Quantcast

Cultura

Javier Marías: "Tengo la sensación de que antes escribía mejor"

Javier Marías: "Tengo la sensación de que antes escribía mejor"

Comenzó a escribirla en septiembre de 1990. Javier Marías había regresado de sus años en Oxford y Estados Unidos. Tenía 40 años y seis novelas publicadas. De llegar a terminarla, aquella se convertiría en la séptima y se llamaría Corazón tan blanco, un título inspirado en la frase que pronuncia Lady Macbeth en el segundo acto de la tragedia de Shakespeare, cuando, con las manos llenas de sangre, ella se jacta del color que las tiñe mientras afea el pálido corazón de su marido, acobardado ahora por el crimen lleva a cuestas. Aunque eso Javier Marías no lo tenía tan claro en aquellos días. Cuando en una carta, Juan Benet le preguntó de qué se trataba aquel nuevo libro, Marías no supo qué responder. Sólo tenía cien páginas. Al llegar a las 150, tampoco pudo darle mayores señas. Le ocurre con casi todo lo que escribe, dice: sólo puede ver de qué tratan sus historias después del punto y final. Sin embargo hoy, 25 años después de la publicación de Corazón tan blanco, Javier Marías lo tiene algo más claro. Bastante más.

Cuando en una carta, Juan Benet le preguntó de qué se trataba aquel nuevo libro, Marías no supo qué responder. Sólo tenía cien páginas de 'Corazón tan blanco'

Si fuese una persona y no un volumen de 300 páginas, Corazón tan blanco tendría edad suficiente para votar. Pero ya se sabe que las novelas no eligen gobernantes, les basta con gobernarse a sí mismas. Ésta lo hizo y sigue haciéndolo. Ha dicho Javier Marías que a quienes escriben ficciones los acechan las inverosimilitudes, y aunque el caso no llega hasta ese punto, algo de eso hay en esta historia. De cara a la efeméride, este 16 de febrero el escritor y académico vuelve a las librerías con una nueva edición que publica Alfaguara de aquella novela bisagra con la que pasó de ser un autor consagrado a ser un autor consagrado con 2,3 millones de ejemplares vendidos, una cifra lo suficientemente importante como para abandonar la cátedra de Teoría de la Traducción en la Universidad Complutense que tenía en esos años –el contrato, recuerda el escritor, era lamentable y miserable, 40.000 pesetas- y dedicarse, finalmente, a vivir de su escritura. Curiosa, por cierto, la buena memoria que tiene el novelista para las cifras.

De cara al 25 aniversario de su publicación, este 16 de febrero el escritor y académico vuelve a las librerías con una nueva edición que publica Alfaguara de aquella novela

La inverosimilitud de Corazón tan blanco, sin embargo, no viene dada por las regalías que caben en ese dato, sino por la forma rebuscada y torcida en la que ocurren determinadas cosas cuando de libros se trata. Y de eso ha venido a hablar Javier Marías esta tarde ante una mesa rodeada de periodistas. El autor de Tu rostro mañana y Los enamoramientos lleva una camisa blanca que le hace honores: es rígida e impecable. Mientras habla ante una copa vacía, quien lo observa puede distinguir en el ojal de su americana –a la altura del corazón, todo sea dicho- un diminuto pisa corbata con un retrato esmaltado de William Shakespeare. Pocas veces ha dejado de usarlo desde que se hizo con él, años atrás, en una subasta. Hoy, la prenda significa doblemente.

-La compré hace muchos años ya, en Inglaterra. Había pertenecido a un viejo actor, el protagonista de una película de Hitchcock… y como sus películas se siguen viendo (esos sí con clásicos contemporáneos), quizá la recuerde. Es muy antigua, se llama 39 steps. El actor se llamaba Robert Donat, ganó un Oscar por una versión antigua de Adiós, Mr. Chips. No hizo mucho cine, pero sí teatro. Esto perteneció a él.

-De teatro ni hablemos, por favor –dice entre risas su editora, Pilar Reyes, acaso por las polémicas que ha sostenido Marías con algunos directores en estos días.

-La lleva siempre, pocas veces se deja ver sin ella.

-En los viajes no la llevo porque, histéricos como estamos, temo que me digan ‘esto pincha’ y me lo requisen.

-Con Shakespeare tendría mérito.        

-Ya, ya… pero en los aeropuertos, como conté en un artículo hace un tiempo –Marías es el mejor bibliotecario de su hemeroteca, a juzgar por las muchas veces que hará sus propios pies de página-. Fue en Heatrow. Me requisaron un despertador y otras cosas absurdas. Entonces dije: lo mismo ven esto como un arma y no quiero arriesgarme a perderlo. En realidad es un alfiler de corbata. Era un lote que salió en aquella subasta. Había dos o tres y una pitillera. La pitillera, comos soy fumador, me hizo gracia, así que pujé por ese lote de objetos. Y como le debo mucho a Shakespeare, pues lo llevo. Cuando voy a la Academia también lo uso, en lugar de la insignia de la academia, ya sabe, para provocar: un autor inglés en la Academia. Hay gente que dice : ¿Es Cervantes? ¿Es Quevedo? No, en Shakespeare, digo.

Publicada en 1992, fue la traducción al alemán de Corazón tan blanco, en 1996, lo que supuso un punto de inflexión. Todo ocurrió cuando el crítico alemán Marcel Reich-Ranicki, tras leer una reseña de Paul Ingendaay en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, se interesó por la novela y dedicó largo rato a comentarla en su programa de televisión El cuarteto literario, un espacio de estelaridad cultural en el que, según el propio Marías, apenas unos días antes habían crucificado una novela de Günter Grass y otra de Vargas Llosa. “Dijo unas cosas exageradísimas y exaltadas, que aquella novela debía encabezar todas las listas de bestsellers y que era prácticamente como Dostoievski… entre otras exageraciones. Reich-Ranicki era un hombre muy vehemente”, asegura Javier Marías sin poder disimular un cierto brillo en las comisuras: esa sonrisa impúdica de quienes se sienten halagados, incluso 25 años y 44 traducciones después.

“La posteridad pertenece ya al pasado, era algo que se pensaba antiguamente. Hoy es casi ridículo”, asegura Marías, rascándose la barbilla con los dedos cortos y amorcillados

“La posteridad pertenece ya al pasado, era algo que se pensaba antiguamente. Hoy es casi ridículo”, asegura Marías, rascándose la barbilla con los dedos cortos y amorcillados de quien todavía utiliza la máquina de escribir en lugar del ordenador. "En tiempos como los actuales nada dura; los libros duran seis meses y que este libro continúe leyéndose 25 años después, es para mí algo milagroso. Puedo darme con un canto en los dientes. 25 años hoy día equivalen casi a un siglo". Un año después del episodio alemán, en 1997, y tras su traducción al inglés, Corazón tan blanco, recibió el Premio IMPAC. “Me presenté en Dublín para una ceremonia de entrega inesperadamente solemne, en un castillo de las afueras. Tuve que alquilar un smoking, y al enterarme de que era admisible y de gala vestir kilt en lugar de pantalones (falda escocesa, y obviamente también irlandesa), estuve tentadísimo de optar por ella”. Lo pensó, y a punto estuvo de ponerse la falda, pero “en España esto no iba a caer bien”, asegura. “En España la gente cada vez pierde más el humor, ya en 1997 lo había perdido”, dice. Aunque ahora, claro, las cosas han cambiado… a peor: “Lo hemos perdido todavía más”. En fin, que el asunto de la pajarita, la camisa almidonada y la vistosa falda a cuadros y medias de sport hasta las rodillas le habría costado lo suyo, recuerda Marías ante la copa de agua todavía vacía.

“En España la gente cada vez pierde más el humor, ya en 1997 lo había perdido”, dice. Aunque ahora, claro, las cosas han cambiado… a peor

Así como Shakespeare levantó parte de su tragedia Macbeth en aquella pareja carnicera y ambiciosa, Corazón tan blanco retoma el doblez diabólico que surge entre los hombres y las mujeres, pero desde otro lugar: el de las razones que irrigan una muerte y que desmontan la larga cadena de omisiones y reblandecimientos, de crueldades e hilos que explican el suicidio de un ser frágil y hermoso que se dispara en el corazón justo en el comienzo y cuyo suicidio ha sido considerado uno de los mejores inicios de la literatura española del siglo XX, tanto, que todavía humea como una pistola recién usada:

"No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados. Cuando se oyó la detonación, unos cinco minutos después de que la niña hubiera abandonado la mesa, el padre no se levantó en seguida, sino que se quedó durante algunos segundos paralizado con la boca llena, sin atreverse a masticar ni a tragar ni menos aún a devolver el bocado al plato; y cuando por fin se alzó y corrió hacia el cuarto de baño, los que lo siguieron vieron cómo mientras descubría el cuerpo ensangrentado de su hija y se echaba las manos a la cabeza iba pasando el bocado de carne de un lado a otro de la boca, sin saber todavía qué hacer con él”.

Así descerraja, perdón, así arranca una novela cuyo protagonista y narrador —Juan Ranz— prefiere siempre no saber, consciente de lo peligroso que resulta escuchar: “los oídos no tienen párpados, y lo que les llega ya no se olvida”. Traductor e intérprete de profesión, el recién casado, y en su propio viaje de novios, comprende que la clave de esta muerte está en el pasado y es a partir de ahí cuando se pone en marcha el aparato narrativo. Por eso Corazón tan blanco es lo que es, porque en ella Javier Marías traza las claves de lo que serán sus siguientes historias: el secreto y su conveniencia posible, el camino de quienes intentan descubrirlo, el hablar y el callar, la persuasión, pero –sobre todo- el uso de la digresión como ecuación que alimenta y robustece un relato al servicio de la acción, en este caso aclarar las causas de un suicidio, pero que también aborda las muchas otras posibilidades que una novela puede encerrar en su interior.

Escribir hasta exprimir, llegar a la palidez de los cobardes por la vía de la acción narrativa y en la que, por el camino contrario al que tiñe las manos de lady Macbeth, el lector comprenda cómo los corazones que no quieren saber porqué sangran llegaron a ser tan pálidos: el rencor hacia el padre pero también el largo trasiego de quien, para contar, necesita encender una cerilla en medio de un bosque oscuro, no para iluminarlo, sino para demostrar qué tan enorme y densa en su penumbra.

Veinticinco años han pasado desde entonces y ya casi dos horas de una conversación que se mueve entre lo guionizado y lo paródico

Veinticinco años han pasado desde entonces y ya casi dos horas de una conversación que se mueve entre lo guionizado y lo paródico, ese diezmo del titular que deben cobrar quienes viven de contar noticias en las portadas de los periódicos: desde las preguntas sobre sus polémicas y peleas con el medio cultural, la más reciente su enzarzada con el mundo del teatro por un texto en el que criticaba las adaptaciones contemporáneas de los clásicos en el teatro , hasta elaboraciones sobre el material inflamable del que están hechas las opiniones. “Internet es la imbecilidad organizada”, dice, con razonable frialdad, como para salir al paso.

Para eso, para neutralizar el mundo y sus muchos diezmos, están las novelas. “Son un descanso y una pausa con la realidad”, afirma Marías. Por eso sigue escribiéndolas de la misma forma en que comenzó hace años atrás: “Sin esquema previo alguno. Sigo siendo intuitivo y averiguo lo que escribo a medida que escribo", dice antes de adelantar que prepara nueva entrega de ficción. La terminará en un mes y podría llamarse Berta Isla de Nevinson, una historia ambientada entre finales de los años 60 y los 90 y en la que recupera algún personaje de Tu rostro mañana, Tupra.

Marías, ese hombre sin sed, escucha las preguntas. Asiente, apostilla, acota. Alumbra un bosque oscuro, que ya pinta bodas de plata.

Para la edición conmemorativa que publica Alfaguara esta semana se ha diseñado una entrega especial: la novela, en tapa dura, y un volumen complementario que posee, entre otros documentos, una carta inédita de Juan Benet y fotografías del manuscrito original. ¿Ha releído Marías Corazón tan blanco en ocasión del aniversario? No. Evita leerse, y no necesariamente porque sienta desdén por lo ya escrito, sino todo lo contrario. “Yo de vez en cuando recupero personajes, entonces no me queda más remedio que ir a la novela donde apareció para ver que dije, cómo los describí, ese tipo de cosas. Debo decir que cada vez que lo hago tengo la sensación de que antes escribía mejor. Da igual cuándo sea el antes y cuándo el ahora. Siempre ocurre lo mismo. Por lo cual, si la leyera entera, lejos de temer que sea una porquería, temo que probablemente me parezca mucho mejor de lo que hago ahora”. Tres trozos desmayados de merluza relucen intactos en el plato, como puntos suspensivos. Marías, ese hombre sin sed, escucha las preguntas. Asiente, apostilla, acota. Alumbra un bosque oscuro, que ya pinta bodas de plata.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.