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Cultura

Los 90 años de Marilyn Monroe: sobre la fantasmagoría y el desamparo

La imagen de 1956, en la terraza del Hotel Ambassador, en Nueva York. (Foto: Archivo Bettman)

Si para Marilyn Monroe ningún puente era feo sería porque todos le parecían un hermoso lugar desde donde tirarse. Algo de ese vértigo recorre esta foto que le hizo el fotógrafo alemán Ott Bettman en 1956. La actriz tenía apenas 30 años y sin embargo ya llevaba en el cuerpo las cicatrices de quienes sienten que han vivido demasiado. Envuelta en un ajustado vestido, Monroe se asoma al precipicio con mitad del torso inclinado hacia el vacío mientras chupa con fuerza un cigarrillo. La foto fue hecha en la Terraza del Hotel Ambassador, en Nueva York justamente seis años antes de su muerte tras ingerir un bote de Nebumtal.

 Nació el 01 de junio de 1926 en Los Ángeles. Le quedaba por delante una larga vida que no escatimó en cicatrices para ella: una infancia entre orfanatos, una adolescencia precipitada y precoz, una adultez llena de fama y soledad. "Murió con 36 años dejando un imperio fascinante", dijo Martin Nolan, director ejecutivo de Julien's Auctions, la casa que ha lanzado una histórica subasta de objetos pertenecientes a la diva en conmemoración de su 90 aniversario.

La subasta, que se realizará el 19 de noviembre, se considera única por su diversidad. En esta se incluyen objetos de Monroe de los que no se tenía noticia desde su muerte en 1962 e incluso desde su juventud, cuando usaba su nombre real, Norma Jeane. La casa de subastas mostrará el contenido de la subasta en una gira que arrancará en Londres, seguirá en Kildare, Irlanda, a bordo del transatlántico Queen Mary II y, finalizará, en Los Ángeles, donde se celebrará la subasta. Aquellos objetos inanimados que se exhiben –unas sandalias, joyas, collares de perlas tienen algo de fantasmagoría y desamparo. Casi todo lo que la rodea está envuelto de ese perfume que tienen los que mueren jóvenes.

Aquella mujer, este bello fantasma

Hay algo enloquecido y solitario en la belleza de las imágenes en las que aparece Marilyn ¿Podía la mujer más deseada del mundo sentirse tan sola como lo ha revelado el paso del tiempo? ¿La que sedujo a Kennedy, Elia Kazan, Frank Sinatra, Yves Montand o Marlon Brando tenía motivos para quebrarse como el cristal de una copa? "Si las personas escasamente sensibles e inteligentes tienden a hacer daño a los demás, las personas demasiado sensibles y demasiado inteligentes tienden a hacerse daño a sí mismas", escribía Antonio Tabucchi en el prólogo del libro Fragmentos, un bellísimo volumen publicado por Seix Barral que reúne poemas, anotaciones y partes de su diario personal de la actriz.

 En las páginas de este libro, la vida de Marilyn Monroe se revela como un viaje desaforado. Del precipitado matrimonio, a sus 16, con un obrero al amor por un pelotero como Joe Di Maggio o el enlace tardío con el dramaturgo Arthur Miller hasta las caídas de altares tan altos como el cuello de un Martini. La letra aniñada y mañosa, histérica y urgente que aparece en los textos de Fragmentos dice al lector cosas urgentes. Una criatura hermosa empeñada en maltratarse. Una lectora de Joyce y Whitman disfrazada de tonta a quien los caballeros preferían rubia. Una potente Diosa de aflautada voz y sugerente canalillo. Alguien que quería estar –a la vez- viva y muerta.

La ambivalencia es su poética y su trastorno. La fuente misma de su belleza. La que escribe y la que padece. "Vida/ Soy de tus dos direcciones/ De algún modo permaneciendo colgada hacia abajo/ casi siempre/ pero fuerte como una telaraña/ al viento- existo más con la escarcha fría resplandeciente/ Pero mis rayos con abalorios son del color que he visto en un cuadro -ah vida te han engañado". ¿Para eso quería el puente? ¿Para cruzar las dos orillas o para arrojarse en el camino?”, escribe. Dijo el escritor y periodista  Norman Mailer –quien estuvo en la sesión de fotos que hizo Bert Stern para Vogue tres semanas antes de la muerte de la actriz- que para sobrevivir, Monroe habría tenido que ser "más cínica o por lo menos estar más cerca de la realidad". Pero que, en lugar de eso, era "una poeta callejera intentando recitar sus versos a una multitud que le hacía jirones en la ropa". Leyendo a Mailer, y a la propia Monroe, resulta inevitable preguntarse 

"Ay maldita sea me gustaría estar muerta/absolutamente no existente/ausente de aquí/de todas partes pero cómo lo haría/Siempre hay puentes/-el puente de Brooklyn-/Pero me encanta ese puente (todo se ve hermoso desde su altura/y el aire es tan limpio) al caminar/ parece tranquilo a pesar de tantísimos/ coches que van como locos por la parte de abajo. Así que/ tendrá que ser algún otro puente/ uno feo y sin vistas/ salvo que/ me gustan en especial todos los puentes/ tienen algo y además/ nunca he visto un puente feo", escribe la actriz sobre una hoja membretada del Waldorf Astoria.

El regalo final

Poquísimos directores la llamaron para papeles tan complejos como su personalidad merecía. Arthur Miller reescribió algunos de sus roles y confeccionó uno de los guiones más potentes que se haya pensado jamás; en sus frases, la vida se inmiscuye en parlamentos que resuenan como advertencias, con la ponzoña de un regalo que predice tragedias. Se trata de Vidas rebeldes (1961), una novela escrita por Arthur Miller –no es del todo guion, ni del todo novela dice él- y que Tusquets recuperó en 2015 con motivo del centenario del dramaturgo. Ese libro que, en un día como hoy, valdría la pena releer como la joya trágica que es. Será justamente ese el que servirá a John Huston para rodar un western que reunió en el desierto de Nevada a tres estrellas que comenzaban a apagarse: Clark Gable, Marilyn Monroe y Montgomery Clift. Aquel filme fue, a su manera, el fin de cada uno de sus protagonistas.

Gable rodó enfermo y murió tres días después de acabar la filmación; Monroe veía desmoronarse su matrimonio con Miller e incubaba una crisis que la llevaría a la clínica psiquiátrica Payne Whitney y Clift estaba completamente enganchado a las drogas. Se dice incluso que durante el rodaje un equipo médico debía hacer guardia permanente para vigilar a Montgomery Clift y a Monroe. Los productores de United Artists nunca estuvieron del todo convencidos y apuraron la filmación lo más que pudieron. Vidas rebeldes fue acaso, hay que insistir, un regalo envenenado de Miller a su mujer. La escribió –dicen algunos como Norman Mailer- para probar que ella podía ser una actriz dramática y sin embargo algo en su argumento deja al descubierto la turbia trastienda de la biografía. "¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?", le dice el vaquero interpretado por Clark Gable a Roslyn, la mujer divorciada a la que Marilyn dio vida como si invocara a su propio fantasma.

De no habérsela arrancado, la vida de Marilyn podía haber alcanzado los 90, una cifra inexistente que apetece celebrar con los gestos inútiles de la nostalgia. Un repaso a sus imágenes, a esa foto de Bettman que abre las líneas de este reportaje. Tenía apenas 30 y ya sentía muerta.  El vértigo soplaba fuerte en la enorme azotea de su cuerpo. Y si acaso ella lo cubría con vestidos semitransparentes era porque no fueron sino mortajas. Nunca un fantasma nos pareció más hermoso. Vidas rebeldes no hace más que dar claves y todas conducen al final del camino. Cursum perficio, esa pequeña inscripción que presidía su casa de Bretonwood, de donde nunca salió con vida.

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