy mala caligrafía y dice tonterías. Tengo la sensación de que a los 19 años nosotros estábamos más hechos, la gente de esa edad lee bastante poco. También es cierto que estas críticas son un poco superficiales porque la gente joven que conozco no es así. Estas cosas son muy serias y es difícil dar una respuesta compleja a algo que forma parte de nuestro tiempo.

Ya sabe que la actualidad es jabonosa...

Por eso, porque estamos en un mundo líquido.

Álvaro Pombo en entrevista con Vozpópuli

En usted se mezclan tres facetas: un filósofo, un escritor y una persona con una pulsión política manifiesta…

Pero ya estoy cansado. No entraría en política de nuevo. Estoy apoyando, pero la política que a mí me interesa es la del consenso, la de los partidos de centro.

¿Continúa ligado de alguna manera a UPyD?

No, en UPyD no hay nada. Tampoco he tenido unos años demasiado buenos. He tenido problemas de salud. Esas cosas que hacía antes, lo de ir a los mítines políticos o dar discursos, pues ya no puedo hacerlas. Hace cinco años cuando salió Podemos, los de UPyD estábamos dando un mitin en Ópera, mientras, en Sol, estaban reunidos los del 15M. En ese momento me di cuenta de que estos nos estaban ganando la calle. Lo que ocurre es que, en lugar de asaltar los cielos, se compraron un chalet. Por eso soy escéptico con la política radical de izquierdas. Yo sigo estando en un espacio de centro-derecha. Por ejemplo, el PSOE que yo he conocido, el de Guerra y el de Felipe González, era otra historia, era institucional. Ahora estamos sin instituciones. La verdad, es que políticamente estoy cansado. Así que he hecho lo que hace la gente de mi edad, que es retirarse y trabajar. Más que yo mismo, valen mis libros.

Cada cierto tiempo decretamos la muerte de la novela. ¿Usted cómo la ve?

A la novela la vamos matando cada década. Yo no lo veo así. La novela es un gran instrumento narrativo y explicativo. Ahora leo y releo todas estas novelas —Álvaro Pombo señala los volúmenes sobre la mesa.

En sus estanterías abundan la filosofía y la poesía. Esos tomos de Hölderlin y Rilke, esas son palabras mayores …

(Risas) Sí. Lo que permanece, lo fundan los poetas. La escritura y el arte institucionalizan un espíritu dentro de nosotros, algo que nos permite comunicarnos. Peor hoy es complicado, la tecnología se apodera de nosotros. A veces, la gente más joven no se sabe quién es Hölderlin ni Antonio Machado. Nos faltan referentes para entendernos. No soy pesimista, creo que habrá una continuación de la vida. Lo difícil es predecir cómo. En fin… yo hago lo que sé hacer, e intento hacerlo lo mejor que puedo.

En ocasiones pedimos a los escritores e intelectuales demasiadas cosas, algunas que no entran en su territorio. ¿realmente tienen que tomar posición?

El periodismo activo y ensayístico ha ocupado muchas de esas posiciones. Antes existía Sartre. Hoy ya no. Sin embargo, es interesante lo que dicen los periódicos. En los periódicos están los también los intelectuales. Ocurrió una deconstrucción que nos ha venido nada mal. Era una forma de decirnos que no éramos tan guapos ni tan sabios. Y es la verdad. Hubo un momento más crítico de los intelectuales contra el poder y aún así cometieron grandes errores.

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