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Cultura

El Rey a Letizia: “Ya sabemos que eres la más inteligente de la familia, pero deja hablar a los demás”

Hay que hacer un esfuerzo para terminar sus casi trescientas cincuenta páginas. Empezar a leerlo, sin embargo, ya supone un ejercicio zen, por el tufillo a prensa rosa que desprende. Cual atracón de casas reales se tratara, el volumen Ladies of Spain, escrito por Andrew Morton -periodista inglés de biografías no autorizadas, la más famosa de ellas Diana: her true story- dice repasar la historia y detalles de las mujeres de la monarquía española; y sí, lo hace. Pero el asunto no es del todo así. Ladies of Spain es, íntegramente, una radiografía de la casa real Española en su annus horribilis. No se puede leer como un libro de cotilleos, que los tiene, pero sí en clave política.

En su visita a España Morton ha admitido que éste ha sido un libro por encargo a la vez que  niega que Zarzuela haya participado de forma alguna en lo que ahí escribe. Valga la pena decir que este volumen es más significativo por lo que calla que por lo que dice. Ladies of Spain ha sido publicado por La Esfera de los Libros, sello asociado al grupo Unidad Editorial, conglomerado al que pertenece, entre otros, el diario El Mundo, dirigido por el periodista Pedro J. Ramírez, quien hace poco publicó una entrevista exclusiva con Corinna zu Sayn-Wittgenstein, amiga cercana del Rey Juan Carlos. La entrevista parecía hacer las veces de desembarco o globo sonda para el aterrizaje de la alemana en el panorama mediático español y guarda una cierta sintonía con la discreción con la que Morton se refiere a ella en las páginas del libro. Pero eso, para más adelante.  Lo que salta a la vista es que Unidad Editorial no quería perder la oportunidad de lanzar un superventas. Y sí: va en camino de conseguirlo.

Consideraciones aparte, y volviendo a Ladies of Spain, este no es del todo un libro de tocador –como solían llamarle a las románticas y frívolas lecturas femeninas en el siglo XVIII-. Se trata de un volumen que  intenta hacer una lectura política de la decadencia de la monarquía española, acompañada de curiosos matices en el perfil de cada uno de sus miembros, el más favorecido de ellos, por cierto, Letizia Ortiz, “una plebleya”, “de familia republicana de izquierdas” y “divorciada” periodista en quien en el mojigato Morton –su insistencia en los términos noble y plebeyo puede llegar a ser realmente chocante- deposita el futuro de la corona española como institución a la deriva en medio de la tormenta de escándalos. 

Sofía nuestra que estás en los cielos

El libro se divide en diez capítulos. Cada uno retrata, en unas de manera monográfica y en otras como telón de fondo, a los miembros de la familia real. Los dos primeros incisos, El amor, el deber y la dinastía y Prisioneros de Palacio, retratan a unos entonces jóvenes Juan Carlos y Sofía como peones incansables de la restauración monárquica. Su lectura histórica es cuidadosa y procura la mayor documentación posible, a la vez que se afana en presentar al rey Juan Carlos, desde su juventud, en el zenit de su  leyenda blanca política: carismático, un hombre hecho a sí mismo, criado en las dificultades de traicionar a un padre y obedecer a Franco.

Juan Carlos le participó a Sofía que se casarían arrojándole una cajita con un anillo en su interior.

Del otro lado Morton ejecuta un retrato mariano de doña Sofía, con quien resulta imposible no ser empático después de leer no sólo lo difícil que fue para ella ser aceptada en España y las humillaciones a la que les sometió Franco, sino también las innumerables infidelidades que tuvo que soportar desde muy pronto del entonces heredero al trono, quien, más que pedir su mano, le participó que se casarían arrojándole una cajita con un anillo en su interior. No se trata de una novedad; estamos claros. Sin embargo Morton exprime a Doña Sofía  cual abnegada reina  frente a un Juan Carlos borbonsísimo casado por obligación. Y de esa estratagema un tanto ingenua y sentimental se vale Morton para plantear la tesis de su libro: Si los reyes  se casaron por obligación, las infantas y el príncipe lo harían por amor. A pesar de lo cursi que resulta el planteamiento, Morton lo utiliza como compuerta para hablar de la entrada de “plebeyos” –no para de usar esa palabra- en la familia real y a la supuesta modernización de la corona.

Retrato de una dama, una boba y un Julián Sorel justito  

Su descripción sobre las infantas es, como la de la Reina Sofía, magnánima y un tanto indulgente. La infanta Elena queda descrita cual paciente y  desinteresada mujer a la que su eventual destino como reina jamás interesó –prefería que la corona recayera en su hermano-. No por ello Morton escatima en elogios y reivindicaciones al cumplimiento de  los deberes reales por parte de la infanta Elena, a quien señala como la más Borbón de sus hermanos por su “don de gentes”. “Ha seguido acertadamente la idea de su padre, quien viene a decir que en España la monarquía es una llama precaria, que requiere una constante atención, porque existe el riesgo de que se apague –y con ella, la dinastía de los Borbones”. Sobre Jaime de Marichalar es poco lo que dice: un snob que se casó con Doña Elena para llegar a las mieles de Palacio. La infanta mayor queda así cual afligida mujer engañada por un “aristócrata” trepa que la abandonó entre sus devaneos por la moda y el glamour real. Sobre la supuesta afición a las drogas del ex duque de Lugo no hace mayor referencia de las que podría saber un lector medio y se centra en dibujar a Elena como una moderna mujer capaz de reinventarse tras su divorcio.

Deja caer Andrew Morton que la infanta Cristina “prefería ver en el trono” a doña Elena que a su hermano Felipe.

El retrato de la infanta Cristina no es menos ñoño. Se empeña, como lo hace con Elena, en describirla como una mujer independiente, obsesionada con ser una persona normal. Claro, en la pluma de Morton Cristina sale algo mejor parada que su hermana, haciéndola ver  como más ilustrada y capaz que Elena, su confidente y principal apoyo. No en balde, después de afirmar que la infanta Cristina fue la primera de la familia Real en conseguir una licenciatura y un trabajo remunerado, deja caer Morton que la infanta “prefería ver en el trono” a doña Elena que a su hermano Felipe. Mientras el periodista se ceba en un retrato pormenorizado de su marido Iñaki Urdangarín, se limita a definir a la infanta cual dulce y enamorada mujer. Morton no se moja. No se pregunta –más allá de la retórica- sobre el hecho de que la infanta Cristina ignorara lo ocurrido alrededor del Instituto Nóos. En una versión contradictoria, Morton pasa de presentarla como una mujer  independiente a una inocente esposa  embaucada por la ambición de su esposo.

Pese a lo que uno pueda llegar a creer, Urdangarín no sale tan mal parado en este libro como podría. Es algo así como un Julián Sorel falto de luces. Después de describir la embriaguez de entusiasmo que produjo su aparición en el contexto de la familia real –Morton cita un reportaje del diario El País, de 1997 que lo define como “el chico perfecto”-, retrata al balonmanista como un joven de poquísimas aptitudes más allá del deporte que deseaba, sin embargo, estar a la altura de su padre, un ingeniero y empresario exitoso en Euskadi, a la vez que quería impresionar a su profesional e inteligente esposa. Refiere Morton el apodo que se le dio a Urdangarín de “Iñaki suspensitos” a la vez que alude al “alma inquieta e insatisfecha” del duque de Palma, quien tras matricularse en ESADE coincide con su futuro socio Diego Torres, entonces su profesor. En una imagen  un tanto maquiavélica de Diego Torres, Morton dibuja el perfil del socio de Urdangarín como el cerebro  tras el entramado Nóos. Urdangarín queda como el socio de los contactos y prestigio y él como el genio a la sombra. Una especie de versión atenuada.

Cuenta el periodista una supuesta discusión entre el duque de Palma y el monarca, quien, blandiendo el bastón en el aire, le hace salir del palacio entre gritos y amenazas.

Describe  el periodista el cambio radical de vida de los duques de Palma: de sus modestos primeros días de matrimonio al derroche en el que se sumieron tras el éxito de Urdangarín en Nóos, no sólo por su nueva casa en Pedralbes sino también por el alto tren de vida que pasaron a llevar. En medio de estas referencias, la versión de la infanta Cristina cual ingenua y amante esposa resulta menos creíble. Sí describe Morton las intervenciones del Rey para que Urdangarín abandonara el Instituto Nóos y las investigaciones que sobre estas actividades mandó a hacer a José Manuel Romero Moreno, a la vez que no pierde la jugosa oportunidad de ilustrar una supuesta discusión entre el duque de Palma y el monarca, quien, blandiendo el bastón en el aire, le hace salir del palacio entre gritos y amenazas luego de que su yerno le dijera que él sólo se había limitado a hacer lo que todos en la casa real.

Felipe, un gris heredero iluminado por la plebeya

El capítulo del príncipe Felipe alterna una edulcorada biografía del heredero, en su mayoría concentrada en sus escarceos amorosos e historias románticas fallidas, hasta conducirlo al retrato de un hombre que, cansado de las negativas del monarca ante sus anteriores novias, se enfrenta para “casarse por amor” con la joven presentadora de RTVE Letizia Ortiz. En unas discretas citas le pinta como a un “niño mimado de la reina” para luego hincharlo como el depositario de la monarquía en compañía de su esposa, la plebeya Ortiz.  “La boda entre Don Felipe y Doña Letizia era la transición de una monarquía dinástica a una monarquía burguesa, donde los valores de clase media de la fidelidad, el amor y el romanticismo ocupaban el centro de su unión”, escribe.

Habla de los pormenores de cómo se conocieron; del carácter obsesivo y controlador de Letizia y  de su vida anterior –matrimonio, trayectoria periodística, las tendencias republicanas de su familia-; de las complicaciones y los rifi-rafes ocurridos durante el enlace; de la intención de Ortiz de controlar todo cuanto tuviera que ver en la boda pero en todo momento se centra en describir a la actual princesa de Asturias como la tenaz y enamorada mujer que el príncipe y  la monarquía necesita.

El Príncipe Felipe: “No importa, ella (Letizia) lo único que quiere es dar la lata. Estar al mando. Meterte un dedo en el ojo. Demostrar quién manda”

Alude también Norton a la profunda antipatía que siente el rey Juan Carlos por su nuera. La considera “el enemigo en casa”, por su condición de periodista. Morton relata incluso cómo éste llegó a decirle: “No me gustas, pero haré de ti una reina”. Se explaya algo más Morton en los desplantes sufridos por la periodista a causa de su, a veces incontenible, don de palabra: “Se cuenta que poco después de que doña Letizia entrada en la familia real, todos ellos, junto con el rey Constantinno de Grecia, hermano de la reina Sofía, estaban comentando la situación en Irak, arrasado por la guerra. Había un consenso generalizado en que se trataba de un asunto complicado. Entonces doña Letizia soltó un discurso, que duró aproximadamente 20 minutos, acerca de las cuestiones que enfrentaban a Oriente y el pueblo de Irak. Al cabo de un rato, el rey, que advertía los rostros inexpresivos de los presentes, le dijo a su nuera: “Letizia, ya sabemos que eres la más inteligente de la familia, pero por favor, deja hablar a los demás”.

Hay bastante más sobre el carácter dominante, exigente y mandón de la Princesa de Asturias, quien, lejos de los focos, a veces suele comportarse como una diva: “En una ocasión iban en un avión privado y la princesa no paraba de quejarse al sobrecargo, diciéndole que hacía demasiado calor o demasiado frio. Al final, el sobrecargo le preguntó a don Felipe lo que debía hacer. El príncipe le contestó: “No importa, ella lo único que quiere es dar la lata. Estar al mando. Meterte un dedo en el ojo. Demostrar quién manda”.

“En calidad de representante de la mujer moderna y profesional, doña Letizia  enarbolaba el estandarte de la igualdad y el progreso”.

Ahora bien, si Morton da a Letizia unas de arena también reparte muchísimas otras de cal para que su cemento quede muy bien: con Letizia, dice, el príncipe ha abierto los ojos al mundo; es ella la figura joven y renovadora para la familia real e incluso afirma: “En calidad de representante de la mujer moderna y profesional, doña Letizia  enarbolaba el estandarte de la igualdad y el progreso”. Tanta insistencia hace pensar que Morton tenía una hipótesis confirmada antes de escribir el libro y que acometió su redacción con la sencilla intención de reafirmarla.

De Botsuana y Corinna, ni pío

Está bien. No puede Morton dejar de mencionar todo lo que ha pasado en estos últimos dos años, pero vale la pena acotar que sus informaciones ni son reveladoras ni pretenden poner a nadie en su sitio. Es, podría decirse, un recuento soft.  Habla de la cacería de elefantes de Botsuana a la que acudió el rey Juan Carlos en calidad de invitado por el empresario saudí Mohamed Eyad Kayali sin hacer mayor mención de la participación de Corinna zu Sayn-Wittgenstein, exceptuando la frase: “salió a la luz que se había llevado consigo a la mujer que todo el mundo consideraba su amante”. Se limita a dar por hecho la relación entre ambos como algo aceptado en el entorno de Palacio y llega incluso a hablar de las estancias de Corinna en el Pardo, pero hasta ahí. No menciona en ningún momento las supuestas relaciones entre Urdangarín y Wittgenstein y sobre las reacciones familiares, lo resuelve todo con la reprobación moral que hacen sus hijos del asunto.

Para haber empezado pegando tan fuerte –dice que los Rolling Stones tienen más tiempo juntos que esta familia real reinando- sorprende lo comedido que es Morton con la que, en este momento, podría ser la más atractiva y curiosa de las Ladies of Spain:  Corinna zu Sayn-Wittgenstein.

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