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Cultura

Se publican por primera vez los diarios de Alfred Rosenberg, el arquitecto del Holocausto

Hitler junto al ministro del Reich para Territorios Ocupados del Este, Alfred Rosenberg.

Sólo dos líderes nacionalsocialistas dejaron testimonio escrito de su paso por el Tercer Reich, uno de los regímenes más cruentos del siglo XX: el ministro de Propaganda, Joseph Goebbles, que escribió un diario personal durante más de dos décadas, de 1924 a 1945, y el líder ideológico del Partido Nacionalsocialista y posterior ministro del Reich para Territorio Ocupados del Este, Alfred Rosenberg, cuyas anotaciones políticas entre los años 1934 y 1944 ven ahora luz en un volumen de más 700 páginas de su diario, un testimonio inédito en primera persona de quien fue considerado por el propio Hitler como "el padre de la iglesia del nacionalsocialismo".

Extraviados durante los juicios de Nuremberg, los diarios de Rosenberg reaparecieron en 2013

Desaparecidos durante los juicios de Núremberg, los diarios fueron hallados en 2013, diez años después de la muerte de Robert M.W. Kempner, uno de los asesores legales estadounidenses durante los juicios en el Tribunal Internacional Militar de Nuremberg y fiscal en el procedimiento conocido como "el caso de los ministerios", quien retuvo ilegalmente los diarios de Rosenberg. Una vez recuperados, los dietarios suponen una publicación excepcional que revela la puesta en marcha de un plan de exterminio en el que Rosenberg fue decisivo.

Editado por el sello Crítica, Alfred Rosenberg. Diarios (1934-1944) reúne cerca de 400 páginas del dietario del líder nazi y 23 documentos entre los que se incluyen distintos discursos y artículos esenciales para entender el exterminio judío perpetrado por el régimen de Hitler. El volumen está precedido por una enjundiosa y detallada introducción a cargo de los responsables del libro, los alemanes Jürgen Matthäus y Frank Bajohr, ambos investigadores del Museo del Holocausto de los Estados Unidos, quienes han decidido publicar el material sin alteración alguna de su contenido. En los textos recopilados se incluyen desde faltas de ortografía, abreviaturas, tachaduras, subrayados e incluso incoherencias, una radiografía de una de las mentes más radicales del Tercer Reich.

Alfred Rosenberg llegó a Alemania en 1918, donde se abrió paso con sus ideas antisemitas y anticomunistas

Procedente de una familia germano-báltica, Alfred Rosenberg, a la sazón arquitecto, llegó a Alemania en 1918, donde no tardó en introducirse en los círculos nacionalistas gracias a sus textos de orientación antisemita y anticomunista. Es considerado como uno de los autores principales de credos ideológicos nazis, incluyendo su teoría racial de persecución de los judíos, la derogación del Tratado de Versalles y la oposición al arte moderno “degenerado”. También es conocido por su rechazo al cristianismo, y por el rol central que desempeñó en la promoción de lo que él llamaba “cristianismo positivo”, una ideología sectaria que pretendía una transición a una nueva fe nazi que negaba las raíces hebreas y judías del cristianismo.

De una reserva en Madagascar al exterminio biológico

 No existe en esta edición ni una página que no case estupor en el lector. Sin embargo, puede que uno de los testimonios más contundentes sea el que muestra de qué forma la política de persecución antisemita se sofisticó en su versión más radical, al pasar de una plan de segregación a través de deportaciones hasta su concreción en un plan de exterminio. De la creación de una reserva en Guayana o Madagascar destinada a judíos europeos, a la eliminación sistemática de familias.

Hay documentos como el Decreto del Führer sobre el encargo a Rosenberg de combatir espiritualmente a los opositores ideológicos, fechado el 1 de marzo de 1942, que revelan una concepción global de la persecución. Calificados como un “objetivo militar”, el documento detalla de qué forma Rosenberg está autorizado a poner en marcha medidas de persecución contra los judíos: persecución, apresamiento, deportaciones, además de tareas de fondo en la guerra ideológica que el nazismo libró. Esto incluía requisar bibliotecas, archivos o cualquier tipo de institución cultural.

Es de sobra conocido cómo siendo ministro para los Territorios Ocupados del Este, Rosenberg fue decisivo en el saqueo de la Europa Oriental. "Cuando le di mis regalos al Führer -una gran cabeza de porcelana de Federico el Grande, entre otras cosas-, se le saltaron las lágrimas", escribió en abril de 1940. Rosenberg tenía autoridad de mando sobre un territorio que se extendía desde el mar Báltico hasta el mar Caspio. Medio millón de kilómetros cuadrados con una población de en torno a 30 millones de personas. No quedó piedra sobre piedra. Todo cuanto pudo desaparecer lo hizo.

“Difícilmente hallaremos otro líder del nacionalsocialismo que merezca sin reservas el calificativo de criminal por convicción tanto como Rosenberg"

Según los autores y compiladores, los diarios de Rosenberg revelan una fuerte mezcla de pragmatismo político y adhesión ideológica. Fue no sólo el legitimador y sino el ejecutor de la praxis criminal del régimen nacionalsocialista contra los judíos: desde la preparación de la invasión alemana a Noruega, pasando por el saqueo y segregación, la difusión de consignas antisemitas así como su papel anticipador y corresponsable de “la solución final”.

En los discursos que pronunció a partir de 1939 aparecía casi como un estereotipo la fórmula según la cual la “cuestión judía” no estaría resuelta hasta que el último judío abandonara primero Alemania y después el resto de Europa. En 1941, ya Rosenberg se había manifestado favorable a la “eliminación biológica del judaísmo en su totalidad e Europa”. En otras palabras, parecía no existir mejor candidato que él para ocupar llevar las riendas ministerio que permitiría orquestar ideológica, filosófica y pragmáticamente e el Holocausto.

“Difícilmente hallaremos otro líder del nacionalsocialismo que merezca sin reservas el calificativo de criminal por convicción tanto como Rosenberg, pues creyó hasta el final en lo que predicaba, y llevó a la práctica con métodos novedosos y radicales lo que para él eran sencillamente obviedades”, aseguran Jürgen Matthäus y Frank Bajohr. Así, estas páginas revelan no sólo absoluta frialdad emocional de Rosenberg sino su testarudez ideológica, incluso un cierto fanatismo y servilismo que condicionaba su percepción sobre el propio Reich.

El menguante camino hacia el fin del Nazismo

En los últimos años de la guerra, Rosenberg se deslizó progresivamente su diario hacia una actitud crítica para con la situación efectiva del Tercer Reich. A partir de 1943-1944, comienza a advertir sobre los peligros que acechaban al régimen y atribuyó al tercer Reich en general una propensión a la teatralidad y a la falta de eficacia política. Pese a ello a cierto disenso, señalan Matthäus y Bajohr, la crítica de Rosenberg no alcanzó en ningún momento calado suficiente como para poner en cuestión el sistema nacionalsocialista en su conjunto.

Especialmente interesante es la lectura que consiguen hacer Matthäus y Bajohr del razonamiento de Rosenberg y cómo en éste se manifiestan limitaciones fundamentales: desde una elaboración teocrática del régimen hasta una manifiesta desconexión entre la realidad y la percepción de ésta. Como el resto de los jerarcas del Nacionalsocialismo, Rosemberg carecía de percepción autocrítica, lo cual no le permitía tener una imagen nítida de los propios desaciertos; sus convicciones ideológicas parecían inmunes e invariables ante cualquier confrontación con la realidad, es decir, no era el mundo real el que ordenara su percepción de los hechos sino sus principios ideológicos los que realmente estructuran. Ambas cosas condicionan su lectura final. Y es justamente ahí donde radica el interés que tienen estos diarios, porque revelan algunos aspectos –desde las debilidades hasta las fortalezas- que testimonian el inmenso desierto de fanatismo y delito que impulsó al nazismo.

No hay en los diarios de Rosenberg una mención a su familia o sus afectos. Ni rastro de algo que le resultara cercano o clarificador. Abundan, con minucioso detalle y reiterativa alusión, las apariciones del Führer –alrededor del cual orbita incesantemente cual lacayo-. La única emoción registrada por Rosenberg que podría entenderse como una expresión humanizadora queda también circunscrita al ámbito del tercer Reich. Se trata de aversión que sentía Rosenberg por el ministro de Propaganda, Joseph Goebbles. Establecer un punto de conexión o empatía con Rosenberg es prácticamente imposible. De esta prosa seca y deslucida no parece manar un destello de inteligencia o brillantez. Y es justamente ése uno de los mayores atributos de este libro: la visión arrancada de un mundo que era incapaz de propiciar algo distinto de la destrucción de otro ya existente.

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