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Cultura

Palabra de Lorca: salen a la luz entrevistas inéditas del poeta

Federico García Lorca, Margarita Xirgu y Cipriano Rivas en el teatro Principal, en Valencia, durante 1935,

Excepto por los esperpentos, Valle-Inclán le parecía detestable. Azorín se le antojaba bastante pobre, vamos, para arrastrarlo de las barbas. De Unamuno, qué dice. Pues nada, suelta el poeta, porque cuando uno pregunta algo él no contesta, explica pizpireto. No hubo tema ni personaje sobre el que Federico García Lorca no emitiese un juicio. Hablar, lo que se dice hablar, se le daba muy bien, al menos a juzgar por las más de 130 entrevistas que concedió a lo largo de su vida y que el sello Malpaso publica ahora juntas por primera vez en Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas. Un volumen de 600 páginas a cargo del experto Rafael Inglada (Málaga, 1963), con la colaboración de Víctor Fernández, y en la que se reúnen las conversaciones con el poeta, declaraciones póstumas así como evocaciones y testimonios que se hicieron de él tras su fusilamiento el 18 de agosto de 1936.

En ocasiones Federico García Lorca recibe al periodista en pijama, con el rostro enjabonado y una Gillete en la mano. Sí, se afeita y contesta al mismo tiempo. En otras, conversa sentado ante el balcón de ventanas abiertas de un café o acaso recién levantado, a la hora del almuerzo, eso sí, porque trabaja hasta muy tarde. Hay entrevistas que concede en lugares tan disímiles como la casa de Pablo Neruda o la platea de un teatro. Otras ocurren al hilo de sus viajes (Nueva York, Buenos Aires, Montevideo...), también durante las giras con La Barraca o en la víspera de los estrenos de sus obras. En todas, García Lorca se mantiene locuaz. Da titulares, uno tras otro. Una permanente puesta en escena de sí mismo. En todas o casi todas repite lo mismo: es un hombre sencillo, el hijo de un campesino. Alguien que se define andaluz como Falla, pero también "como todos aquellos pobres obreros de los campos de Jerez y Granada". Alguien que asegura conocer el escarnio infringido por "los señoritos" de su tierra y que afirma, tajante, que si escribe poemas y tragedias lo hace para educar. 

La popularidad de Federico García Lorca coincide con el desarrollo y madurez del género de la entrevista literaria en el mundo hispanohablante 

La popularidad de Federico García Lorca coincide, como asegura el hispanista Christopher Maurer en el prólogo del libro, con el desarrollo y madurez del género de la entrevista literaria en el mundo hispanohablante –en este volumen se reúnen muchas crónicas y textos firmados, entre otros, por Ramón J. Sender o Francisco Ayala-. Para ese momento, Lorca es uno de los personajes más apetecibles de su tiempo, y por tanto carne de entrevista: tenía una posición política muy definida; hizo del compromiso social del artista una bandera –abusaba de la demagogia, en ocasiones-  y se labró a sí mismo un espacio de notoriedad que manejaba a su antojo. Lorca era una joya para cualquier periodista avispado y mucho más para las plumas hambrientas de buenas historias.

Estas entrevistas que ahora se publican aportan un tempo al personaje: su fraseo, sus ademanes o sus arranques de melancolía, dejan al descubierto dos cosas: una tendencia a  la infantilización y exotización de su persona por parte de quien lo retrata o lo describe. "Federico es un niño", comenta Pablo Neruda.  "Un muchachón muy gitanazo". Y hasta "pseudo-gitanillo" como se refiere a él Francisco Ayala. El asunto, al parecer, producía incomodidad a Lorca: "En las entrevistas siempre me hace el efecto de que es una caricatura mía la que habla, no yo". El segundo elemento es el que siembra la contradicción: se percibe una tendencia del propio poeta a propiciar ese retrato exagerado.

En las entrevistas se percibe una tendencia a la infantilización y exotización de su persona y la actitud del poeta para propiciar tal visión 

En el libro de Malpaso hay 52 entrevistas que nunca fueron publicadas en las obras completas y que se suman a las reimpresas, para completar un retrato hemerográfico y documental del escritor. En algunas de ellas se manifiesta abiertamente político, con una visión incluso paternalista del papel del arte y el pueblo. Queda clarísimo en una entrevista publicada en 1935 en L’Hora, semanario de Palma de Mallorca, con fecha 27 de septiembre de 1935. "Federico García Lorca habla para los obreros catalanes", reza el titular. En ella Lorca se define anarquista, se muestra indignado por el paro en Estados Unidos, se desvive por la idea de viajar a la U.R.S.S, al mismo tiempo que llama una y otra vez al compromiso social de las artes. "Yo siempre soy optimista, pero ahora aún más. El teatro artístico, puramente artístico, ha fallado ruidosamente. Y lo comprenderá nada más quien mire su desviación por el camino que siguieron las masas populares (…) El gran público va a ver su vida y sus problemas".

Si hay una entrevista que merece la pena mencionar –por magnífica, exagerada y divertida - es la que se hacen entre sí el caricaturista Luis Bagaría y Federico García Lorca en el diario El Sol y que aparece fechada en Madrid el 10 de junio de 1936, dos meses antes del fusilamiento del poeta. En ella reconoce a Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez como sus maestros, también habla del cante y los toros. "Creo que la fiesta de los toros es la fiesta más culta  que hay hoy en el  mundo. Es el drama puro, en el cual el español  derrama sus mejores lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio adonde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza", dice. La singularidad de esta entrevista radica no sólo en lo que Lorca dice, sino en lo que pregunta. En el diálogo ingenioso que entablan dibujante y poeta, el tema de España entendida como conjunto aglutina una buena parte.

-¿No crees Federico, que la patria no es nada, que las fronteras están llamadas a desaparecer? ¿Por qué un español malo tiene que ser más hermano nuestro que un chino bueno?

-Yo soy español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula; pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política.

Esta es la última entrevista –según aparece en el orden cronológico del libro- que concede Federico García Lorca antes de morir. La lectura continua de todas y cada una de estas conversaciones arroja el retrato de Lorca como un hombre que siempre mira hacia Granada –es el tema que aparece en todas y cada una de las entrevistas-; alguien que nunca dice no, que no aprieta ni reniega; que no rehuye ningún tema; que habla de su homosexualidad; sus años en la Residencia de Estudiantes; que se declara cosmopolita al mismo tiempo que atravesado por su cercanía con la tierra.

Así como eso queda claro en el perfil general, también se hace visible la tendencia al brochazo, el retrato acaso demasiado grueso de un personaje que a veces luce plano, sin claroscuros.  La pregunta con la que cierra el lector el volumen  es cuánto de eso se puede atribuir a la naturaleza subjetiva de la entrevista como género en desarrollo y qué tanto es el efecto del empeño de Lorca de presentarse de una determinada manera ante su público. A fin de cuentas, la entrevista sigue siendo eso: ese primer punto de acercamiento que consigue un autor ante la audiencia. Sin duda alguna, Federico García Lorca tiene la palabra.

Palabra de Lorca, de Malpaso.

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