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Cultura

No había palabras para nombrar el horror y Lemkin la inventó: las memorias del hombre que acuñó el genocidio

Raphael Lemkin.

No había nombre para describir lo que Alemania había hecho, pero él lo consiguió.  Fue el abogado judío polaco Raphael Lemkin quien acuñó en 1943 la palabra genocidio, el neologismo que tipificaba jurídicamente el delito que el nazismo había cometido contra seis millones de personas a las que persiguió y exterminó por su origen y religión. Cómo no iba a ser capaz Lemkin de inventar una palabra para cuanto había ocurrido, si 49 miembros de su familia fueron víctimas del exterminio perpetrado por Hitler. Sus padres murieron en Treblinka.

Se conoce, y mucho, la palabra acuñada por Lemkin pero se conoce muy poco de su vida, una biografía intensa y comprometida que  relata Totalmente Extraoficial. Autobiografía de Raphael Lemkin, una memorias inacabadas que ahora se traducen al español y que sirven para inaugurar la Biblioteca literatura y Derechos Humanos,  un proyecto de Berg institute en colaboración con diversas entidades internacionales como Yale University Press, Skyhorse Publishing, Princeton University Press, Planeta y Penguin Books, y cuyo objetivo es el de traducir y publicar un compendio de obras y clásicos que permitan, desde la literatura, conocer más y mejor el relato humano de la conquista y reconocimiento de los Derechos Humanos.

El volumen Totalmente Extraofcial. Autobiografía de Raphael Lemkin ha sido editado y traducido por Berg Institute. La traducción y coordinación del volumen ha estado a cargo de Donna-lee friese, investigadora del tema genocidio y editora de la versión publicada en inglés en 2014, y Joaquín González Ibáñez, abogado, profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales de la Universidad Alfonso X el Sabio de Madrid y co-fundador del Berg institute. El resultado es un libro luminoso que ilustra la vida de un personaje excepcional de la historia del siglo XX, alguien –como dice González Ibañez en su prólogo- “con la imaginación moral y convicción de su responsabilidad cívica".

Estas memorias están también acompañadas por un texto del escritor Antonio Muñoz Molina, que ha volcado su pluma en el conflicto de la identidad y memoria, describe el extraño mecanismo que marcó la vida de Lemkin y la palabra por él acuñada.

Lemkin, escribe el fundador de Berg,  siguió la máxima de Tolstoi según la cual "creer en una idea exige vivirla" y convirtió la consecución de su ideal en su forma de vida.  Autor de una obra amplia y de una vocación indoblegable para difundir y divulgar lo que el genocidio significaba y suponía, Lemkin dedicó su  vida “a educar, concienciar y luchar para que existiera un marco legal que pusiera freno a la barbarie por medio de un tratado internacional: la convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio”, apunta Joaquín González-Ibáñez. 

Estas memorias están también acompañadas por un texto del escritor Antonio Muñoz Molina, que ha volcado su pluma en el conflicto de la identidad y memoria, describe el extraño mecanismo que marcó la vida de Lemkin y la palabra por él acuñada. “Muy poca gente reconoce su nombre, y son menos aún las personas que saben algo de su vida, pero todos estamos familiarizados con la palabra que él inventó. Lemkin escribió muchísimo a lo largo de su vida, incluidas estas memorias inacabadas que ahora se traducen al español, pero su obra ingente y en gran parte olvidada se resuelve en esa palabra que ahora nos parece tan natural, tan indiscutible, tan inmemorial como cualquier otra, y bastante más necesaria que muchas de ellas, pero que no existiría si él no la hubiera acuñado, y no se habría difundido sin su obstinada militancia, sin su obsesión justiciera que para muchos de los que lo conocieron se parecería a la locura”, escribe el Premio Cervantes.

La causa de Lemkin es también la nuestra porque no acabará nunca la tentación humana del despotismo, la búsqueda de chivos expiatorios, la criminalización de comunidades enteras

El ensayo de  Muñoz Molina configura el pórtico para un volumen en el que Lemkin recorre sus pasos, desde aquel niño lector en la Ucrania de comienzos de siglo, el mismo que atraviesa el desierto de la pérdida de su familia a manos del nazismo, ya adulto y volcado en la búsqueda de la justicia, cuando describe los juicios de Núremberg donde habrían de ser juzgados los crímenes de los jerarcas del nazismo. En el acto de contar, Lemkin retrata un tiempo y un continente. Marcado por una característica amplitud cultural, era especialmente sensible a la riqueza cultural y humana del mundo judío campesino y artesano del corazón de Europa. Su sensibilidad intelectual y cultural le permitió adelantarse con lucidez al conflicto que tenía ante sí. No era sólo una guerra, había mucho más que eso por detrás del ataque a Polonia.

Las palabras nombran lo real,  lo que existe pero no puede ser nombrado tampoco se puede comprender, y mucho menos prevenir, advierte Muñoz Molina sobre la naturaleza que comparten vida y obra en Lemkin y que cobra su metáfora más clara en estas memorias que ahora edita y traduce Berg institute. “El libro que no pudo terminar nos estremece más todavía porque conserva una inmediatez de borrador no corregido, ni limado, y no hay vida que no se parezca más a un borrador que a una obra terminada y perfecta. Y la causa de Lemkin es también la nuestra porque no acabará nunca la tentación humana del despotismo, la búsqueda de chivos expiatorios, la criminalización de comunidades enteras”. Se trata, sin duda, de una libro urgente y necesario, editado con belleza, rigor y, sobre todo, con ese amor que sienten por los libros aquellos que leen para llevarle la contraria a la barbarie. 

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