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Cultura

Antonio Papell: "Es imposible que un progresista sea nacionalista"

La irrupción de la crisis subprime, el colapso del sistema financiero, la puesta en marcha de un programa de reformas y recortes y el contagio de una agresiva ola de pesimismo y descrédito hacia los líderes políticos entre los ciudadanos llevan hoy a preguntarse por la vigencia de instituciones como el Estado y la política como práctica. ¿Qué ha sido hoy del consenso sobre el cual se construyó el Estado de Bienestar? ¿Queda todavía algo del piso común sobre el que se levantaron las principales conquistas de la socialdemocracia? ¿Qué es? ¿Cuál es su legado y cómo debe ser repensada? 

Son ésas las principales preguntas que el periodista y escritor Antonio Papell se hace en su libro El futuro de la socialdemocracia, presentado ayer en Madrid y en el que el autor somete a revisión, a través de una especie de decálogo, cuáles son las reivindicaciones sobre las que se estructuró no sólo el Estado de bienestar tras la reconstrucción europea posterior a la segunda guerra mundial sino también cuáles son, a su juicio, los desaciertos del actual discurso conservador frente a una izquierda que debe afrontar la tarea urgente de replantearse en el concierto europeo.

-Social democracia y futuro son dos palabras que, juntas, invitan a la ironía e incluso a la sospecha, la recriminación. ¿Qué va a encontrarse el lector en este libro?

-El lector se va a encontrar la declaración bastante obvia de que la crisis actual es responsabilidad del modelo vigente del neoliberalismo, producto de la regulación económica y financiera. Parece lógico entonces mirar soluciones que habían sido descartadas desde los 70 por una serie de tópicos planteados por la Escuela de Chicago y London School  of Economics, es decir,  Tatcher y Reagan, quienes elaboran su gran mentira: lo público es malo, por ejemplo. Ha llegado un momento en que la avaricia de las partes y la avaricia de los actores nos ha traído las hipotecas basura y la recesión global.

-Planteado así, esto parece un debate en blanco y negro, buenos versus malos… Y las responsabilidades dentro de la socialdemocracia obedecen más bien al terreno de los matices.

-Existe una demanda democrática de reconstruir el debate ideológico. La izquierda ha perdido su discurso y hay que reconstruirlo. Primero desmontando los grandes tópicos de que el Estado es una amenaza para las libertades. Eso no es así. El Estado garantiza las libertades de los que menos tienen para hacerse escuchar. Por eso, la reconstrucción del Estado es básica, la gente tiene anhelo de igualdad, seguridad y libertad en forma de servicios públicos, en forma de seguridad, salud, educación: desde el seguro de desempleo hasta salud, o  la seguridad de tener tu piso sin que se lo vayan a quitar. Estoy convencido de que cuando termine esa crisis habrá demanda de soluciones socialdemócratas. Lo que ocurre, es que los liberales aprovechan la crisis para destruir el Estado de Bienestar.

-¿Y dónde quedan las responsabilidades previas en la gestión de ese Estado de bienestar en el momento en que la izquierda gobernó, por ejemplo?

-Soy escéptico sobre pedir responsabilidades retrospectivamente. Tenemos la experiencia de haber superado el franquismo sin pedir responsabilidades, mirar atrás nos llevaría a terrenos muy pantanosos. Quienes calentaron la burbuja inmobiliaria tienen las responsabilidades y eso empezó, en realidad,  a mediados de los noventa. Eso implica hablar de Solbes, de Rodrigo Rato y luego, claro de la legislatura Zapatero, de una serie de políticos ineptos que hicieron una pésima gestión.  Yo no sé entonces si eso de pedir responsabilidades es muy útil. Después de lo ocurrido hay que reconstruir  lo que vale la pena. Hay que recuperar los viejos elementos positivos del Estado de Bienestar, por ejemplo, lo público.

-¿Cómo? Dé ejemplos…

-La sanidad y la educación pública son los pilares de la equidad y prueba de eso es que países tan potentes como los EEUU no dejan de intentarlo, ese afán de seguridad la gente lo quiere. No tengo nada contra la empresa privada, nos trata de combatir el capitalismo, sino de construir elementos colectivos, comunes, conceptos como el impuesto negativo, en el que, el que menos tiene debe incluso, recibir algo. Tenemos que avanzar por ahí. Lo que no tiene motivo es lo que dice Botín, que no hay otra vía  y que sólo hay un solo camino. Todas las democracias tienen varios caminos.

"Una de las condiciones para que prospere la social democracia  es la internacionalización"

-Usted dice futuro. Hablemos de futuro entonces. ¿Cómo se puede replantear la socialdemocracia de una manera concreta, real? ¿Cómo se puede decir futuro sin que suene … negro?

-El futuro no es negro si se hace bien. Si no se internacionalizan las naciones, no habrá futuro político. El terreno de juego es la eurozona, lo que debe de hacerse es. Si existe un gran partido popular europeo, debe construirse un gran partido social demócrata a escala europeo. No se puede hablar de socialismo en España si no se hace en el resto de los países europeos, y una vez que se consiga eso, sí se pueden plantear opciones alternativas. Si se coordinan España, Italia y Francia, son más del doble que Alemania  en PIB y sí pueden plantar cara. Una de las condiciones para que prospere la social democracia  es la internacionalización.

-¿Cómo se puede plantear una internacionalización cuando existen debates domésticos en los que no hay posibilidad de consenso, por ejemplo, España?

-Hay un decálogo en el libro sobre qué sería necesario para el resurgir de la socialdemocracia y una de las cosas que habría que contemplar es la incompatibilidad entre la izquierda y el nacionalismo,  y eso en España hay que aclararlo. Es imposible que un progresista sea nacionalista,  es parte de la dignidad del individuo. El progresista no puede pensar que existen colectividades superiores a las demás que es lo que dice los nacionalistas; deberíamos terminar con esas ambigüedades. 

-Para ambigüedades podríamos comenzar, por ejemplo, por las que afronta este momento la izquierda española, sin ir muy lejos el PSOE…

-El partido socialista tiene un problema de prestigio, de credibilidad, porque se equivocó en la legislatura anterior. Lo que me parece evidente es que quienes cometieron esos errores no son acertados como representantes.  El PSOE no tiene un problema de ideas, sino de legitimidad lo que pasa es lo que pasó entre el 96 y el 2000 cuando González perdió frente a Aznar y  el viejo aparato pretendió mantener el control, cuando Borrell presentó su candidatura. Eso se zanjó con un congreso abierto  y se presentó la generación siguiente. Aquí tiene que pasar lo mismo. Los protagonistas del desastre anterior nos serán los que saquen al partido de su situación actual.

-Ha hablado usted de socialdemocracia, de internacionalización, pero… está consiente de que una parte de la ciudadanía, representada en movimientos como el 15M, por ejemplo, no quiere oír hablar de política.

-Yo creo que se está siendo injusto en la crítica, es evidente que hay una mala calidad de la política, pero sin políticos no hay democracias. En nuestras democracias delegamos en intermediarios que conocen los entresijos de la política y detentan en nuestro nombre la soberanía. Lo que debemos hacer es incluir la regeneración democrática.

-Pero hay un descrédito. ¿Qué se hace con eso, ciudadanamente hablando?

-El descrédito político  se debe a causas objetivas. La ley electoral que fue útil en el 75, que dio cabida a ciertas minorías y evitó otras, tiene defectos. Las listas cerradas y bloqueadas, en lugar de promocionar a los mejores, lo que hace es castrarlos y ha impedido la relación  directa entre el elector y el elegido. Eso que se da entre sistemas como los británicos, aquí es imposible hay que cambiar el sistema con moderación y dentro de una reforma constitucional que me parece necesaria. Yo creo que hay que defender con uñas y dientes a la clase política que trabaja con dedicación y que no se merece el descredito actual, hay que reformar y hacer pedagogía que no todos los políticos son iguales, y que hay una mayoría que es gente muy sana que trabaja por el bien común

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