Quantcast

Cultura

"Yo quería ser Ray Loriga de mayor y ahora que lo soy no lo soporto"

Ray Loriga regresa con la novela Zaza, emperador de Ibiza (Alfaguara, 2014)

De no haberse presentado, habría sido la cuarta vez que Ray Loriga no llega a una entrevista concertada con quien escribe esta nota; también el segundo plantón en lo que va de tarde. Pero se presentó, borracho. En la mesa del hotel donde esta conversación ha de ocurrir, reposa una copa con una aceituna ensartada en un palillo. “¿Es eso un Dry Martini? ¡Qué maravilla, Dios mío! Un Dry Martini: el único mar que tiene Madrid”, dice el hombre que ha llegado, una hora más tarde de lo acordado, para hablar de Zaza, emperador de Ibiza (Alfaguara, 2014), su novena novela tras ocho años de silencio. Sí, ocho. Porque ésa, la de los vampiros –El bebedor de lágrimas-, mejor ni mencionarla. “Tenía que comprarle uniformes a mis hijos. Aunque es curioso, el único que me llamó para decirme que le gustaba fue Enrique Vila Matas”, dice Ray Loriga sosteniendo un cigarrillo que no encenderá.

Zaza, el libro que ha escrito Loriga es -como esta tarde- un delirio. Un camello retirado, Zaza, vive tranquilamente en Ibiza. No quiere problemas. “Es un buen muerto”, escribe Loriga. Pero la llegada al mercado de una nueva droga que hace felices a quienes la consumen lo trastoca todo. Entre otras cosas porque la sustancia –legal, además- se llama como él, Zaza, y como un enorme barco de lujo que atraca en el Puerto de Ibiza. Entre disparatadas escenas de las que entran y salen narcos, médicos, químicos, grandes laboratorios y hasta la burguesía surafricana, el ex camello recibe una oferta: convertirse en el emperador de una Ibiza independiente. Sí: grupos poderosos quieren financiar la independencia balear. Zaza acepta de buena gana, pero con una condición: no puede abandonar el gran barco de lujo, tampoco pisar tierra. Su fortuna dependerá de su deriva.

“¿Es eso un Dry Martini? ¡Qué maravilla, Dios mío! Un Dry Martini: el único mar que tiene Madrid”, dice Loriga

Algo de Zaza hay en el Ray Loriga de esta tarde. El eterno joven escritor. El hombre que iba a todas partes con sus cejas siempre furiosas y hermosas mujeres rubias prendidas del brazo. Aquel al que comparaban con Kerouac; el que se fue de gira con Allen Ginsberg; el niño mimado de Prisa y Almodóvar. El que se metió, juntas, todas las drogas del mundo y ahora sólo quiere jugar a la petanca. Uno al que nadie ha permitido envejecer y que ahora presenta una novela en la que no sólo se ríe de sí y lo que le rodea. Porque es verdad. No se ríe Loriga, se descojona. De todos y de todo: de los nacionalismos; las drogas; los mercados; incluso de aquel que alguna vez escribió sus mejores páginas en una novela lejana llamada Trífero. 

“¿Has visto que Zaza vive como en un sueño imposible, que no quiere aceptar qué es la realidad?”, dice Ray Loriga sosteniendo un Martini que aún no bebe. “Así vivo yo”. Para quien sepa la afición de Loriga a los deportes –es un futbolero redomado y amante del patinaje sobre hielo- sería fácil entender que estos juegos de invierno le traigan un poco distraído. “Me he quedado dormido, todo es culpa de los Olimpiadas de invierno; las dan hasta muy tarde. Cuando mi hijo ha llegado del colegio por la tarde me ha dicho: ¡Papá, vete a hacer entrevistas!”. Hablará de sus hijos muchas veces esta tarde. Muchas.

Esa risa rota que invade a sus personajes, es la misma que esta tarde suelta Loriga. Un algo de estropicio y hartazgo.

En las páginas de su novela, al hablar de Zaza, esta droga que hace reír a simios y humanos, la describe el escritor como una sustancia que trata “no sólo de curar la angustia, sino de enfermar la alegría”. La risa, esa risa rota que invade a sus personajes, es la misma que esta tarde suelta Loriga. Un algo de estropicio y hartazgo. Un cansancio de años. Una tristeza, acaso un miedo, que habla con la lengua pesada y el corazón lleno de humo.

-Nadie, jamás, le ha permitido envejecer. ¿En esta novela se ha dado el permiso?

-Sí. La pregunta es la respuesta –dice renunciando a ese gesto suyo de apretar las mandíbulas-. Publiqué mi primer libro a los 21 años, ahora tengo 47. Son muchos años. He sujetado a mis hijos, les he dado de comer, he tenido mil aventuras y dije: ¿Por qué no un libro para mí? Para reírme, para hacerme gracia a mí mismo, para caerme bien a mí mismo.

"Los cobardes, sabes, no escriben libros", comenta Loriga al hablar de su última novela

Dos periodistas apuntan en sus libretas y una delgadísima responsable de prensa cruza la pierna en una butaca mientras Loriga interpreta una versión de sí mismo en la que desparpajo y tristeza, lucidez e histrionismo, se tocan. “¡Te puedes reír de todo, mi vida. La risa es una posición frente a los asuntos de la vida. Yo no critico el mundo, lo veo. Tú no escribes un libro sobre el mundo, escribes un libro desde un lugar del mundo. Hay que esquinar la mirada y ser valiente. Los cobardes, sabes, no escriben libros”, dice.

-¿Cuál es la diferencia entre reírse y descojonarse?

-Eso suena a que hay grados de la risa. Capitán de la risa. Coronel de la Risa. Mariscal de la Risa y me descojono de la risa… -Loriga despacha una risotada popellesca, que diría Juan Marsé, pero de pronto vuelve en sí y agrega, solemne-. Cuando has visto a Franco, pierdes el miedo a muchas cosas –ahora Loriga arregla su voz para que suene como un pito y exclama-: Españoooooles, estamos aquí el día de la nacionalidaaaaaaad –hace una pausa, recupera su voz-.  Cuando has visto eso te preguntas ¿esto es el poder?

"Un hombre con el viento en la cara no necesita una causa. Es lo suficientemente independiente para no necesitar la independencia de nada".

Nacido en 1967, Loriga tendría siete cuando Franco todavía vivía. Le llevaron, dice él, dos veces a verlo. Una en la plaza de Oriente y otra en Colón. “Yo recuerdo aquella España en blanco y negro. Ni siquiera salía el sol. No era sólo la televisión. Todo estaba en blanco y negro. Cuando has visto eso te empiezas a preguntar: qué nos pasa. ¿Qué nos está contando toda esta gentuza?”

-¿Acaso su Zaza no tiene algo de ese delirio de grandeza? Es el emperador de una Ibiza independiente.

- Zaza pertenece más a la tradición marinera de Conrad. Un hombre con el viento en la cara no necesita una causa. Es un individuo lo suficientemente independiente para no necesitar la independencia de nada.

Zaza, dice Loriga, se le ocurrió yendo en coche. No sabe conducir. Por eso le llevan a todos lados, lo cual, según él, le impone la obligación de mirar a través de la ventanilla. “Cuando veo a un señor o una señora en un banco al sol, pienso: eso quiero ser. Y eso es Zaza: el señor de la petanca. Cuando sea mayor quiero jugar juegos que no hagan daño. Por eso Zaza es un viejo prematuro. Porque yo, como él, soy un buen muerto”, espeta, con una cierta elocuencia más cercana a la simpatía que le producen sus propias palabras que a la dicha envenenada de cumplir con una agenda de promoción de una novela.

"En aquellos años me sacaba papeles de cocaína de los bolsillos. Si no muero ahora, no muero nunca, pensé. Pero no me morí"

Pero de pronto, como en una ráfaga inspirada por la aparición de la muerte en la conversación, Loriga da un sorbito a su Martini y cambia de tercio. “Mi primer suicidio fue el rock and roll. Deja un bonito cadáver, ese fue mi primer mantra. Pero da la casualidad de que no me morí, de milagro. Una vez, volaba de regreso de Buenos Aires después de estar con Fito, La Claudia y Charly García demoliendo hoteles –se ríe, pícaro o macabro y repite el estribillo de la canción: demoliendo hoteteles, demoliendo hoteles, dice-. En ese avión estaba casi muerto. Cuando te metes tanta cocaína, en algún momento tienes que bajarla con heroína, es un snowboard. Yo iba de snowboard. En aquellos años me sacaba papeles de cocaína de los bolsillos. Eran tantos que no sabía qué hacer con ellos. Si no me muero ahora, no me muero nunca, pensaba. Pero no me morí. Y dejé las drogas. Eso no quiere decir que no siga pensando en ellas como territorio geopolítico”.

Las drogas son, en efecto, un tema. Un tema en su vida y en esta novela. Algo de eso hay en Zaza, emperador de Ibiza, una reflexión más o menos apañada que plantea que las drogas, las que más joden, ya están legalizadas. “Lo que pasa es que las cobran unos suizos que son más listos que nosotros. Pero así va ese negocio”.

-Y en el negocio literario, ¿cómo le va a usted?

-Si la literatura fuera un negocio –Loriga suelta una carcajada-. Es un negocio suficiente –toma aire y canta a todo pulmón, a ritmo de tango-: porque no engraso mis ejes, me llaman abandonado… Es un negocio para pequeños aventureros que viven de lo que escriben -canta, otra vez, ahora más alto-: Porque no engraso mis ejes, me llaman abandonado, si a mí me gusta que suenen, pa’ qué los quiero engrasaos… Es un negocio de uno solo, pero no para una empresa.

-¿Cómo está?

-Borracho.

-Aparte de eso. El Ray Loriga que empezó con Héroes y Lo peor de todo, ¿cómo se siente ahora?

-Le tengo un cariño enorme al niño que soñó con ser escritor. Yo tenía 14 años y me senté solito, con un folio –se encoge, y hace como que escribe y dice con voz enana: “Ya sé lo que voy a ser, voy a ser escritor”-. Y 34 años después estoy aquí. Yo soy el hombre que sujeta a ese niño. Más o menos ha sucedido bien, hasta hoy. ¡Mi hijo me estudia a mí! Caigo en selectividad. ¡Salgo en selectividad!

-¿Y eso qué le genera?

-Una mezcla de orgullo y desconfianza.

"Más o menos ha sucedido bien, hasta hoy. ¡Mi hijo me estudia a mí! Caigo en selectividad. ¡Salgo en selectividad!"

Los temas flotan en el aire como lo hacía hasta hace poco la aceituna en el Martini. La conversación salta enérgica de un lado a otro. A veces se anega, en otras se acelera. En ese sumidero, toca entonces hablar de la felicidad que su personaje, Zaza, ve pasar como quien mira abobado un macarrón con queso. “La felicidad es un estorbo. Es un invento pequeñoburgués como el ascensor. Nadie nos ha llamado para la felicidad, ni siquiera nos hemos presentado”, dice Loriga. Algo se aprieta en el aire, que de pronto se ha vuelto un músculo: se contrae, se relaja; se contrae, se relaja. Y resulta acaso inevitable al verle preguntarle alnovelista que escribió El hombre que inventó Manhattan, si no está harto de la imagen que de él se tiene.

-¿Hasta qué punto está usted hasta las pelotas de ser…?

-¿De ser Ray Loriga…? –dice sin dejar siquiera que la pregunta llegue a su fin-. Estoy hasta los huevos de ser Ray Loriga. Ten cuidado con lo que deseas... Yo quería ser Ray Loriga de mayor y ahora que lo soy no lo soporto. Soy un Batman que está harto del traje, pero por otro lado me hace gracia ser Batman. Es divertido. Mis hijos se ríen con eso. Cuando escribí Héroes, pensé: el éxito no va a ser así para siempre. Uno no puede ser el mismo toda la vida. Tienes que cambiar, has viajado, has demolido hoteles con Charly García. Ahora me pagan por escribir poemas sobre los jardines de Lisboa… ¡De Lisboa! ¡De Lisboa! –imita el acento portugués-.Hay mil vidas en mi vida.

"Estoy hasta los huevos de ser Ray Loriga. Soy un Batman que está harto del traje"

Las copas tintinean en un bar de paredes acristaladas en el que la tarde ya se ha vuelto noche y un hombre de cejas que fueron furiosas repite, con una risa floja, “demoliendo hoteles, demoliendo hoteles”. Entre Ya sólo habla de amor y Zaza, emperador de Ibiza, Loriga publicó dos libros, cada uno a su manera, magnífico: Los oficiales y el destino de Cordelia y Sombrero y Mississippi. Sin embargo abandonó la narrativa y si volvió a ella fue para escribir una novela juvenil sobre vampiros. ¿Qué le pasó? “Tenía que pensar en algo. O el anticipo de mi anterior novela llegó hasta ahí. También hay razones comerciales. Yo cuidé de mi mujer y mis hijos hasta que duró el éxito de mi anterior novela –habla, otra vez como una madre coraje- ahora tengo que volver a jugar”.

La conversación se apaga, se disuelve entre el inevitable fútbol  -“Fernando Redondo sería el mejor narrador de todos”, dice- también en su madridismo, que despacha con una chulería a veces entrañable. La tarde llega a su fin y la necesidad de fumar se impone. Los periodistas convocados agradecen, piden la firma de un ejemplar que Ray Loriga garabatea riendo. Los reporteros se marchan. Queda un periodista más, el de la última entrevista de la tarde.

Un cigarrillo helado en la Gran Vía se esfuma con el viento del temporal. Un Camel Blue se consume entre los dedos gruesos que tendría alguien que trabaja la tierra en lugar de escribir novelas. Toca, acaso, dar las gracias a un hombre que luce exhausto, alguien para quien hablar de sí mismo es, a la vez, un gustito y una condena. Ray Loriga da la última calada y se sube el cuello del abrigo. “Soy un monstruo que yo mismo he construido. Y no sé cómo salir de ahí. Esa obligación de ser yo mismo me pesa, me fastidia, me aburre. Cuando se colgó Foster Wallace me empecé a preocupar. Somos exactamente del mismo año. Cuando se mató pensé: cuando veas las barbas de tu vecino arder…”, dice mientras los pajaritos de los semáforos de Madrid cantan aunque el cielo sea ahora negro y en esta calle no haya un solo árbol.

"Cuando se colgó Foster Wallace me empecé a preocupar. Somos exactamente del mismo año. Pensé, cuando veas las barbas de tu vecino arder"

Loriga avanza a lo largo del salón lleno de mesas y se dirige a recibir al último periodista de la tarde.  El escritor toma asiento, da un trago a un tercio de cerveza y sonríe. A lo lejos se oye la misma historia, otra vez.  “Zaza es una novela acerca de…”. ¿Cuántas veces habrá repetido esa frase en los últimos dos días? Y quien mira la escena de lejos, unas mesas atrás, se pregunta qué obliga a un hombre que escribe a explicar, de viva voz, lo que ya dicen sus páginas. ¿Por qué? ¿Por qué ha de dar titulares, aclarar si habla o no de Artur Más o si hay o no que legalizar las drogas?

Para quien mira, agazapado, un algo extraño sube por la garganta al detallar el perfil de un escritor al que se le han desteñido los tatuajes y  no lleva sobre la mirada las cejas furiosas de antaño. Alguien que habla con la lengua estropeada de quienes sienten una soga al cuello. Para quien mira, agazapado, aparecen en la mente palabras. Cosas de esas que se descuelgan como se descuelgan las barbaridades  del cuello de un Martini, “el único mar que tiene Madrid”.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.