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Cultura

Spotify como discoteca global: descubre qué música gusta realmente al público

María Teresa Campos es la comunicadora española que mejor conoce los niveles de entusiasmo que despierta nuestra música, sea del año que sea. Le nutrían de datos las audiencias de ‘Qué tiempo tan feliz’, el espacio de televisión donde se bañaban en nostalgia de millones de españoles entrados en la madurez. Su programa cerró en 2017, pero podríamos describir la plataforma Spotify como su versión global, el primer instrumento para medir la popularidad de una canción, independientemente de su fecha en que se haya publicado. Igual que en las discotecas nadie baile canciones que no le seducen, aquí tampoco hay incentivos para 'pinchar' en el nombre en artistas que no te convencen. Diez años después de su lanzamiento, en octubre de 2008, la plataforma creada en Suecia se ha convertido en el mayor y mejor medidor global de éxitos de la historia de la música pop. Por el camino contribuyó a destrozar -o directamente liquidar- el poder de discográficas, radiofórmulas y tiendas de discos.  

"Spotify nos revela la existencia de 'clásicos ocultos' como 'No Diggity' de Blackstreet, con más de 294 millones de escuchas"

Las listas de ventas y descargas solo toman la temperatura a las novedades, pero Spotify nos revela el nivel de enganche que genera cualquier estribillo de la historia del pop. La página web The Pudding fue la primera en describir con detalle la magnitud de este cambio de paradigma. ¿Qué ejemplo escogió? El pegadizo éxito de aire hiphopero ‘No Diggity’,  un auténtico ‘clásico oculto’ que la mayoría no recordarán. Hablamos de un éxito de 1996 firmado por Blackstreet con la colaboración de Dr. Dre y Queen Pen. Lleva más de 294 millones de escuchas. Aunque muchos no la tengan archivada en la memoria, se trata de la quinta canción más popular de los años noventa. Todavía suena fresca como el primer día. Este tipo de información tiene enorme valor para empresas publicitarias, festivales nostálgicos tipo ‘Love The 90s’ o estudiosos de la cultura pop.

Ni Madonna ni Springsteen

Más sangrante todavía es la información sobre los ochenta. Hablamos de la década de Madonna, Bruce Springsteen, Michael Jackson y Prince, un póker de superventas difícilmente superable. ¿Es posible que ninguno de ellos sea autor de la canción más popular de aquella década? En realidad, es un hecho, ya que la más escuchada es ‘Don’t Stop Believin’”, de los denostados Journey, rockeros de radiofórmula sin apenas prestigio cultural. La canción es un himno de confianza sobre salir de tu pequeño pueblo y adentrarte en la  vida nocturna de la gran ciudad, llena de tentaciones y peligros. A comienzos de 2019, acumula más de 557 millones de escuchas. Cuando fue publicada, en junio de 1981, no pasó del puesto 9 en Estados Unidos y ni siquiera alcanzó el top 40 en el Reino Unido. A pesar de estas modesta acogida, con el tiempo acabó imponiéndose a los grandes gigantes del pop. Contribuyó a su popularidad sonar en series como ‘Glee’, ‘Los Soprano’ y concursos de talentos como ‘Factor X’. Hablamos de la canción del siglo XX más descargada de Internet, nada menos que siete millones de veces de manera legal y pagada. 

"Pelotazos de los noventa firmados por artistas como Vanessa Williams, Boyz II Men o Sir Mix-A-Lot han perdido su gancho con el paso del tiempo, mientras Nirvana lo aumentaba"

Vamos con los años noventa, un ejemplo totalmente contrario a los que hemos puesto hasta ahora. A nadie le sorprenderá descubrir que la canción más popular de aquella década sea ‘Smells Like Teen Spirit’, de los torturados rockeros estadounidenses Nirvana. Lleva más de quinientos millones de escuchas. Lo que sí descoloca es descubrir que en 1991 hubiese catorce canciones más populares que el gran himno ‘grunge’. Le superaron desde “End Of The Road” (Boyz II Men) hasta “Baby Got Back” (Sir Mix-A-Lot), pasando por “Save The Best For Last” (Vanessa Williams). Hoy casi nadie recuerda a ninguno de estos tres artistas, seguramente un acto de justicia poética, ya que sus ‘pelotazos’ han envejecido regular tirando a mal. La popularidad de esas canciones fue decayendo desde 1992 y terminaron sepultadas en el olvido. Hay casos más extraños, por ejemplo “Tossin’ and Turnin’’” de Bobby Lewis, que en en 1961 ocupaba una posición equivalente a Beyoncé en nuestro tiempo y que hoy solo los estudiosos del rock’n’roll recuerdan, más bien como una nota a pie de página. Otra curiosidad más cercana, de 2013, nos dice que el gran éxito de aquel año, “Get Lucky” de Daft Punk, ha sido desbordado por otra pieza de la misma cosecha que ni siquiera fue un éxito, “Counting Stars” de One Republic. La primera tiene cerca de 379 millones de escuchas y la segunda supera los 778. 

Prejuicio anticomercial

Hablamos con Mauro Canut, compositor pop, socio en la agencia Blablabla y director de estrategia en The Good Click,  donde se dedica a asesorar grupos musicales en su difusión digital. Su trabajo contribuyó -entre otros- al éxito del fenómeno Taburete. “Lo primero es decir que Spotify tiene mediciones fiables. A diferencia de otras plataformas, aquí me consta que no se pueden comprar reproducciones ni seguidores”, aclara. ¿Apoya en la tesis de que las buenas canciones acaban por imponerse con el paso del tiempo? “No estoy de acuerdo en que haya canciones buenas y malas. Creo que hay canciones que nos gustan y otras que no. Cuando los Beatles salieron mucha gente decía que eran cuatro melenudos haciendo ruido. Miles de veces he leído que 'Felices los 4' (Maluma) es una mierda y a mí me parece una maravilla. O mi canción favorita, 'I wanna be sedated' (Ramones), no creo que parezca buena a un fan de flamenco o de rock progresivo, mientras que a mí hay muchos himnos de esos estilos me parecen soporíferos. Con lo que sí estoy de acuerdo es con que el tiempo pone cada canción y cada artista en su lugar. Un buena composición no pierde pegada con el paso de los años. Para mí, una canción realmente buena es aquella que suena igual de bien con una orquesta sinfónica, con un ukelele, con una base techno o con arreglos flamencos. Si miras hoy cartel de un macrofestival de hace ocho años, ¿dónde están todos esos grupos ahora? ¿No eran tan buenos?”, ironiza. Como remate, recuerda un tópico que suele distorsionar nuestra percepción musical.  “Existe un prejuicio absurdo que dice que si algo es comercial es una mierda. Ahora con Queen, por ejemplo, se ha demostrado que no es cierto.  Si décadas después hay chavales de diez años que alucinan con sus canciones es que tan malos no eran”, opina.

Spotify es un gigante en la distribución musical actual, cuyo poder solo es comparable con Youtube. Además, su atractivo se ha ido haciendo cada vez más sólido. El paso de los ordenadores de sobremesa a los móviles ha reforzado su posición de privilegio en el mercado. Actualmente, cuenta con más de ochenta millones de usuarios de pago y se marca el objetivo de superar a corto plazo los cien millones. Por si fuera poco, ha logrado lo que ansían todas las empresas tecnológicas: ganarse la confianza de sus clientes hasta el punto de convencerles de pagar una cuota mensual para acceder al servicio. Hace tres años, el veinticinco de los usuarios eran de pago, pero al ritmo actual de crecimiento puede aspirar a llegar al cincuenta por ciento, toda una hazaña. “El principal problema para Spotify sigue siendo la rentabilidad. La empresa ha mostrado buenas señales en este apartado en 2017: siempre ha tenido pérdidas, pero éstas fueron menores en el ejercicio pasado que en el de 2016. Será interesante ver qué ocurre cuando se publiquen las de 2018, pero es evidente que el crecimiento en número de usuarios de pago podría suponer por fin la llegada de la rentabilidad para un servicio enormemente popular en todo el mundo”, explica el periodista especializado en tecnología Javier Pastor. Pase lo que pase, la empresa puede presumir de haber cambiado la industria del pop, para bien y para mal. 

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