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Cultura

Minna Lindgren: cuando los periódicos no quieren contar verdades incómodas hay que escribir una novela

Minna Lindgren.

A los 86 años su padre sólo quería morir. Tranquilo, sin sondas, ni pastillas, ni jeringas. Sólo eso: morir de viejo, sin que nadie le disputara su derecho a estar en paz. Conseguir una residencia pública donde tal cosa fuera posible fue infructuoso, así que hubo que pagar una privada en la que el día costaba 300 euros. Cuando su padre abandonó la vida así como quiso, con discreción y dignidad, la periodista Minna Lindgren comenzó a investigar cuántos casos como el de él existían. Encontró muchos, a cada cual más complejo. Escarbando en el que según ella es el negocio más lucrativo de Finlandia -las residencias de ancianos- se topó no sólo con el mundo frío y mecánico de cuidadores sin vocación, sino con casos concretos de maltrato. Quiso contarlo todo en una serie de reportajes. Pero nadie quiso publicarlos. Así que para contar la verdad, decidió escribir ficción. De ahí salió la llamada Trilogía de Helsinski, una mezcla de novela negra, crítica social y comedia protagonizada por tres ancianas de 90 años.

Minna Lindgreen hizo varios reportajes sobre el maltrato a los ancianos. Pero nadie quiso publicarlos. De ahí nació la primera novela

Nos enseñan a temer y despreciar la vejez, a apartarla. La forma en que los medios nos venden la vejez es horrible, la discusión pública sobre los ancianos los retrata como una fuente de pérdida de dinero, de gasto. Nadie habla del miedo a envejecer, pero está ahí”, asegura Minna Lindgren, quien ha visitado Madrid recientemente para hablar de Tres abuelas y un joyero de ida y vuelta (Suma) el libro que sigue a Tres abuelas y un cocinero muerto, el primero de la serie y superventas absoluto en Finlandia.

En el caso de esta segunda entrega, repiten las viudas nonagenarias Siiri, Irma y Anna-Liisa. Las tres viven en "El Bosque del Crepúsculo", un centro privado de apartamentos para la tercera edad de Helsinki en el que comienzan a vivir un infierno por unas obras interminables. El ruido es ensordecedor y todo está patas arriba. En medio del desorden, el joyero de una de ellas desaparece. A las protagonistas no les queda más remedio que mudarse a un apartamento compartido, y comienzan además a darse cuenta de que las obras son bastante sospechosas y podrían estar encubriendo actividades criminales. Así se embarcan en una aventura que se aprovecha del humor para estrujar a quien lee contra la fría concepción que las sociedades desarrolladas tienen de la vejez

“Nos enseñan a temer y despreciar la vejez, a apartarla. La forma en que los medios nos venden la vejez es horrible"

Mientras que en el primero, Tres abuelas y un cocinero muerto, Minna Lindgren abordó los problemas de las residencias y el exceso de medicación a los que son sometidos los ancianos; en el segundo, el que ahora se publica en castellano, habla de los cuidados domiciliarios y el derecho a morir. La tercera entrega, próxima a publicarse, es una distopia. En ella describe un futuro imaginario de residencias sin cuidadores donde todo sea a base de tecnología, una mordaz denuncia a la visión higiénica y distante que existe en el trato con las personas mayores.

Justamente para refirmar la crítica a una concepción discriminatoria de la senectud que despoja a las personas de su voluntad, arrimándolas a una infancia marchita, Minna Lindgren se ha esforzado en crear personajes que hacen lo que desean, se embarcan en aventuras y defienden su derecho a ser ellos sin importar las condiciones. La posibilidad de elegir es lo que las hace, a su manera, heróicas. Aunque la residencia en la que viven es un lugar siniestro, en el que su identidad es aplastada por fármacos que les prescriben médicos que apenas han visto y los enfermeros vagos e inexpertos los obligan a hacer gimnasia como a críos, Siiri, Irma y Anna-Liisa hacen lo que les da la gana.

Descrita por algunos lectores como una mezcla entre Miss Marple y El abuelo que saltó por la ventana y se largó, la trilogía de Minna Lindgren mete el dedo en la llaga sin renunciar al humor y la ironía. “A veces me preguntan porqué el humor para contar estas cosas, pues justamente porque hay algo absurdo e irónico con lo que pasó con mi padre. Si era capaz de contar esto en una historia que fuera verosímil y llegara a las personas, podía hacer cualquier cosa y creo que la encontré”, dice la periodista freelance, quien a pesar de haber publicado un primer libro, ha encontrado en la trilogía un debut a lo grande.

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