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Cultura

Miguel del Arco: “Somos kamikazes, no gilipollas”

Miguel del Arco, co-director artístico del Teatro Pavón Kamikaze.

Miguel del Arco no sabe qué hacer con el frío. Ha de ser por eso que sus mejores ideas las confecciona en verano. Lo hizo en el de 2009, cuando montó La función por hacer. Pirandello y seis actores, con eso levantó un fenómeno de público y crítica. También en verano, pero de 2016, abrió la puertas de su proyecto más ambicioso: el Teatro Pavón Kamikaze. Desde entonces ha transcurrido un año; 42 montajes –de Sófocles a Irvine Welsh- y no pocas noches con cartel de localidades agotadas. El proyecto que dirigen él y sus socios hace honor al nombre de la compañía, Kamikaze. Se juegan la vida realizando la acción más temeraria posible: un teatro sin concesiones... ni subvenciones.

El proyecto hace honor al nombre. Se juegan la vida realizando la acción más temeraria posible: un teatro sin concesiones ni subvenciones

Actor, guionista, dramaturgo y director, a Miguel del Arco nada le queda grande. Ha conseguido llevar a su terreno El misántropo de Molière y al Hamlet de Shakespeare. La función por hacer, la adaptación libre sobre Seis personajes en busca de autor de Pirandello, le hizo merecedor de siete premios MAX. En 2010 dirigió a Nuria Espert en La violación de Lucrecia de William Shakespeare y en 2011, Veraneantes, una versión libre de la obra homónima de Gorki, que añadió otros cinco premios MAX a su trayectoria. Una docena de reconocimientos en dos años. Del Arco ha adaptado y dirigido De ratones y hombres de John Steinbeck —Premio Valle Inclán 2013 y Premio Ercilla al mejor espectáculo—, El Inspector, de Gogol, y ahora Antígona. Es también autor y director de El proyecto Youkali, Juicio a una zorra y Deseo. ¿Alguna credencial adicional? Sí, la más importante: no tenerse creídas ninguna de las anteriores.

Miguel del Arco, en el patio de butacas del Teatro Pavón Kamikaze.

A las siete de la tarde de un jueves de verano, al Pavón Kamikaze llega un espectador. Parece desorientado. Quiere imprimir su entrada y no sabe dónde. Del Arco –que lo ha visto antes- abre la puerta, lo guía hacia taquilla y retoma la conversación. No se le caen los anillos si toca arremangarse, porque lleva años haciéndolo. Acaso por eso llega al primer aniversario de esta etapa en el Pavón –antigua sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico- con una lucidez excepcional. "Somos kamikazes y eso es algo que necesita toda decisión artística. Como decía, Jordi Buxó, uno de los socios, en el video de presentación de este proyecto: somos Kamikazes, pero no gilipollas. Sabemos lo que queremos: una casa para crear en libertad". El libre albedrío, claro, vende la piel cara. 

Actor, dramaturgo y director Miguel del Arco ganó una docena de Premios Max en dos años.

En el patio de butacas del Pavón, Miguel del Arco habla de la compleja relación de España con la cultura. También de la poca vocación de diálogo entre ciudadanos y del papel que juegan en ese proceso los grandes textos. De las obras hay que volver a extraer el espíritu de quienes las escribieron con un motivo: para enseñar la democracia. ¿No es eso lo que hizo Sófocles con su Antígona?, se pregunta Del Arco. Un clásico teatral no muta en contemporáneo por el maquillaje o la majadería. No se trata de Hamlet en vaqueros, dice él, sino de conseguir que la angustia del príncipe de Dinamarca encienda la que llevan dentro de sí los espectadores. Eso es algo que él controla, de sobra. Menos mal que Miguel del Arco no sabe qué hacer con el frío. El día en que lo averigüe, no volveremos a tiritar de la misma manera.   

Miguel del Arco: "La mala relación con la cultura es un problema histórico en España"

Se cumple un año del inicio del Teatro Pavón Kamikaze. Desde fuera el éxito parece rotundo, ¿qué balance hace usted?

Ha sido estupendo. La recepción que hemos tenido por parte del público, de la prensa, de los profesionales. El problema es que somos muy pobres. No tenemos ningún margen de error. Hay funciones que van mejor que otras. Eso nos permite respirar y pensar que esto es sostenible. Al mismo tiempo, y por no perder esa capacidad de riesgo, por apostar por autores, actores y directores desconocidos, hemos pinchado en algunas obras. Pero eso no va a hacernos cambiar de opinión. Tenemos mucho qué aprender en el camino. Vamos consiguiéndolo sobre la marcha.

El Pavón Kamikaze cuestiona y contradice la idea de que hace falta el tejido oficial para sostener una oferta arriesgada. ¿Qué precio se paga por eso?

Somos un teatro absolutamente único. Me refiero al hecho de que es una iniciativa privada, pero todo lo que ofrecemos responde a la naturaleza de lo público. Ningún otro teatro privado tiene una programación ni remotamente parecida a la nuestra: en los autores, tanto clásicos como contemporáneos, y sobre todo en la capacidad de riesgo. Para eso  se supone que están las administraciones, para soportar a la gente que toma la decisión de asaltar una escena. Yo no estoy diciendo 'págame esto'. Pero programar en mitad de agosto Antígona, una obra que solo parece tener cabida en los festivales mientras en la ciudad deben programarse comedias y zarzuelas, no es sencillo. Y nosotros lo hacemos. Curiosamente, estamos hasta las trancas con Antígona, pero nada llevaba a pensar que sería un triunfo en agosto.

"Somos un teatro absolutamente único. Me refiero al hecho de que es una iniciativa privada, pero todo lo que ofrecemos responde a la naturaleza de lo público"

Un libro o una obra de teatro no son barras de mantequilla. Pero la cultura también obedece a una lógica de mercado, de la mercancía. ¿Se puede arriesgar y ser sostenible a la vez?

Para nosotros lo soñado es que dentro del 100% de lo ingresos del teatro, el 33% provenga de taquilla, 33% de las administraciones y 33% a través de iniciativa privada, es decir, empresas o nuestros benefactores, entre los que están los kamikazes: personas que pagan 120 euros al año y que supone una forma de abono y micromecenazgo. Creo que ninguna administración contempla subvenciones para un proyecto como el nuestro. Existen ayudas para proyectos a obra realizada, de las que yo tuve por ejemplo, con El misántropo.

Miguel del Arco.

La palabra subvención es complicada. Es como rociarse con gasolina.

Insisto en ella porque parece que sólo el mundo de la cultura recibe subvenciones. La subvención de El misántropo la hemos devuelto quintuplicada: por la cantidad de contratos que hemos obtenido, la cantidad de personas que hemos contratado y la de veces que hemos estado girando con ella. A priori, esa ayuda era necesaria. ¿No se han concedido también ayudas a los bancos?  Eso es en lo que quiero incidir. Hace falta pedagogía en este país. Por eso ha existido el desprecio hacia la cultura con la cuestión de las subvenciones. Nosotros tenemos el 33% de taquilla hecho, incluso lo rebasamos. Y quizá eso ha permitido que ciertas administraciones comiencen a ver esto de otra manera.

En la jornada de reflexión de las elecciones en Francia, Macron recitó un fragmento de El Misántropo para contestar a un reportero. ¿Por qué nos resulta eso inverosímil en un político en España?

Tofo tiene una razón: la mala relación con la cultura. Ese es un problema histórico en España. El hecho de que, al momento de hablar de subvenciones, tenga que justificar lo que hacemos para que no parezcamos una panda que vive de las ayudas públicas, es un signo. Todos los que estamos aquí hemos arriesgado. Es indignante que haya una imagen de los profesionales de la cultura como de personas que vivimos de la sopa boba. Eso en Francia es impensable.  Aquí ha venido Pascal Rambert, y si lo ha hecho es porque está enamorado de este proyecto. Él no tiene ninguna necesidad de venir a España para hacer sus montajes. Viene aquí, nos regala el trabajo. Su generosidad es pasmosa. Tomando en cuenta el presupuesto con el que cuenta, es lógico que alucine cuando ve que personas con una trayectoria consolidada no contemos con la ayuda pública para este proyecto. ¿Cómo se explica eso? Por este rechazo y esta controversia tan absurda.

"Todos los que estamos aquí hemos arriesgado. Es indignante que haya una imagen de los profesionales de la cultura como de personas que vivimos de la sopa boba"

Pavón Kamikaze tiene la impronta de La función por hacer, el primer montaje de la compañía que se estrenó en 2009, en la víspera del peor momento de recortes para el sector cultural. Aquello fue como los momentos de lucidez de los moribundos, ¿no?

Somos kamikazes y eso es algo que necesita toda decisión artística. Decía Jordi Buxó, uno de los socios, en el video de presentación de este proyecto: somos kamikazes pero no gilipollas. Sabemos lo que queremos: una casa para crear en libertad. Yo tenía ofertas para ir a otros sitios donde tenía dinero, tiempo y sueldo para programar y terminé metiéndome en un lío semejante. Lo hice porque para mí es importante. Eso sí, el amor al arte muchas veces nos confunde y estamos en un momento en el que no nos podemos confundir. Trabajamos porque amamos lo que hacemos, y porque profesión y vida no se diferencian. Lo que sí no podemos hacer es pagar por hacer teatro.

Kamikaze apostó, desde sus inicios como compañía, por un teatro de repertorio que admitiese la experimentación. ¿No era esa la labor del María Guerrero o el Valle Inclán? 

Los entes institucionales son elefantes enormes. Arte y funcionariado no van bien juntos. El arte es flexible, improvisa. Hoy puede ser rojo, pero descubro que mañana es necesario que sea verde.  El funcionariado no: si has decidido rojo, atente a las consecuencias. Yo no podría plantear nada en el María Guerrero. Son tiempos de contratación con normas muy férreas. Además, hay un conjunto de interventores que, si llego a modificar algo, me dirán: haga usted lo que planteó porque esto está pagado con dinero público. 

Miguel del Arco: "Todos los que estamos aquí hemos arriesgado.  No vivimos de la sopa boba".

El repertorio es importante, pero... ¿dónde está el equilibrio entre la divulgación y la experimentación?

Cada noche que hay función, cualquiera de los socios  salimos a explicar al público de qué se trata este proyecto. Vuelvo a la idea de la pedagogía: ¿cuál es la necesidad de un teatro y por qué esto tiene una marca diferente? Este proyecto nace con la vocación de poner el acento sobre la dramaturgia contemporánea. Y en la dramaturgia contemporánea entra Antígona de Sófocles. Lo contemporáneo en los clásicos no está en el hecho de que Hamlet salga en vaqueros, sino en que interpele directamente al ciudadano del siglo XXI. Me parece muy bien el teatro histórico. Hay tantas visiones como personas. Pero la mirada contemporánea es la que hace posible que la gente diga, con asombro: esto parece que ha sido escrito ayer. Por mucho que hayamos reescrito Antígona, sigue estando muy pegada al texto. De eso se trata, de extraer ese jugo que te acerca a Antígona.

La tragedia ha predominado en la programación de este primer año. ¿Hay un subtexto político en eso? ¿Hay una razón?

Hay mucho humor en todo lo que hago, así como hay mucha tragedia en las comedias que monto. Ocurre como con El misántropo, es una comedia con un personaje trágico como protagonista. Esa mezcla forma parte de mi estilo y creo además que es la esencia de la vida. Lo que alguien vive como una tragedia, desde fuera puede llegar a parecer divertido a otro. además, tenemos tendencia a unos montajes tan severos de la tragedia que olvidamos el humor de los autores. Cuando la gente monta Chéjov, por ejemplo, lo hace con una solemnidad excesiva y en realidad Chéjov tiene mucho humor.

"Lo contemporáneo no es que Hamlet salga en vaqueros, sino que interpele directamente al ciudadano del siglo XXI"

El teatro es un espacio, a oscuras, de comunión. En la penumbra hay cosas que se iluminan de otra forma. ¿Cuál es la significación política del teatro hoy?

El día de los atentados en Barcelona, de camino aquí, me pregunté qué sentido tenía hacer teatro en una tarde como aquella. Había una especie de sopor, una atmósfera. La nube de muerte que se formó esa tarde. Cuando salí a presentar y di la bienvenida al público, me di cuenta que nada tenía más sentido que dar función esa noche. Estaba lleno hasta la bandera. 400 personas habían decidido venir y sentarse en un espacio de diálogo a reflexionar a oscuras. Ese era el sentido: la compasión, que intentaran empatizar con esos personajes en el escenario. Eso es importante, sobre todo, en una sociedad como la española, donde se está perdiendo la posibilidad de diálogo. Es tan importante defender lo que piensa el partido que llego a olvidar por qué lo defiendo y llego incluso a no escuchar lo que otros tienen que decir. Eso se ha instalado de una manera atroz.

Bueno, considere también que desde hace unos meses algo se pude en Dinamarca.

En los últimos meses no, llevamos mucho tiempo así. Habla muy mal de nosotros que no hayamos sido capaces de reflexionar acerca de eso en todo ese tiempo. Llevamos años con un olor a podrido terrorífico, pero todo el mundo piensa que es el otro el que tiene el muerto debajo.

"Llevamos años con un olor a podrido terrorífico, pero todo el mundo piensa que es el otro el que tiene el muerto debajo"

El  teatro es de los pocos sectores culturales que ha conseguido generar reflexión ciudadana en esta crisis: El alcalde de Zalamea, de Elena Pimenta, o el Don Juan de Blanca Portillo, por ejemplo. ¿Por qué?

Porque necesitamos poco. Kamikaze surgió justo antes de empezar el peor momento. En el 2009 estábamos estrenando La función por hacer. Fue el despegue de la compañía y comenzó a irnos bien cuando todo era terrible. Pillamos vacas gordas en momento de vacas famélicas. Aunque fuesen igualmente famélicas, las nuestras tenían un poco más de carne. El teatro ha conseguido recuperarse porque, comparado con el cine, necesita poco. El cine, que estaba un poco más pagado de sí mismo y aglutinaba un poder mediático, se creyó las cosas. Cuando vino el zarpazo se quedaron tiritando. Porque para sacar una película necesitas mucho más dinero. Además, necesitar poco para montar una obra moviliza la necesidad de pensar y de hacer.

En condiciones muchas veces más que difíciles, y usted lo sabe.

Hay que poner en cuarentena ese fenómeno. Surgió un movimiento creativo potente pero precario y hay que defenderse a muerte de esa precariedad. Yo no quiero que un actor tenga que hacer televisión por la mañana, radio a medio día, dos pases de teatro por las noches, cine cuando está medio dormido y que aún así no pueda llegar a fin de mes. Quiero la profusión creativa pero la dignidad personal por encima de todo. No son necesarias las crisis para crear mejor. Son momentos de oportunidad para pensarlas. Pero hay que salir de ahí. No se puede uno instalar en la crisis. El hecho de que en malos tiempos económicos no se pagaran ensayos no puede servir para que ahora tampoco se paguen.

"Surgió un movimiento creativo potente pero precario y hay que defenderse a muerte de esa precariedad"

No hay por qué ser de Cervantes o de Lope, se puede ser de los dos. El problema es cuando no se lee ni a uno ni a otro. ¿Por qué?

Nos sale de forma natural. ¿Por qué los ingleses aman a Shakespeare? ¿Por qué los franceses tienen esa relación con Molière y un presidente como Macron es capaz de recitar El misántropo? Porque han cultivado un amor y han tenido a bien que sus ciudadanos tengan educación y criterio. En España, en el tiempo de la democracia, que son ya 40 años, produce una tristeza gigantesca ver que los políticos no hayan sido capaces de llegar a un pacto de Estado por una ley de Educación.  Ahí empieza todo. No se le da importancia a la educación y se recorta constantemente. Víctor Hugo lo decía, en tiempos de crisis se puede recortar todo salvo la cultura. Esa es una expresión del permanente desprecio que siente la sociedad española por la cultura.

¿Incluso dentro de la propia cultura? Piense en la ocasión perdida de la polémica a propósito de Javier Marías y sus duras críticas sobre la adaptación de los clásicos. Aquello pudo haber servido para algo más…

Pero, veamos: los griegos nos dejaron no una Antígona sino muchas, porque todos los años volvían a revisar el mito y lo rehacían. Hamlet no surgió de la mente de Shakesperae de primeras, él partió de una historia previa que rehace y lo convierte en una obra de arte.

"Lo que llama la atención no es la polémica en sí de Marías, sino el hecho de que no hubiese diálogo"

El teatro es la forma escénica más antigua que todavía vive …

Y donde caben todas las demás.

Justamente por eso, ¿no pudo el propio mundo de la cultura generar una reflexión más propicia en aquella polémica?

Lo que llama la atención no es la polémica en sí de Marías, sino el hecho de que no hubiese diálogo. Es lógico que existan diferencias de criterio entre los puristas y los innovadores, las ha habido siempre y siempre las habrá. Lo malo es que eso se transforme en reacciones imparables en redes. Desperdiciar los momentos de diálogo es un error. Ocurre también que las redes no son un lugar para el diálogo. No hay ninguna vocación, no existe la posibilidad de diálogo.

"Hay que defenderse a muerte de la precariedad", afirma Miguel del Arco.

Por eso permítame insistir en el énfasis que ha dado a la tragedia. El peso del demos es mayor que en otro género. ¿Qué significa eso para usted?

Hemos reflexionado mucho sobre la tragedia durante todo este año. Y los especialistas con los que trabajamos nos decían que esos textos había que malearlos, para que las personas pudiesen comprender por qué motivo fueron escritos. Los textos clásicos fueron escritos para enseñar la democracia, por eso tenemos que mirarlos desde hoy. El tetro existía como alguno natural, y por eso nunca morirá, porque responde a la naturaleza de narrarnos. Pero la democracia hay que educarla. Nuestra tendencia natural es al principio de supervivencia del más fuerte, por eso aprendemos a vivir en democracia. Es una búsqueda permanente. Hace 40 años España estaba en una dictadura. Hemos cambiado mucho y eso es sorprendente.

Lo que me preocupa es algo que tiene que ver con el entendimiento del otro. Si no se ve al otro con compasión es imposible llegar a un punto de acuerdo. Entender no significa justificar. En el teatro tenemos que entender, aunque sea al más terrorífico de los malvados, para salir a defenderlo sobre el escenario. Ese ejercicio de empatía no lo justifica, pero es el intento de entender donde está el secreto de poder avanzar juntos. Por eso el teatro no desaparecerá jamás. 

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