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Cultura

El experto de Méndez de Vigo apunta a la necesidad de un Banco de España de la Educación

El filósofo y pedagogo José Antonio Marina.

José Antonio Marina es el experto educativo en el que Íñigo Méndez de Vigo, ministro de Educación, ha puesto las riendas de un pacto nacional sobre Educación. Su relación con las instituciones públicas no es, en ningún caso, una novedad, pues ya fue el pedagogo de cabecera de José Luis Rodríguez Zapatero, el inspirador de la muy polémica Educación para la Ciudadanía. Es decir, es un referente transversal al que, según cuenta en su literatura, no le gusta que los políticos se inmiscuyan mucho en el ramo. Es más, llega a proponer un Banco de España de la Educación, un organismo independiente que evalúe, organice y marque la línea, emancipándolo así de los diferentes gobiernos que utilizan la enseñanza como arma de debate. 

Marina tiene un encargo, hacer un Libro Blanco de la Función Docente, que será la base sobre la que un grupo de expertos buscará encontrar el santo grial: una educación de calidad que contente a todos. No es, y la historia de España así lo ha demostrado, tarea sencilla. Es la asignatura pendiente; un estudio de Newsweek de 2010 aseguraba que la sanidad española era la tercera mejor de los 32 países más desarrollados; en educación estaba la última.

En un estudio de Newsweek la sanidad española aparecía como la tercera mejor de los países desarrollados; la educación como trigesimosegunda

Asumido el problema queda por delante la mayor parte del trabajo, la implementación de políticas para el cambio. José Antonio Marina, el experto llamado por el gobierno, acaba de publicar un libro que se llama ‘Despertad al diplodocus’, un compendio de ideas, prácticas y enumeraciones de estudios en el que expone las carencias a las que se enfrenta el sistema educativo español así como las posibles soluciones a esos problemas.

El problema del profesorado

Marina hace un repaso sistemático que pasa por todos los aspectos de la sociedad, desde el alumno al Estado pasando por las familias y las escuelas. Para todos tiene recetas posibles o, cuanto menos, caminos por los que se debería experimentar para cambiar lo que, evidentemente, no funciona.

El caso paradigmático es el de la escuela, centro de la experiencia educativa del alumno –la fase universitaria no se trata con profundidad y, cuando se hace, es solo para hablar de su interrelación con la enseñanza básica- y que, a tenor de lo explicado por Marina, está muy lejos de encontrarse en una situación idónea.

Una de las preocupaciones más recurrentes del filósofo es el profesorado, en el que, según él mismo dice, no quiere cargar las tintas, pero que no sale bien parado de sus análisis. El problema principal es la formación del mismo, un gran agujero negro que se demuestra con un solo dato: el estudio Talis, que evalúa la educación, asegura que más del 97% de los docentes creen que están suficientemente preparados. Marina entiende que una profesión como la docencia –algo extensible a casi cualquier ocupación- no tiene sentido si no hay un reciclaje constante de conocimientos. Eso señalaría ese dato, esa absoluta suficiencia, como un grave problema a solucionar. Como el profesor señala en varias ocasiones, ¿alguien estaría cómodo con un médico que no ha aprendido nada desde que salió de la carrera?

Es posible que ese reciclaje fuese más sencillo si la imagen del gremio fuese mejor, lo que permitiría que accediesen a esas plazas los mejores alumnos, los más dotados y no los que han tenido la docencia como recurso final. Marina cuenta que el 100% de los profesores de enseñanza básica en Finlandia –el referente mundial educativo- pertenece al 30% de estudiantes con mejores notas. Lejos, muy lejos, de la situación española, de la que no se aporta ningún dato concreto. “La docencia va a ser una profesión de élite. Tiene que serlo”, resume el filósofo. 

"La docencia va a ser una profesión de élite; tiene que serlo", resume Marina sobre la necesidad de la excelencia en el profesorado

Llega incluso a exponer una anécdota en la que una niña, premiada por sus buenos resultados como estudiante, decía querer ser maestra, lo que era replicado por su madre con algo de acritud: “Fíjese, con el mejor expediente de la Comunidad y quiere ser maestra”. Marina no culpa a la madre, entiende que en la España de hoy ese pensamiento es lógico, aunque no deje de ser alarmante.

La base de partida no es la mejor, pero eso no significa que con los mimbres actuales no se pueda hacer un buen cesto. Al contrario, Marina entiende que un óptimo trabajo colectivo y una actualización en las prácticas pueden dar igualmente buenos resultados. “Una organización inteligente es aquella en que un grupo de personas tal vez no sean extraordinarias, pero el hecho de colaborar de una manera determinada pueden producir resultados extraordinarios”, relata en el libro Marina.

El pedagogo coloca la mediocridad como el hecho a evitar y exige una movilización educativa que subsane los problemas que se dan actualmente en la educación española. Cree que los docentes tienen, antes de nada, que pasar por un proceso que consta de tres fases: creer que es necesario cambiar, querer hacerlo y saber hacerlo. Apuesta incluso por un proceso similar al que se desarrolla en la sanidad, con un MIR educativo que permita, primero, elegir a los mejores y, posteriormente, formarlos. Incluso, en unas polémicas declaraciones, ha llegado a exponer la posibilidad de que el salario de los profesores tenga relación directa con sus resultados. 

Todo eso, claro, tiene un problema añadido en la Universidad, que es incapaz de proveer de talento al sistema educativo. Las facultades españolas no están entre las mejores del mundo en ningún ranking y, por si eso fuese poco, cargan más su función en la investigación que en la docencia, por lo que esta última se resiente.

Y también se suman otras cuestiones de importancia, como la ausencia de directores ejecutivos que cambien el sentido de la educación de los centros o, incluso, la poca capacidad de estos para hacer modificaciones reales en los colegios. Marina, aunque no carga directamente contra ello, no parece ser un entusiasta del profesor de plaza, pues cree que los directores deberían poder elegir sus equipos y considera que el reciclaje de conocimientos es más difícil en quien sabe seguro que mantendrá su puesto de trabajo.

Marina expone experiencias piloto en muchos centros educativos, diferentes maneras de abordar un problema complejo que empiezan a dar resultado. Su esperanza es tal que llega a decir que un solo profesor que quiera cambiar las cosas es un avance importante para ir regenerando el sistema aunque, lógicamente, lo sería más si el cambio llegase a más estratos a la vez.

Hay, adicionalmente, otro grave problema con el que se enfrenta España: su incapacidad de evaluarse. El filósofo cuenta que en el país se han confundido en muchas ocasiones conceptos, que evaluarse mejor no significa poner más exámenes sino algo más profundo y duradero que no puede consistir solo en los resultados de los alumnos sino en un proceso más general.

El Estado

El problema está en el centro, en las aulas, en los profesores, pero difícilmente cambiará si no se intenta que se cambie. Para eso, y para shock de liberales –el mismo así lo afirma- considera necesaria la implicación del Estado en el sistema educativo. Marina pone un símil con la industria electrónica, tan pujante. Asegura que Apple no ha inventado los componentes de sus productos, sino que simplemente ha empaquetado desarrollos generados por inventos financiados con fondos estatales –civiles y militares- y que el proceso educativo debe ser algo similar. Es decir, que la educación como tal no es un fin sino un medio, que la productividad del país necesita un buen sistema de aprendizaje pero que no será el sector primario el que ponga los elementos necesarios para que se desarrolle. Asegura que Finlandia, hoy envidia, antes de tener un educación modélica era un país con una economía retrasada que ha cambiado a medida que los estudiantes salían mejor preparados.

El filósofo relata la necesidad de que el Estado sea pieza imprescindible para el desarrollo educativo en el país

Marina habla del Estado gestor frente al Estado mínimo y el Estado planificador como solución más certera para solventar el problema educativo. Pide para ello que los ministros de Educación tengan formación en la materia, algo que ha brillado por su ausencia en los distintos responsables del ramo en España –el propio Méndez de Vigo ha reconocido sus carencias en el tema- porque solo así podrán encauzar el sistema hasta una propuesta mejor que la actual.

Al filósofo le preocupa la politización de la Educación, rémora común en España que hace que se hable más de la implementación de una asignatura de Religión que del sistema en sí mismo. Propone hacer un organismo independiente, con expertos, una especie de Banco de España de la Educación que sirva para homogeneizar y regular la enseñanza en el país sin que esté a expensas de quién mande en qué momento. Marina no se moja en que las competencias estén transferidas (“puede ser un obstáculo o una ventaja, depende de lo competentes que sean los encargados”) y pide, en lo que quizá es la parte más débil de su discurso, más financiación. Los problemas, también los educativos, necesitan dinero para cambiar de cara.

El experto de Méndez de Vigo deja piezas que pueden no ser del gusto del gobierno actual, o que, por lo menos, no lo fueron en tiempos recientes. Una de ellas se puede resumir en una frase del libro: “Hay que ajustar los programas e itinerarios escolares para que nadie se quede fuera”. Una idea muy lejana a la última Ley de Educación, la del ministro Wert, que proponía que no todos los estudiantes podían cursar todo lo que quisiesen, que el sistema debía servir también de filtro para el futuro, una idea muy contestada por la comunidad educativa, como en general la ley.

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