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Cultura

Javier Gómez: "Somos la generación peor preparada para la vida"

El periodista Javier Gómez.

Es un libro raro. Así, a porta gayola, recibe Carlos Alsina al lector en el prólogo de La gran desilusión, un volumen publicado por el sello Círculo de Tiza en el que el periodista Javier Gómez elabora una cartografía de la demolición. Porque lo hace, y a lo bestia. No porque existan rasgos de melancolía o exaltación del pasado como tiempo mejor, sino por las muchas detonaciones que emplea su autor para desmentir el futuro que dábamos por cierto y que llegó ajado a nuestras manos. No es el fin del mundo. Sólo el fin de un mundo. De eso va este asunto. 

Amparado en la idea de que la máquina del provenir se ha averiado –ya sea la de izquierdas, la de derechas o las promesas de utopía Sillicon Valley-, Javier Gómez traza una bitácora del viaje hacia la ruina. Lo hace enumerando y describiendo siete decepciones que presiden una mayor: la desilusión política, la que emergió de la crisis económica, la manipulación de la verdad, el  miedo a la libertad, la insatisfacción, la nostalgia cultural y la gran impostura de la revolución tecnológica como monumento al fracasado. Todas juntas alimentan La gran desilusión, este libro… raro, a mitad de camino entre el ensayo heterodoxo y la crónica periodística en su versión más voluntariosa.

El libro empieza con el desguace de la idea de progreso y acaba con una entrevista a Houellebecq, la imagen literal del desmoronamiento

El tema queda más claro al trazar un arco desde la primera hasta la última página -sin contar, claro, el índice onomástico. Sí, eso: índice onomástico- . El libro empieza con el desguace de la idea de progreso y acaba con una entrevista a Michel Houellebecq, la imagen más literal del desmoronamiento europeo y francés que alguien haya podido elegir jamás. Las expectativas incumplidas pasan factura a la sociedad que creyó en ellas y que terminó sustituyendo a las ideologías por ellas. Ese es el punto de partida de Javier Gómez, quien parece tener dos propósitos muy definidos en estas páginas. El primero, lucirse: el libro está escrito con una clara conciencia plástica del lenguaje –frases ingeniosas, la mezcla pirómana de Voltaire y Han Solo-. El segundo, hacerlo sin que parezca: esa rara quincallería de pensamiento que emplea Javier Gómez para explicarse consigue, al mismo tiempo, entretener. Irritar también. Pero, sobre todo eso: entretener. Un punto a su favor.

Javier Gómez parece tener dos intenciones con este libro. Lucirse y hacerlo sin que parezca

Parece joven (acaso porque las personas lo llaman Javi, no Javier), pero en las distancias cortas el periodista pinta canas. Años, pues, acumulándose en las sienes. Nació́ en Madrid, en noviembre de 1978, días antes de que se aprobara la Constitución española -dice de sí mismo en la reseña biográfica que acompaña el libro-. Creó y dirigió́ la revista Papel, del diario El Mundo. Trabajó y vivió́ en París y Milán. Fue presentador durante seis años en Canal Plus Francia, antes de fichar por LaSexta. También trabajó como periodista en Europa Press, La Razón y ABC. Actualmente, dirige el informativo de Telemadrid. Él, asegura, forma parte de una generación, que algunos llamaron X, que controló el mundo para dejar de entenderlo.

En la prosa de Javier Gómez, como en su conversación, hay cierta tendencia al rodeo. Uno del tipo empático, cercano, inclusivo. Pero rodeo al fin y al cabo. Esas ideas que suelta de forma simultánea conducen a un destino interesante -una idea elaborada-, pero en el camino va dejando regados titulares como cartuchos de escopeta en una granja de conejitos. Por eso no hay exageración alguna al afirmar que, en el caso de este libro y de esta conversación, hubo barra libre de pólvora. Que no se trata, caramba, de que Gómez sea puro humo, ni mucho menos. Pero una cosa, eso sí, hay que decir: sabe usarlo a su favor.

Enumera siete desilusiones. ¿Son colectivas o generacionales? ¿Pertenecen a todos o a su quinta?

Somos la generación que no ha sabido inventar un nuevo mundo. No  hemos cambiado el paradigma. Nuestro mundo sigue siendo el de nuestros padres. Evidentemente, hay un cambio con la tecnología, pero es algo que completarán los millenials o lo que vengan después. La gente te dice: ‘Yo corrí delante de los grises’ o ‘yo  hice Europa’. ¿Y yo…?  ¿Qué he hecho yo?  

Usted es de la Generación X, es lo que se deprende al leer su reseña biográfica.

Nací días antes de la constitución en España.  A  mi generación le faltó un hecho decisivo. Para muchos ha podido ser el 15M. Es algo que iremos viendo. Estoy convencido de que somos la más inmadura, sólo hay que verlo: la sustitución de la responsabilidad por el deseo, la prolongación de la adolescencia como una época que ahora se extiende 15 o 20 años de tu vida. Somos la generación peor preparada para la vida, para sobrellevar la felicidad o la frustración. Como sociedad nos cuesta mirarnos al espejo. Por eso se tiende a ir en contra de  lo que mejor nos refleja, que suele ser el humor más duro o los clásicos, que de pronto quieren reescribir porque los niños sufren. Precisamente porque nos cuesta mirarnos al espejo, preferimos no enseñar determinadas fotos de un atentado, porque nos parecen muy fuertes. Al final, vamos a pensar que somos lo que no somos y, al final, lo que he intentado es abrir un espejo. Y decir: una vez que sabemos lo que somos, vamos a movernos.

"La gente te dice: ‘Yo corrí delante de los grises’ o ‘yo  hice Europa’. ¿Y yo…?  ¿Qué he hecho yo?" 

La solución a las siete desilusiones las aporta justo en la mitad. Curioso.

Es la estructura del libro. Existe una introducción, la siete desilusiones y un texto de cierre. Ese es el ensayo inédito, que acaba justo en la mitad. A ese se suman los otros artículos, que son siete.  Son los que he escrito durante todos estos años, sin un aparente hilo común pero que parten de la conclusión expuesta en la mitad.  

Sin mencionarlo explícitamente, alude a su experiencia periodística en Papel (El Mundo). Una especie de proyecto pirómano, que asumió, aun sabiendo que era complicado.

Si algo no he hecho en la vida ha sido reducirme a un solo tipo de periodismo. Me costaría definir el periodismo a partir de Papel. He hecho televisión y radio. Papel para mí fue una cosa maravillosa. Pero es como la idea que tenemos del amor: ¿por qué las cosas tienen que durar para toda la vida para que las consideremos perfectas? Hay cosas que duran un tiempo, porque tienen una lógica. No creamos una revista que desapareció. Creamos una marca. Y la marca está viva.

¿Pero no me dirá que hay cierto despecho? Fue usted quien la puso en marcha.

Soy muy así. Obsesivo e intenso para ese tipo de cosas. Me meto y me quemo -Javier Gómez ríe- pero no, no hay ningún despecho. A mí me dejaron hacer esa revista con libertad. Sé que te gustaría escuchar lo contrario, por el titular, pero lo pienso así. Trabajé en un proyecto en el que muchos no creyeron desde el principio. Claro que fue difícil, difícil no, dificilísimo pero todo eso es un recorrido. La revista, cuantas más dificultades exteriores podía tener, mejor quedaba. El asunto era éste: en Papel yo no podía hacer algo que ya estaba hecho está. Mi mayor error, en ese caso, no habría sido equivocarme sino traicionarme a mí mismo. Demostramos que se podía hacer algo moderno con un dominical. ¿Que no ha funcionado? ¿Qué pasó? ¿Que no  se vendieron dos millones de revistas? Tampoco se habrían vendido de la otra manera.

Sobre la publicación Papel: "No creamos una revista que desapareció. Creamos una marca. Y la marca está viva"

Las patrias son como las ex novias: tendemos idealizarlas, dice. Con el tiempo pasado ocurre algo parecido. ¿Y con las profesiones? ¿ocurre?

Yo soy inmune a la nostalgia, por eso cambio tanto: de país, de trabajo. Lo que más me gusta es lo que está por llegar, lo siguiente. Cuando me dicen el argumento tan usado en periodismo: es que antes se hacía así. Vale, decía yo. Pues vamos a hacer lo contrario. ¿Qué excusas tienes para no cambiar? ¡Prueba! Ese abrazo de la nostalgia ocurre en el periodismo, en el cine, en la política o en el periodismo, que es donde más se ve: aquella nostalgia como de cuando éramos importantes. Pues entonces, por eso mismo, hay que decirlo: a lo mejor ya no vuelves a ser importante. No es que yo quiera ser el que da las malas noticias, pero siento que me tocó ese rol de dar la patada hacia adelante.

Por cierto, cierra el libro con el mayor elogio del desmoronamiento europeo: Michel Houellebecq. ¿Por  qué en este libro rehúye la clave local y coloca tanto énfasis en Europa?

Yo de rehuir, rehúyo de poca cosas. La preguntas las suelo responder y en un libro más. Fernando Aramburu comentaba en estos días que España estaba obsesionada consigo misma. Es un asunto que resulta insoportable. Creo que España está  un poco harta de sí misma. Sin embargo, también está mi experiencia personal: he vivido muchos años fuera y sigo pasando temporadas fuera, por eso muchas cosas no me generan esa sensación. Yo, que soy una persona apasionada, a la hora de opinar  suelo hacerlo con desapasionamiento. Cuando voy a Francia, donde crece mi hija, veo los mismos problemas. Las desilusiones son las mismas, porque pertenecen a la misma generación. No es España la que no funciona. Si Francia atraviesa el mismo problema y ellos no tienen el Estado de las autonomías, a lo mejor no está ahí el asunto.

"No es España la que no funciona. Si Francia atraviesa el mismo problema y ellos no tienen el Estado de las autonomías, a lo mejor no está ahí el asunto"

Este libro coincide con los 50 años del Mayo francés y los 40 años de la constitución española. ¿Su libro da cuenta de un ciclo crepuscular?

Sí. Y ahí estamos, en ese Carrefour, de pie mirando los carteles –esta es una expresión que Javier Gómez utiliza en el libro–. El asunto es que el Carrefour no es nuestro. Es de los franceses, es de los italianos, los americanos. Es del mundo desarrollado. ¿Por qué? Pues porque no somos tan ricos como antes y, por tanto,  no podemos mirarnos tanto el ombligo como  lo hacíamos en el Mayo del 68, que era una revolución divertidísima y  preciosa, sin duda,  pero también  la más burguesa, pija, solipsista e inaguantablemente narcisa que haya existido jamás. Mientras los españoles emigrados en la periferia de lo que hoy sería el Distrito 18 estaban en la fábrica de Renault o de Peugeot partiéndose el lomo, llegaba Sartre a soltar discursos. ¿Qué pasó? Pues que los que estaban dándole a la siderurgia se dieron cuenta de que no se correspondía en absoluto lo que decían y su forma de vida. AL final, ¿quiénes  son hoy los defensores del individualismo? ¿Quiénes son los empresarios? Pues los que formaron parte del Mayo del 68.

Esta semana ha tenido especial énfasis en la discusión sobre el feminismo y la igualdad. Usted, que va de desilusiones,  ¿qué piensa al respecto?

Si me preguntaras por Cataluña, te diría: es una gran desilusión que pasa por las desilusiones individuales, pero cuya naturaleza es colectiva. Con el feminismo ocurre algo parecido aunque con un punto lógico y comprensible rabia. Son muchos años pidiendo y esperando una serie de cosas, porque eran lógicas. En un mundo donde todos somos más conscientes de determinados prejuicios, se mantienen sin embargo las consecuencias que se desprenden de ellos: la brecha salarial, los problemas de conciliación, la desigualdad son las consecuencias. El mundo cambia pero las consecuencias no. Pero ocurre que esa no puede ser solo una reivindicación de la mujer, porque hay muchas cosas que me ocurren y tienen que ver con mi día a día. Que me ocurren a mí. Si a mi chica la discriminan en el trabajo, también ese es mi problema. Parece entonces que esta es una causa solo de mujeres y no debe serlo.  Pero hay algo más, y de lo que hablo en el libro: que son los ismos de la izquierda, y no me refiero sólo al feminismo. En el libro me refiero a los ismos de la izquierda, que han convertido una causa inclusiva y aperturista en un asunto que lleva a la exclusión, desde un punto más vindicativo y muy agresivo. Causas que a pesar de  fomentar la libertad, son utilizadas para restringirlas. Si alguien protesta porque sacan una obra de ARCO, no puede luego portarse a la salida de un espectáculo para esperar a un monologuista porque no está de acuerdo con lo que ha dicho.

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