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Cultura

Yo también soy una histérica, ¿y usted?

Pensar en endecasílabos

Apuntar frases en un patio de butacas a oscuras delata urgencia. Como si garabateando las palabras fuese posible sujetarlas, como si transcribiéndolas en el programa de mano las hiciéramos definitivamente nuestras. Quizá no sea la costumbre más cómoda y sí probablemente la más obsesiva, pero sigo pensado que escribir en la oscuridad de una función de teatro tiene el mismo poder del llanto o la risa: es el acto reflejo de quienes aún creen, como aseguraba Larra, que el teatro es el espacio en el que mejor se refleja una sociedad susceptible de regenerarse. Por eso la urgencia de las notas en la oscuridad. Por eso, en esta ocasión toca El perro del hortelano.

"Escribir  en la oscuridad de una función tiene el poder del llanto o la risa: es el acto reflejo de quienes aún creen, como Larra, que el teatro es el espacio en el que mejor se refleja una sociedad susceptible de regenerarse"

Dirigida por Helena Pimenta y bajo la adaptación de Álvaro Tato –uno de los cerebros de Ron Lalá-, la comedia de Lope de Vega que se representa en el Teatro de la Comedia hasta el 22 de diciembre cobra una segunda naturaleza, esa forma de extraer de los clásicos aquello que ya existía en ellos: la capacidad para durar en el tiempo, para resonar en el alma de cada lector –y espectador- a lo largo de los siglos. Podríamos llamar amor o enredo a lo que ocurre en esta obra, pero en el fondo lo que queremos decir es libre albedrío. El derecho a decidir o incluso de resistirnos a hacerlo. Escrita entre 1613 y 1615, hay mucho del Fénix de los Ingenios en los distintos personajes de esta comedia en la que amor y deseo actúan como extremos de una misma lanza: la de quienes, aun pudiendo elegir, se ahogan en el dilema. No hay, por supuesto, mejor género para retratar eso que la comedia, ese instrumento que produce la risa mientras aprieta la tuerca amarga de quien, riéndose de las desgracias de otros, se mofa de las suyas.

"Si la condesa de Belfort es una histérica, entonces todos los somos: usted; y yo; y Lope. Porque tenemos derecho a elegir incluso ser unos cobardes (…) La pulpa de todo esto radica en el dilema: el de quienes desean con la misma intensidad una cosa y su contrario"

Diana, la condesa de Belfort, vive una paradoja. La pretende un marqués y un conde pero ella se rehúsa a casarse. Libre de ejercer su decisión, se vuelca en un amor desaforado por su secretario, Teodoro. Afiebrada por los celos que desatan el amor entre Teodoro y Marcela, una dama de su corte, la condesa despilfarra un humor cambiante, al que muchos atribuyen melancolía e histeria pero que, vistos en un escenario y apuntando sus versos en la oscuridad, parece más bien la lucha de quienes defienden el derecho a ser ellos mismos, en este caso su derecho a no casarse con quien no desea. Si la condesa de Belfort es una histérica, entonces todos los somos: usted; y yo; y Lope. Porque tenemos derecho a elegir incluso ser unos cobardes. "Niego al temor lo que al valor concedo", dice el blandengue Teodoro, lamentándose de los vaivenes del amor de su señorea. Lope coloca la frase en su boca como si de un bombón de gasolina se tratara. ¿Fumamos? ¿Alguien tiene mechero?

En la punta de cada una de las flechas que Lope arroja sobre sus personajes está colocada la ponzoña del tiempo. Sin embargo, la pulpa de todo esto radica en el dilema: el de quienes desean con la misma intensidad una cosa y su contrario. De ahí el espíritu de su título. El perro, encargado de cuidar el huerto de su amo, ni come los frutos de esa tierra pero tampoco deja comer a los demás. Y ahí de donde surge la analogía se reafirma la paradoja. La metáfora se aplica a Diana –ni se decide ni hace-, pero  apunta también a Teodoro: acobardado caballero, que se mueve entre el deseo de ascender socialmente y la humillación continua que su posición entraña. Queda paralizado, en el perpetuo revés, hasta tal punto que ni siquiera se atreve a tomar por asalto la fortuna –un padre noble, salido de la nada- que su amigo y fiel criado Tristán ha diseñado para poner fin a su desclasamiento.

"El soneto, según Lope, es perfecto para quejas, ironía y dubitaciones, por eso reinan esta obra los catorce versos, acaso para enunciar la escisión; el estar dividido en muchos trozos"

Para ilustrar la dualidad –la oposición entre deseo y elección-, Lope recurre al soneto, porque favorece la revelación de la verdad. O al menos su complicada y siempre contradictoria sustancia: se puede ser dos cosas al mismo tiempo, o ansiar dos cosas al mismo tiempo. En El nuevo arte de hacer comedias, Lope asegura que “el soneto está bien en los que aguardan”, es decir, aquellos que esperan un desenlace. Y aquí todos lo esperan. El soneto es perfecto para quejas, ironía y dubitaciones, por eso reinan esta obra los catorce versos, acaso para enunciar la escisión; el estar dividido en muchos trozos. ¿Acaso usted, lector, no se ha encontrado en ese lugar de la vida donde podría usted desear dos cosas a la vez sin obtener ninguna? ¿Acaso usted, lector, como Diana, la histérica condesa de Belfort no desea ejercer su derecho al menos a no hacer aquello que no desea? Ha de ser por eso, porque en la oscuridad todo luce más claro y lo que suena a risa no deja de ser la mueca torcida de quien se sabe representado sobre el escenario.  

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