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Cultura

Karina Sainz Borgo: “Hay discursos que disimulan mejor a un verdugo; uno es el de la igualdad”

Karina Sainz Borgo y Antonio Lucas

Al iniciar la novela de Karina Sainz Borgo, uno tiene un déjà vu: “Enterramos a mi madre con sus cosas”, dice la primera frase. Rápidamente, viene a la memoria El Extranjero, de Camus. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No sé”. Son muchos los matices en unas pocas palabras y muy diferentes sus formas de abordar la desesperanza y el desarraigo. El francés, con su existencialismo punzante y adusto. Karina, con esa fina lente que le permite extraer infinidad de matices de su entorno, pero, a la vez, describir con método cartesiano la realidad que más duele. Es prosa ágil y de digestión lenta.

Y es literatura enraizada en el país que vio nacer a la autora y que ahora confiesa que no reconoce, pues sus cimientos fueron abrasados por el napalm del sectarismo. ¿Por quién? No será aquí donde se cite a sus responsables por obligado respeto a la escritora, que tampoco los nombra en la novela, 'La hija de la española' (Lumen).

El acto de presentación del libro me generaba cierta curiosidad, pues Karina tiene el don de la discreción y no es habitual escucharle hablar de sí misma. Pero este sábado lo ha hecho en la presentación de su novela en Madrid, en la librería Tipos Infames, en el barrio de Malasaña. Eso sí, no sin exhibir algunas veces esa sonrisa nerviosa que delata su timidez. Esta periodista (1982) es taurina y, por tanto, sabe bien que para entrar a matar no conviene serpentear. Por eso, habla de lo suyo con rotundidad, sin rodeos. “Comencé a escribir como intentando no morir con algo que te quema; y a mí Venezuela me quema”.

Ella nació en Caracas y allí vivió hasta hace 12 años. Recuerda Venezuela a 7.000 kilómetros y evoca en su mente una realidad que ya no existe -afirma-, que ha sido destrozada por unos verdugos que desde hace dos décadas -y un carajo 20 años no son nada- han utilizado la excusa de la 'igualdad' para someter a su pueblo con la enésima revolución interminable. Karina cree que las heridas cicatrizarán algún día y la patria se reconstruirá. Pero ya no será el mismo país. La Venezuela actual desaparecerá, del mismo modo que lo hizo la que vivió durante su infancia, sepultada bajo toneladas de infamia. De ahí el desarraigo y el desasosiego que transmite.

"En mi ciudad, ya no me van a abrir las puertas. Ese país ya no me recuerda"

“En mi ciudad, ya no me van a abrir las puertas. Ese país ya no me recuerda. Nadie me reconoce y yo no le reconozco (…). Eso sí, se puede crear otro. Es muy barato, es gratis. Y yo es lo que he hecho (en La hija de la española)”. La novela describe una realidad sustentada en la Venezuela que conoció y en los lugares y personas de su infancia, pero con una peripecia que ha concebido su creatividad. Ella misma deja claro que no ha pretendido en ningún momento ni caer en la denuncia política ni en la reivindicación. Simplemente, contar una historia de supervivientes en un entorno hostil, en el que la violencia y la miseria ocupan un lugar central. Con estos ingredientes, lo de su protagonista, Adelaida, sólo puede definirse como una desventura.

La obra se ha vendido a 22 países y fue publicada el pasado 7 de marzo, en mitad de la tensa espera que existe dentro del país, con la esperanza del cambio en el horizonte, pero todavía bajo el yugo del fanatismo ramplón de sus dirigentes. ¿Se lee a Karina en Caracas? Es un misterio, pues el apagón comenzó el día que se lanzó la novela y todavía no hay luz. En cualquier caso, la autora recuerda que cualquier venezolano debería trabajar seis meses para poder comprarlo, ante la inflación descontrolada que afecta al país.

Vendrán tiempos mejores para este país. Eso sí, el momento de Karina ha llegado, pese al “vértigo” que -confiesa- le genera la popularidad.

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