Quantcast

Cultura

Isaac Rosa se encierra a solas con el malestar en ‘La habitación oscura’

La entrevista ocurre como las páginas de esta novela: a oscuras. En la sala cerrada se cuela, a veces, “una aguja” de claridad. Sin embargo hay penumbra, la suficiente como para conversar sin tomar apuntes. Isaac Rosa viste una camisa de listones claros que estropea el simulacro de ceguera y que los ojos intuyen después de acostumbrarse a la opacidad. A pesar de eso, el efecto persiste: el novelista se ha convertido en su voz, lo único necesario para atravesar La habitación oscura, no esta, sino aquella en la que se desarrolla su más reciente novela, de la que ahora habla, invisible, en medio de la estancia en la que alguien ha apagado el interruptor.

Este es el séptimo libro de un escritor que con apenas 31 ganó los premios Rómulo Gallegos, el Ojo Crítico y el Andalucía de la Crítica. En sus páginas, Isaac Rosa retoma y depura los temas que vertebran su obra: el miedo, la violencia, la lectura política de una realidad crepuscular, un mundo que va a menos. Así como en El país del miedo (Seix Barral, 2008), Carlos, su protagonista, vivía permanentemente asustado o en La mano invisible (Seix Barral, 2011) sus personajes permanecían recluidos en una nave industrial de la que prácticamente no salían, los protagonistas de La habitación oscura (Seix Barral, 2013) habitan un universo clausurado a conciencia, sellado con grapas y clavos incrustados con el martillazo de la decepción, la renuncia, el fracaso, el resentimiento...

La historia narra cómo un grupo de jóvenes, todos nacidos en los setenta –Rosa es del 74- deciden convertir un sótano en un cuarto sin ventanas, lámparas o rendijas por las que pueda traspasar la claridad. Durante 15 años entran y salen de ese espacio que comienza como escenario del juego y el desafuero, el rincón para practicar sexo a tientas y que, con el paso de los años, se convertirá en un refugio para guarecerse de la vida que golpea: la que no les trajo el éxito esperado ni la casa propia llena de muebles, mucho menos la abultada nómina de la felicidad; la que les confinó a la angustia, la muerte y la derrota; la que les convirtió en gente que no quiere ver pero que no puede elegir esconderse de los otros.

Plantear La habitación oscura sólo como un retrato generacional supone estropear el potente artefacto literario creado por Rosa.

Un narrador colectivo, a veces hombre a veces mujer, conduce una trama en la que, cuando la oscuridad se hace familiar y el lector comienza a pensar que ya sabe lo que ocurrirá, irrumpen de golpe personajes, situaciones e historias que se abren paso a través de la ceguera que han elegido. ¿La historia de una generación? ¿Metáfora de la crisis que ha arrastrado consigo a quienes la viven? Sí y no. La habitación oscura es eso y mucho más. Por eso esta entrevista no lleva por título una cita inflamable -y preferiblemente política- que podamos atribuir a Rosa para animar el cotarro. Hacer eso sería echarlo todo a perder, contar el chiste, fastidiarle la vida al lector. Plantear esta novela sólo como un retrato generacional sería arrojar luz en las zonas equivocadas, estropear y limitar un artefacto potente en el que Rosa renuncia a las bombillas de la obviedad y con el que consigue usar la penumbra a favor de la lucidez y claro, cómo no, de la verdadera literatura.

-La habitación oscura tiene un discurso político, nadie lo niega. Pero hay más: ocultaciones y transparencias animadas en una estructura literaria eficaz, compleja…

-Esto es una novela, no un ensayo ni una crónica de la crisis. Y como tal, he intentado hacer una reflexión desde la narrativa, desde las formas de construcción del relato. La habitación oscura va cambiando, se acaba convirtiendo en un espejo de las vidas de los personajes. Va transformándose y descomponiéndose. Lo que comienza siendo un sitio para pasarlo bien, se va convirtiendo en un refugio, en un escondite. Ellos creen haber construido un sitio impermeable, pero se va filtrando cada vez más ese exterior.

"Esto es una novela, no un ensayo ni una crónica de la crisis. Y como tal, he intentado hacer una reflexión desde la narrativa"

-Sobre los personajes, nacidos en los setenta, encarnan una generación que no tiene nada de heroica: no se jugó nada, aspiraba al progreso que no llegó. Sin embargo, al leer La habitación oscura, queda la duda de si son unos estafados o unos estafadores.

-Son estafadores porque se han estafado a sí mismos. He situado la historia en esa generación porque es la mía, pero también porque creo que, justamente por los años a los que pertenece, sufre la crisis de una manera especial que la incapacita para responder. Los nacidos en los setenta no tienen, como dices, nada de heroico: ni experiencia propia ni memoria de lucha, lo cual los hace incapaces de organizarse. Al mismo tiempo es la generación nacida en democracia y en la sociedad de consumo. Eso hace que para ella sea más difícil interpretar y encajar lo que está ocurriendo. A esta generación le cuesta responder, porque ha sido educada en unas promesas que no se cumplieron.

-Plantearlo así ofrece una disculpa anticipada, como si el mundo les debiera algo.

-Ahí entra esa idea de los estafadores y estafados. En la primera parte de la novela se insiste mucho en ‘nos han engañado, nos han robado el futuro que nos prometieron’, pero en la segunda parte ellos mismos llegan pensar ‘nos han engañado porque nos hemos dejado, hemos participado de ese engaño’.

"Lo que quería era retratar, a través de ciertos personajes, a esa gente que se está comenzando a impacientar con protestas como el 15-M"

-Algunos personajes que podrían ser salvadores, el hacker por ejemplo, tienen un punto de impostores.

-La novela es intencionadamente ambigua. Que sea el lector el que interprete cuáles son las motivaciones de unos y otros, cuáles son las consecuencias, qué persiguen con sus acciones.

-Otros personajes, Silvia, la activista, en ese caso, son durísimos con el 15-M.

-Es cierto. Lo dice uno de los personajes, no lo digo yo, aunque puedo compartir una mirada crítica porque he participado en el 15M y he escrito dando mi apoyo y celebrando que ocurriese algo como eso. Sin embargo, no hay que perder el discurso autocrítico. Cualquier balance que hagamos de ese movimiento es evidente: ¿Ha parado algún recorte, reforma o privatización? No. Lo que quería era retratar, a través de ciertos personajes, a esa gente que se está comenzando a impacientar con un tipo de protesta que tiene algo de espectáculo, que no pone en apuros al poder.

"Los creadores, llamémosle novelistas, escritores, cineastas… hemos sido bastante irresponsables"

-En su obra hay una idea del compromiso, de la intervención del escritor en la realidad al retratarla a través de ciertos temas. No en vano citó El libro de Manuel en su discurso del Rómulo Gallegos. ¿Esta novela mantiene esa vocación?

-No lo planteo en términos de compromiso, porque es cierto que el autor comprometido hoy suena vacío. ¿Comprometido con qué? Lo pienso más bien en un cierto sentido de la responsabilidad. No con unos principios, sino en la responsabilidad del autor con su propio tiempo. Creo que a lo largo de los años de democracia previos a la crisis, los creadores, llamémosle novelistas, escritores, cineastas… hemos sido bastante irresponsables. Nos hemos desentendido de las consecuencias que tiene nuestra obra y del propio lugar que la sociedad nos estaba dando: nos escuchaba. Ahora estamos pagando el precio. La literatura está corriendo el riesgo de convertirse en algo irrelevante a efectos políticos, porque ha sido desplazada del centro de la construcción de un discurso.

-Alguien como usted, ¿qué piensa de la izquierda? ¿no cree que ha sido una estafa?

-Depende de lo que llamemos izquierda. Si estamos hablando de los socialdemócratas o de toda la socialdemocracia europea (que es en gran parte responsable del modelo que se construyó y de lo que ocurre ahora) o incluso de la izquierda transformadora, si hablamos de esa izquierda, es obvio que la crisis le pilló en un punto bajo, probablemente en el más bajo de su historia, cuando determinadas organizaciones y colectivos, por ejemplo los sindicatos, estaban desarmados.

"A la izquierda, la crisis le pilla en un punt bajo, probablemente el peor en su historia"

-Eso suena a disculpa. Todos son responsables… ¿no? ¿Por qué no decirlo?

-Lo que ocurre es que la mayor parte de la izquierda no tiene un discurso qué oponer a la salida de la crisis. Las soluciones que se aportan, no sólo desde la izquierda socialdemócrata como puede ser el PSOE, sino incluso formaciones tipo Izquierda Unida, son en realidad, propuestas irreales e improbables. Se habla de políticas de crecimiento, de incentivos para volver a crecer, cuando no se dan cuenta de que esto no volverá a ser como antes. Hay que pensar en otros términos, incluso hasta ecológicos. ¿Cómo vamos a seguir pidiendo crecimiento, industrialización?

-Volvamos a la literatura, mejor. Es difícil desentrañar La habitación oscura sin cargársela, sin mostrar sus entresijos, que lo son todo. El sexo puede que parezca el punto de partida, pero se debilita, y  sin embargo se mantiene como un hilo.

- El sexo inicialmente entró en la novela de la misma forma que puede estar en mis novelas anteriores. Cuando empecé a escribir La habitación oscura y hablaba de un grupo de veinteañeros que se meten en un sótano oscuro, un sábado por la noche, después de beber, pues no estarían meditando. Pero a medida que avanza la novela, que la propia habitación oscura va modificándose, el sexo continúa, con una lectura no necesariamente clara. En algunos momentos aparece como un mecanismo de liberación, de ir allí a curarse las heridas con otros cuerpos. Pero en otros es una forma de dependencia, incluso de nostalgia.

-Literariamente, ¿cómo ha cambiado el Isaac Rosa de los últimos siete libros?

-He cambiado bastante, aunque no me considero un autor maduro. Si cogemos El vano ayer y La habitación oscura, sin considerar ninguna otra novela entre medias, creo que tengo más conciencia del uso del lenguaje. Antes era más inocente. He ido echando de mi literatura la ironía, que en El vano ayer era el recurso principal. Pero hay cosas que mantengo: la relación con el lector, por ejemplo. Manejar sus expectativas: despistarlo, esperar a que esté cómodo en una situación y de pronto cortarle de golpe, ofreciéndole otra cosa. Cuando uno llega a una novela tiene unas expectativas y por la lógica narrativa aciertas situaciones. Esas expectativas se pueden utilizar para cumplirlas, pero también para traicionarlas, porque a veces los lectores somos perezosos y nos gusta acomodarnos, cuando en verdad es muy fácil desestabilizarnos y colocarnos en un lugar incómodo.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.