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Cultura

Pablo Remón debuta en el teatro con 'La abducción de Luis Guzmán'

Una imagen del montaje que estrena Pablo Remón en el Teatro Lara.

Esta es la primera obra de teatro de Pablo Remón; y el asunto, sin duda, promete. Al momento de hablar sobre ella, el guionista de las película Casual Day y Cinco metros cuadrados, se muestra parco, seco, cortante. Más le vale. La obra, una reflexión sobre el aislamiento, acaso una elaboración del poder de las palabras para crear habitáculos, se basta a sí misma. No quiere Remón añadirle adornos a algo que no lo necesita.

Después de ser seleccionada por el Festival Fringe, La abducción de Luis Guzmán llega al madrileño Teatro Lara. Y lo hace con una historia extraña, hermética, pero, sobre todo, potente. Luis, un joven que encierra dentro de sí algo infantil, ha vivido toda la vida con su padre, en la vieja casa familiar, en un pequeño pueblo de Castilla. Protegido, encerrado en un universo predecible, debe enfrentarse a una realidad cambiante. Su padre ha muerto: el sillón en el que siempre se sentaba, en mitad del salón, ha quedado vacío.

Pero Luis no está solo: al otro lado de las ondas le escuchan sus fieles oyentes. Está convencido de que tiene un programa de radio: 'La hora de Luis'. Un programa sobre lo que le apasiona: el misterio, lo paranormal, el espacio exterior. Una vez ocurrida la tragedia familiar, su hermano Max, varios años mayor que él, llega desde Londres, donde trabaja como ejecutivo de la City. Después de escapar de la casa familia en cuanto le fue posible, Max tiene que volver para hacerse cargo de su hermano, que se niega a enterarse de que su padre ha muerto. No hay quien haga cambiar a Luis de idea. Está convencido: su padre ha sido abducido por extraterrestres.

La idea de la familia como tema, raro reducto que consume y calcina con su calor de hornilla y hogar no es un tema que Remón haya ido a buscar cual voluntarioso explorador, dice. “Uno no va a buscar los temas. Más bien los temas lo escogen a uno. En mi caso, la familia como microcosmos en el que se habla una jerga propia, y uno corre el riesgo de quedar abducido”, explica a Vozpópuli, parco y acaso distante, Remón.

Sobre esa idea, la de la familia, como metáfora de algo mayor –acaso trasunto de una nación o de una ciudadanía-, el joven guionista se sacude las conjeturas a sombrerazos. “En absoluto. Los personajes son los personajes y no representan ninguna entidad más allá. Bastante tienen con ser ellos mismos”.

Queda, sin embargo, un regusto a crítica, a la elaboración de la ficción como anestesia para el mundo real. ¿Rehúye Luis, el protagonista, a la vida real? ¿Se refugia en la ficción para no encarar la vida real? Remón no toma partido, ni siquiera se molesta en dar explicaciones. “No sé si Luis Guzmán está a medio camino de la fantasía y la realidad. Lo que sí hace es utilizar la ficción para enfrentar una realidad que le desconcierta y le supera. Algo bastante común y en lo que resulta fácil reconocerse”. El pasado y la familia como una carga. La idea de las relaciones como un lugar no del todo claro y del escenario como lugar todavía vigente para dirimir las miserias contemporáneas quedan en el aire, como una afirmación.

Queda una última capa, la del teatro como reverso del cine, suposición que Pablo Remón borra con un potente monosílabo: "No", dice. Ni el cine es la contraparte del teatro, ni el teatro un paliativo del cine. Son distintos y como tales, Pablo Remón ha decidido explotarlos, acaso en extraña y rocambolesca trama. En espejo inclemente de lo que hacen las personas con la vida: evitar. ¿Qué cosa? Pues esa: ser engullidos, abducidos, aspirados.

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