Quantcast

Cultura

Algo se rompe, algo hace crack: el escritor mexicano Ignacio Padilla muere en un accidente de tráfico

Ignacio Padilla, escritor mexicano fallecido en un accidente de tráfico.

Algo se rompe este sábado. Sí. Un hueso, un afecto, un autor. 20 años después de que Sergio Gómez y Alberto Fuguet se rociaran con gasolina y encendieran la hoguera de McOndo, aquella antología que reunía lo mejor de la generación del Crack mexicano –el libro que dio el permiso a autores y lectores de llevarle la contraria a la literatura del Boom-, llega la noticia de la muerte de Ignacio Padilla (1968-2016), una de las grandes firmas de aquel grupo. 

A sus 47 años, el autor que formó parte de la renovación literaria mexicana –y del resto del continente- ha perdido la vida en un accidente automovilístico. Viajaba rumbo a Guadalajara cuando encontró la muerte. La información ha sido aportada por la Secretaría de Cultura de México. Padilla era miembro de la la Academia Mexicana de la Lengua (AML) y uno de los más potentes y brilllantes narradores que se abrieron paso en los noventa. Ahí donde sólo podían volar las mariposas amarillas de Macondo, Ignacio Padilla y su quinta entraron con la fuerza de un río. En sus textos -los del crack- aparecían los McDonalds, los ordenadores Mac, los grandes edficios y las ciudades asfixiantes. Nada tenía por qué ser hermoso. Nada.

Padilla y su generación del crack eligieron ser su propia grieta. Quisieron romper. Ocurre, sin embargo, que en aquel entonces todo en América Latina se rompía. Todo.

Cuando el mercado editorial prefería publicar las obras de escritores representativos del realismo mágico de Gabriel García Márquez, o autores como Alejo Carpentier, Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa, Ignacio Padilla junto a los (entonces) novísimos autores del la Generación del Crack (Jorge Volpi, Palou, Eloy Urroz o Ricardo Chávez y en la que entraron también autores como el colombiano Santiago Gamboa), ponía de patas para arriba el mundo literario. Con talento, olfato y letras. Tecla a tecla, las suyan eran de puro hierro. Su maduración como escritor lo llevó a diseñar novelas consistentes, corpulentas. Novelas en las que valía la pena quedarse a vivir.

Sus páginas nos dieron el permiso de no tributar en la catedral literaria de los sesenta y setenta latinoamericanos. Ellos -la generación literaria de los años noventa en México- eligieron ser su propia grieta. Quisieron romper. Y como toda rebeldía es adánica y pretenciosa, decidieron bautizarse con un anglicismo: crack. Pero en aquel entonces todo en América Latina se rompía. Todo. La economía, la socialdemocracia, el futuro, los plazos para pagar las deudas al FMI. A los que habitábamos el continente,  el mundo se nos venía encima. Las herencias eran peso, lastre. Todo hacía crack. Por eso ellos, incluyendo a Ignacio Padilla, fueron el sonido de esa fractura.

Considerado uno de los mayores exponentes de esa corriente, entre sus libros sobresalen los relatos Subterráneos (Premio Nacional de las Juventudes Alfonso Reyes 1989), novelas como Si volviesen sus Majestades -de las cinco grandes obras que dejó el movimiento del crack- y Espiral de artillería. A estos se suma Amphitryon (2000), una catedral literaria que le valió el Premio Primavera de Novela otorgado por la editorial Espasa-Calpe y que fue concedido mismo año en que su amigo Jorge Volpi recibía el Premio Seix Barral por En busca de Klingsor. Venía a por todas el crack mexicano. Venía a por todas Padilla. Caminaba y escribía a quemarropa. Nadie gana un Juan Rulfo sin esas armas, nadie. Él lo hizo.

Si volviesen sus Majestades es considerada, todavía hoy, como una de las cinco grandes obras que dejó el movimiento del Crack

Padilla -como muchos de sus compañeros de generación- llevaba el espíritu del crack, el aliento de la renovación; las ganas de ser mejor que sus mayores. La tradición de la ruptura, que diría Octavio Paz. "Las novelas del Crack no nacen de la certeza, madre de todos los aniquilamientos creativos, sino de la duda, hermana mayor del conocimiento..., las novelas del Crack apuestan por todos los riesgos. Su arte es, más que el de lo completo, el de lo incumplido", aseguraban en aquel manifiesto lejano del que parecen haber bebido los realvisceralistas de Roberto Bolaño. La madurez y la moderación hicieron de Padilla un autor firme, con musculatura. "Quiero un lector que se tome la molestia de leer novelas. Quizá por eso alcanzaré pocos lectores, más sé que algunos de ellos serán muy buenos", dijo hace ya más de 14 años, justo cuando comenzaba a treparse a la cresta de una ola definitiva que hoy vemos alejarse con la espuma de lo que puede no amanecer. Por eso, de alguna forma, este domingo no tendrá sol. 

Formado en la Universidad Iberoamericana, Ignacio Padilla se graduó de maestro en la Universidad de Edimburgo. Fue, además, doctor en la Universidad de Salamanca. También investigador del Centro de Estudios Cervantinos, profesor en la Universidad Iberoamericana y titular de la cátedra Rosario Castellanos, en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Su voz literaria la dedicó también a la literatura infantil. "Si no existiera la literatura para niños, no tendríamos literatura para adultos porque tampoco había lectura, ni amor por los libros", dijo hace poco en México, durante el ciclo Protagonistas de la literatura mexicana. Ha muerto Ignacio Padilla. Este agosto, un hueso se rompe. Un hueso lector y escritor se astilla. Acaso demasiado pronto. Sí. Demasiado pronto.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.