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Cultura

Edurne Portela: “España debe cambiar la mentalidad que hizo a ETA posible”

Crecer es una forma de violencia. Pero crecer en un lugar violento condena a serlo. Empuja a convertirse en víctima o verdugo. Si acaso, en cómplice. Esa es la idea central de Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg), una novela con la que la escritora Edurne Portela  (Santurce , Vizcaya. 1974) retoma y profundiza el espíritu de su ensayo El eco de los disparos (Galaxia Gutenberg), un libro que indagaba en el entramado de culpabilidad colectiva de la sociedad vasca a través de sus representaciones culturales: el cine, la literatura, la música. Un ensayo que levantó polémica; y mucha. Ahora, toca el papel a la ficción.

Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg) es la primera novela de Edurne Portela. En sus páginas, Portela narra la historia de Amaia. La hija menor de una familia de cuatro hermanos en un pueblo de la margen izquierda del Nervión. La historia se desarrolla entre las décadas de los setenta y ochenta. Aquellos fueron los años de la violencia de ETA, pero también la que se manifestaba en muchos otros fenómenos: la heroína, la desindustrialización,  el paro.

El lector de Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg) acude al paso de la niñez a la adolescencia que  atraviesa Amaia en ese contexto. Se planta ante el miedo y la rabia ante un padre que maltrata y una madre que se esconde. Como ella, sus hermanos también intentan evadir lo que ocurre: Aníbal, en las drogas; Aitor, en los libros y Kepa, en la Kale borroka. A lo largo de 230 páginas, Amaia pasa de niña a adolescente. Desgaja en su testimonio la biografía de una sociedad. En la segunda parte de la novela, ya adulta, Amaia pasa de personaje a voz narradora.

Mientras Patria, de Fernando Aramburu, parece llamada erigirse como el relato total del terrorismo etarra, se manifiestan otras versiones y ficciones

Amaia crece y regresa para contar lo ocurrido.  Y es justamente eso lo que ha hecho Edurne Portela: volver a casa para contarlo. Lleva años haciéndolo. Y aunque la suya no sea del todo esa familia hecha pedazos, sí lo es la sociedad donde esta historia surge. Doctora en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Chapel Hill (Carolina del Norte), Edurne Portela comenzó estudiando la violencia de otros. La de países como Argentina y Chile, primero. Hasta que se dio cuenta: lo que realmente quería contar, lo que importaba, estaba en casa. Lo que vio a lo largo de toda su vida. Y ese fue el punto de partida para El eco de los disparos (Galaxia Gutenberg), el sustrato que ahora riega y dota de sentido a Mejor la ausencia.

Mientras Patria, de  Fernando Aramburu, parece llamada erigirse en el relato total del terrorismo etarra -esta semana HBO anunció que será su primera producción española- , otras versiones y ficciones se manifiestan como desprendimientos, rocas que siguen cayendo luego de que el País Vasco comenzara a ver desmoronarse el muro de silencio que la sociedad y la literatura habían levantado para protegerse, acaso de los otros y de sí misma.

Sobre eso habla Edurne Portela en esta conversación: sobre la violencia, sus representaciones y cargas morales. Sobre la forma en que ETA no ha borrado ni por asomo su larga sombra de la vida de los vascos y acaso, también, sobre la gran tarea pendiente de la sociedad española: buscar formas para no repetir este drama.

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Hay una eclosión de novelas sobre ETA. Se asienta la paz, parece.  ¿El drama o la lucha, ahora, es cómo construir el relato de lo que ocurrió?

Han pasado seis años desde el cese definitivo de la violencia por parte de ETA. Desde el minuto cero ha habido esta lucha por lo que llamamos el relato de los que nos ha ocurrido. A eso se suma algo interesante. En la actualidad convivimos tres generaciones de escritores que han vivido con ETA. Está una primera a la que pertenecen Saizarbitoria o Fernando Aramburu. Es la generación que de alguna forma creó el monstruo. No lo digo porque ellos lo crearan sino porque salían de la niñez y llegaban a la adolescencia con una presencia fuerte de ETA. Le sigue la generación de quienes la heredamos, y en la que podríamos incluir desde Ibán Zaldúa hasta la gente de mis años. Yo nací en 1974. ETA ya estaba operativa; en 1973 ya había matado a Carrero Blanco. Hemos convivido toda nuestra vida con ETA y todo lo que ella entraña: una sociedad atravesada por una violencia múltiple. Luego hay una tercera generación, que es la de Aixa de la Cruz o Patricia Aguirre, gente que creció con una ETA en descomposición. Lo que me resulta interesante es cómo cada uno de nosotros se relaciona con esta historia. Lo que me llama de la atención, por ejemplo, de la generación de Aixa, la más joven,  es que hay una mitificación. No en el sentido positivo, sino que se ve esta violencia como parte de un relato creado. No como una experiencia vivida de primera mano.

Retoma de El eco de los disparos la violencia como centro. Aquello que domina todo e incluso fascina ¿Amaia es una alegoría de la sociedad vasca ante esa violencia?

Cuando ella comenzó a crecer como personaje no me la planteé como una alegoría de nada. Simplemente me dejé llevar por lo que yo pensaba que podría ser la vida de esta niña en este contexto histórico preciso y con todas sus peculiaridades como personaje. Lo que sí ocurre es que, después de acabar la novela y hablar con los lectores sí creo que Amaia representa igual las consecuencias de qué significa vivir en un entorno como el que tuvimos. No sólo estaba la violencia de ETA sino también una violencia estructural e incluso socioeconómica y que tenía que ver con la desindustrialización, el consumo de heroína, una juventud desarraigada. En Amaia y en su familia se canalizan esos problemas que en aquel entonces eran inevitables. Aunque yo no tuve la vida de Amaia, todo eso me rodeó. Son experiencias muy cercanas.

"No sólo estaba la violencia de ETA, también una violencia estructural: la desindustrialización, el consumo de heroína, una juventud desarraigada..."

Amaia es testigo de una violencia ante la que no puede hacer nada. ¿Cómo lleva la sociedad vasca el poso la impotencia? 

La violencia nos ha marcado de una manera tan profunda que no hemos conseguido elaborarla lo suficiente ni de manera individual ni colectiva. Por eso creo que la literatura, así como el cine y el resto de las expresiones culturales, tienen un papel fundamental a la hora de apropiarnos de esa historia desde la autocrítica o la responsabilidad. Desde el lugar que cada uno considere. Es una violencia que todavía está presente, porque la hemos vivido hasta hace muy poco, y que como llegó a los aspectos más profundos de nuestra vida, nuestras relaciones sociales e íntimas, lleva un tiempo aceptarlo.

¿Por eso a mucha gente no le gustó Patria? ¿No querían verse contados o retratados? ¿No les gustó la imagen de ellos que les devolvió Aramburu?

Lo de Patria es muy complicado. Cada reacción negativa en Euskadi ante Patria obedece al hecho de que es una narrativa que considera el conflicto desde fuera. La visión de las dos familias, contada  por un narrador que ve esta historia desde fuera y la explica desde ese punto de vista. No sé si mucha gente se ha visto reflejada o todo lo contrario, porque si no estás de acuerdo con sus tesis históricas o si piensas que el mundo abertzale no está lo suficientemente desarrollado, incluso sin ser de ese entorno, quizá sí tienes  reticencias de aceptarlo como este gran relato definitivo sobre ETA.

"Cada reacción negativa en Euskadi ante Patria obedece al hecho de que es una narrativa que considera el conflicto desde fuera"

¿Qué tan vivo está el sentimiento de no querer ser señalado? ¿De mirar para otro lado?

Creo que está muy vivo. Lo que ocurre es que ser tajante con estas cosas es muy difícil y muy complicado, porque hay un montón de matices. En buena medida, parte de la sociedad vasca sí está dispuesta a reconocer eso y a entablar un diálogo sobre nuestra participación en lo que nos ha pasado: lo que hemos hecho, lo que no hemos hecho. Pero luego también, en buena medida, otra parte de la sociedad, la que ha estado involucrada en esa violencia, no se quiere ver representada.

¿Representada cómo? ¿A qué se refiere?

El otro día un amigo me comentaba una anécdota sobre un tour anti turístico en Donosti,  en la que una persona que es significada de la izquierda abertzale explicaba de qué forma el turismo estaba acabando con la ciudad. Señalaba una librería en el casco viejo que ya no está. No mencionó que esa librería era Lagun, que fue la librería a la que la kale borroka echó del casco viejo a golpe de cocteles molotov y pedradas. Claro, si tú eres de la izquierda abertzale y has apoyado ese tipo de acciones, no vas a contar: “Ah, sí nosotros apedreamos librerías”. Ese relato es muy poco conveniente. Aunque hay gente de la izquierda abertzale que sí lo está asumiendo. Por ejemplo, Julen Mendoza, alcalde de Rentería , que es de EH Bildu, desde 2013 está propiciando encuentros públicos, reconociendo a las víctimas de ETA y las responsabilidades. Hay mucha gente que ha dicho: hemos hecho las cosas muy mal y tenemos que repararlo, mientras hay otras a las que ese discurso les viene fatal. Recordar que hubo esos comportamientos es tremendo para ellos. No les conviene.

"Si eres de la izquierda abertzale y has apoyado ese tipo de acciones, no vas a contar: “Ah, sí nosotros apedreamos librerías”. Ese relato es muy poco conveniente"

Ha sido muy crítica, por ejemplo, con Ocho apellidos vascos. Decía que era una forma de banalizar algo que aún necesita ser pensado

El humor de Ocho apellidos vascos es un humor muy blando que en realidad atacaba de una forma bastante obvia a la  kale borroka . Reconozco que a veces es necesario. Tenemos que reírnos de esas cosas en plan catarsis. A mí lo que me molestó de toda esa película fue el personaje de la viuda del Guardia Civil, porque en el contexto vasco eso tiene una carga tremenda. Fue gente acosada y ninguneada y hasta cierto punto lo menos grave que les ha podido pasar, es haber sido ninguneados. Lo digo con respecto al enorme acoso que sufrieron. Representarlo de esa forma en la película, y que además nos riéramos, sin ningún tipo de pausa para preguntarnos qué estábamos haciendo y de quién nos reíamos, me pareció tremendo. Pero también yo he defendido, del mismo Borja Cobeaga y Diego San José, Vaya semanita y Negociador, que se supone que es una comedia, me pareció muy buena. Porque era un humor que señalaba la tragedia y se confrontaba con una realidad terrible: la brutalidad de ETA; del acoso a los políticos constitucionalistas; de la locura que significaba defender el proyecto político detrás de ETA y estoy deseando ver Fe de Etarras, a pesar de la polémica que ha levantado campaña de Netflix, que en ese sentido es irresponsable, porque va solo a provocar para que se hable de la película  antes del estreno. Pero yo confío y me da la sensación de que va a ir por ese camino que iniciaron con Vaya semanita y Negociador. Ocho  apellidos vascos creo que es otra cosa, es un producto muy comercial, de comedia romántica blanda.

Edurne Portela.

Quiere que su novela sea leída como una historia feminista. Pero, ¿se puede contar el País Vasco sin mujeres?

El otro día me preguntaron si en mi novela trabajaba el matriarcado, ése que de alguna forma estaba tratado en Patria. No lo hago de esa forma. Mi historia es distinta y el matriarcado de Patria es otro tema.

Y sobre el que muchas mujeres tienen críticas, por cierto.

Dejémoslo en que la imagen de la mujer en Patria es otra cosa. En mi caso no está representado ese matriarcado, porque a pesar de que sea una novela centrada en las mujeres, porque la madre Amaia tiene un peso muy importante en la narrativa, no es una novela en la que se refleje esa presencia de la madre asfixiante, que es como se caracteriza a la madre vasca. Porque yo creo que, en parte puede llegar a ser así, pero no es del todo cierta. Está muy presente esa caracterización con las novelas que tienen que ver con el mundo guipuzcoano. Pocas novelas se salvan de ese entorno vasco en el que hay una madre castrante, muy dura, muy rígida. Yo vengo de una zona en la que la mayoría son lo que llaman maquetos. Hijos de inmigrantes que de alguna manera ha roto ese tipo de estructura más tradicional o estereotípica del matriarcado vasco. Yo soy mitad gallega, mitad vasca por parte de madre y mi madre no llega a ser así, tan estricta y tremenda, pero mi abuela sí. Eso algo que en la novela no entra, porque lo que podría ser eso en la familia de Amaia viene de la familia del padre.

Ya lo hizo en El eco de los disparos. ¿Qué es Mejor la ausencia para usted? ¿La literatura como un ejercicio de responsabilidad? ¿Una herramienta contra el peligro de la equidistancia?

La escritura como ejercicio contra la equidistancia, sobre eso quiero hablar primero. En la novela es donde podemos matizar y ofrecer versiones del gris de una forma mucho más profunda e imaginativa que en el ensayo. Yo en el ensayo lo intenté: matizar mucho, explicar mucho, que no estar ni con uno ni con otros no es ser equidistante sino tener tu propio punto de vista, que es una crítica de la violencia sin tapujo. Ocurre que las zonas más grises, de la subjetividad, de los sustratos afectivos y éticos, no se pueden abordar de la misma forma con la estructura del ensayo ni con las armas imaginativas que te da la ficción. Es en la novela donde podemos explorar eso. La subjetividad de mis personajes busca explorar todas esa zona de oscuridad que produce la violencia.

Un detalle de la portada de la novela 'Mejor la ausencia'.

En lo que la ficción respecta, ¿realmente se abrió una exclusa a partir de Patria? ¿La deuda literaria con el terrorismo sigue siendo tan profunda como la deuda ciudadana?

Aunque sí se ha abierto, en El eco de los disparos defiendo que sí existe una literatura anterior a Patria. Que sí ha habido esfuerzos de los escritores de representar ese dolor, cuando ETA mataba. Me resulta  interesante volver sobre ellos y ver cómo afrontaron esa situación con la amenaza de ETA vigente y de cómo intentaron traducir  toda esa frustración e incomodad en la literatura. El fenómeno Patria es indudable y tenemos que asumirlo como un antes y un después en la literatura sobre ETA, por la repercusión que ha tenido y por el esfuerzo de Aramburu por plasmar desde su perspectiva, estemos o no de acuerdo,  la magnitud del conflicto. Porque él habla de ETA, y también de los presos, la tortura. Patria es un intento de gran relato, pero no puede ser el definitivo. Queda mucho por contar y desde muchas  perspectivas. Todas las que se han abierto a partir de aquí. Y no podemos perder de vista cómo lo vive cada una de las tres generaciones que ahora conviven. Y en eso hay algo en lo que quiero insistir:  no es sólo ETA, está todo lo demás. Es decir, está la crispación política que se vivía en ese momento, la connivencia de la gente del entorno de ETA y la kale borroka y los que se sentían excluidos y amenazados por lo que ellos hacían. También hay que hablar de una presencia brutal de la Guardia Civil y sus excesos. Y tampoco se puede hablar de todo esto sin hablar de los GAL, sin hablar de la tortura, de los desmanes. Es muy difícil hablar de eso sin que te tachen de filo etarra, o lo que sea. Pero hay que intentarlo.

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Aunque ETA no mate ya, sigue haciendo daño. ¿Hasta qué punto?

ETA no está superada. Hay algo importante que debemos de tener en cuenta en nuestra sociedad. Lo que en verdad hay que cambiar es la mentalidad que hizo a ETA posible. Y ahí está la verdadera labor. Necesitamos un cambio imaginativo, que nos haga mucho más empáticos con las víctimas de la violencia y que nos haga más responsables de cómo hemos apoyado y nutrido esa mentalidad, o cómo hemos convivido con ella sin enfrentarnos a ella. Ahí es donde tenemos que hacer una labor importante los escritores, cineastas y artistas. Debemos procurar y propiciar el cambio imaginativo para que eso no se repita.

En esa línea, en Cataluña hoy se reprocha a los que no se significan contra el referéndum. ¿Qué piensa de eso?

Es un momento tan tenso y crispado en Cataluña, que entiendo que haya gente que no se quiera posicionar porque no sabes cómo. ¿Hay que decir estoy a favor o en contra con todo? ¿No se puede tener una argumentación? Puede que yo esté a favor de un referéndum, pero no de éste ni de cómo se ha hecho. Es un ambiente tan crispado, que una respuesta no puede ser sí o no, blanco o negro. Hay que procurar los matices.

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