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Cultura

Los escritores en la Feria se sienten a veces "como caballos en sus boxes"

Editores y libreros no se podrán quejar del gentío que, a pesar de la crisis, ha acudido este domingo a la Feria del Libro de Madrid. Otra cuestión será lo que compren esos visitantes, pero muchos de ellos hacían cola para conseguir la firma de su escritor predilecto, un ritual que cada año parece cobrar más fuerza.

Para casi todos es una experiencia "muy grata", y a algunos le va "muy bien", como le sucede a Almudena Grandes, que acude siempre a la feria y con colas de campeonato. "Me parece milagroso que la feria esté tan llena, tal y como está este país y en una ciudad donde la mayoría de la gente tiene el dinero en Caja Madrid". "Es un motivo para la esperanza", le decía a Efe mientras firmaba "El lector de Julio Verne", su última novela.

Javier Marías repite también cada año y vive esta experiencia como algo "muy agradable, aunque un poco cansado". La gente en general "es muy educada y muy agradable y te dan ánimos para que sigas escribiendo", aseguraba el autor de "Los enamoramientos". "Te dan energías momentáneas; ojalá duraran. Luego lo que pasa es que, cuando llegas a casa y te pones a escribir, ya no te acuerdas de eso", comentaba este gran novelista.

Tampoco se pierde la feria Luis Antonio de Villena. Acude a ella desde 1978, aunque el ritual de firmar ejemplares le hace sentirse a veces "en una actitud muy incómoda: pareces un vendedor de frutas o de hortalizas". Pero comprende que "es una manera de vender". Entre sus lectores los hay de todo tipo, desde "la persona que solo quiere que le firmes el libro, hasta gente maniática, como una señora que le pidió que le pusiera "algo bonito", y así lo hizo de Villena: "A Carmen, algo bonito".

El contacto directo con los lectores es "una buena experiencia" para Eduardo Mendoza, aunque haga calor, como sucedía hoy. "Todo tiene un precio", reconocía el autor de "El enredo de la bolsa y la vida", otro de los grandes novelistas españoles.

A Eugenia Rico le entusiasma la feria, aunque el hecho de pasar horas metida en una caseta la hace sentir "como los caballos en sus boxes, o como las prostitutas de Amsterdam, pero sin cristal". La autora de "Aunque seamos malditos" defiende con entusiasmo la labor de los libreros, porque "establecen barreras contra la barbarie", y la de los escritores, "los últimos brujos de una religión que está desapareciendo".

Las anécdotas se multiplican

Los hay que son amigos y no les importa compartir caseta, como a Luis García Montero y a Benjamín Prado. Para el primero, venir a la feria es necesario, y más en un momento como el actual, en el que la crisis "está afectando al sector del libro".

García Montero ha firmado un libro "a dos jóvenes que se van a ir a vivir juntos y quieren que el primer objeto común que entre en la casa sea un poemario mío". Ayer firmó un libro a una madre que, en la boda de su hija, el mes pasado, había escuchado un poema de García Montero. Los versos los leyó "con mucho esfuerzo" un hijo de esa señora, que "es tartamudo y que tuvo que ensayar mucho para que le saliera bien".

"Es una experiencia sincera. Vienes aquí, la gente compra tus libros, te dicen algo agradable normalmente sobre ellos. Te das cuenta de que los lectores existen, que no son una ficción", añadía Prado.

Manuel Vicent recomienda tomarse este ritual "con humildad, tanto si firmas muchísimo como si no", decía este escritor muy cerca de donde el dibujante Francisco Ibáñez no paraba de poner su nombre en ejemplares de Mortadelo y Filemón. Para el diplomático Inocencio Arias, acudir a la feria es "una experiencia amena y enriquecedora".

Este año, en época de crisis, no le está yendo mal a Arias, que aprecia de veras a esos lectores interesados por la buena literatura o por el ensayo político, género este último al que pertenece su libro "Los presidentes y la diplomacia".

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