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Cultura

Juan Marsé, sobre la lenta represión del olvido

El novelista Juan Marsé (EFE/Alberto Estévez)

La escritura de Juan Marsé es un largo oficio de memoria que a unos hastía y a otros atrapa. Para el segundo bando hay fiesta servida, para el primero un puente de plata. Porque en esta oportunidad, Marsé regresa en una versión más áspera de sí mismo. No escribe, destila. Se trata de Esa puta tan distinguida (Lumen), una historia en la que entra y sale de sus obsesiones con el paso firme de los que ya no esperan nada: ni siquiera de sus propios recuerdos. Cumplidos los 83, Marsé levanta su más reciente novela sobre dos elementos que vertebran su vida y su obra: cine y memoria. Ambas cosas en Marsé son un lugar hecho del mismo material, una conjunción a la que el autor de El embrujo de Shanghai ha dedicado sus más hermosas líneas.

Cumplidos los 83, Marsé levanta su más reciente novela sobre dos elementos que vertebran su vida y su obra: cine y memoria

Esa puta tan distinguida tiene como punto de partida el asesinato de una prostituta bien conectada con la policía y con el régimen franquista. Todo ocurre en la Barcelona de 1949, más exactamente en la cabina de proyección de un cine de barrio en el que la prostituta aparece asfixiada con el negativo de una película. Treinta años después, el asesino confeso, el proyeccionista Fermín Sicart, habla del caso en el verano de 1982 con un escritor que ha recibido el encargo de escribir el guion para una película. Sicart no consigue recordar por qué la mató. Sus recuerdos desaparecieron abrasados por los experimentos de un psiquiatra ligado al franquismo que pretendía curar a los marxistas de la alteración del gen rojo por la vía del olvido. En evidente alusión a Antonio Vallejo-Nájera, oculto tras el nombre de por Tejero-Cámara. Es ahí donde encierra una de las grandes metáforas del libro: el uso político de la memoria, la lenta represión del olvido.

Con el trasfondo narrativo de un rodaje –las trampas del recuerdo siempre al acecho-, una estructura narrativa guionizada y la aparición de un productor de nombre Moisés Vicente Vilches, Esa puta tan distinguida revela al Marsé más metálico y afilado en la voz de su narrador. Ha querido el azar –o acaso el absoluto hartazgo de Marsé por la prensa- que esta entrevista suceda como el cuestionario que recibe al lector en las primeras partes de la novela. Así, por escrito. Sin embargo, no goza quien pregunta de la habilidad para arrancar a Marsé las brillantes joyas que prodiga el escritor en Esa puta tan distinguida: aquello de que ansía ser el piano de Glenn Gould; que Madame Bovary es el personaje real que más admira y Carmen Balcells la ficción perfecta. Justamente por eso, hay generosidad no sólo en el Marsé de esas páginas, sino también en sus respuestas, que aterrizan en el correo electrónico.

Ha querido el azar –o acaso el absoluto hartazgo de Marsé por la prensa- que esta entrevista suceda como el cuestionario que recibe al lector en las primeras partes de la novela... por escrito

Compañero de generación literaria de Gil de Biedma, Eduardo Mendoza o Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé escribió su primera novela a los 25 años: Encerrados con un solo juguete, con la que consiguió quedar como finalista en el premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Tras una etapa en París, regresa a España y publica Esta cara de la luna y Últimas tardes con Teresa (1966), que la valió el Premio Biblioteca Breve y de la que se cumplen ya 40 años. Le siguen La oscura historia de la prima Montse (1970) y Si te dicen que caí (1973), censurada por el franquismo. El gran salto ocurre con La muchacha de las bragas de oro (1978), que obtuvo el Premio Planeta. La consagración literaria llegó con El embrujo de Shanghai (1994), Premio Nacional de la Crítica, y Rabos de lagartija (2000). En 2008, fue distinguido con el Premio Cervantes.

Se conocen de sobra las opiniones de Marsé sobre el cine –las adaptaciones de sus novelas han sido lamentables casi todas-, los nacionalismos y cualquier forma de poder. Nunca ha dado rodeos, ni entonces ni ahora. Renunció a formar parte del jurado del Premio Planeta y dejó a Lara plantado con la misma tranquilidad con la que, en 2008, al ganar el premio Cervantes espetó a la prensa que se gastaría el dinero del premio en “vino y mujeres”. Es tan poético en blanco sobre negro como tan directo en las distancias cortas. En más de una ocasión ha afirmado que “escribe en español porque le da la gana” y que el independentismo de Artus Mas y Jordi Pujol es más un asunto que se dirime entre Sentiments i centimets. Marsé se refiere a esta como su novela más autobiográfica. Sin embargo hay mucho más que eso: se trata de algo sinfónico, perfecto como una joya bien engarzada. Marsé, quien fue aprendiz de joyero a los 13, no elude su relación artesana con el lenguaje, no sin antes propinar algunas enmiendas. Sobre ese tema, y algunos otros que aluden a su biografía: Barcelona como esa extensión de una orfandad en la que se busca; su completa pérdida de fe en cualquier ideología y, cómo no, alguno que otro dardo intencionado.

-A veces sus lectores nos preguntamos qué buscará Juan Marsé. ¿Recordar? ¿O encontrar una parte de sí mismo que ignora?

-No lo sé. "Estoy por decir que me busco a mí mismo… ¡si no me tuviera ya tan visto!"

"Estoy por decir que me busco a mí mismo… ¡si no me tuviera ya tan visto!"

-Su prosa literaria (y la periodística todavía más) tiene la paciencia del orfebre. ¿Fue en aquellos años en el taller, demorándose, donde se hizo consciente de algo como tallar y engarzar las palabras?

-Yo fui operario en un taller de joyería, o sea, hacía sortijas, pendientes, broches, etc. , pero no engastaba piedras preciosas en esas joyas, eso lo hacía el engastador, que trabajaba por su cuenta en su propio taller. El trabajo artesanal siempre interesó: escribir a mano me sigue gustando más que hacerlo en el ordenador.

- Marsé siempre ha ido a contracorriente. No son pocos sus encontronazos por motivos literarios, por su desacuerdo con determinadas ideas. Y algo hay en la entrevista que recibe al lector que lo confirma.

-No me parece bien que yo proponga mis opiniones personales o mis gustos como ejemplo de rebeldía. No voy a rubricar eso. Que lo decida el lector. Yo me limito a defender mi independencia de criterio. Y éste tampoco es el objetivo principal de mis ficciones.

"Llevo años pensando que separarnos de España no nos va a traer ningún bien, al contrario"

-En su más reciente novela su narrador asegura que toda forma de patriotismo parecen tener algo rapaz, carroñero ¿Alguna vez no lo sintió así?

-Creo que eso queda bastante claro. Pero no me sirvo de la novela para proclamar una opción política. Sé muy bien que cuando se mezcla literatura y política se acaba por no hacer una cosa ni la otra. Llevo años pensando que separarnos de España no nos va a traer ningún bien, al contrario, y así lo he declarado en muchas ocasiones, burlándome de políticos incompetentes o corruptos que enarbolan la senyera con mano patriótica mientras con la otra mano nos vacían la cartera.

- Usted siempre ha sido crítico con la burguesía catalana. No voy a pedirle su opinión sobre nadie en concreto, ni avivar sus polémicas en los años del pujolismo. Sólo quiero saber, ¿qué queda de todo aquello?

-Queda una buena cantidad de injusticia y de mierda franquista.

- Su juventud fue un momento único: Barral, Ferrater, Gil de Biedma, Balcells, aquella ciudad donde todo era posible. Hace unos días Félix de Azúa dijo que sentía que su generación había fracasado en todas las cruzadas y que sólo creía en la salvación individual. ¿Le ocurre lo mismo?

-Félix de Azúa sabe que todo escritor honesto debería aplicarse en aquel anhelo que se propuso Samuel Beckett: fracasa más, fracasa mejor. Creo que él lo está consiguiendo.

¿Qué queda del Pujolismo? "Una buena cantidad de injusticia y de mierda franquista", responde

-¿Cómo ve a Teresa con los ojos de hoy? ¿A diferencia de quien la ideó, no tuvo el privilegio del desengaño…?

-Hoy veo a Teresa brillando en la alta sociedad: casada con un miembro del Parlament, prepotente tiburón catalán de las finanzas, y flirteando con su tercer amante (de Podemos) pero activista del JxSí, y por supuesto nada ingenua.

-El cine ha jugado un papel esencial en todas sus historias, Una puta muy distinguida no es una excepción. Sin embargo, su obra puede sea la más maltratada en lo que a adaptaciones respecta.

-Lo que algunos cineastas no han entendido es que las imágenes que surgen de la lectura de un texto literario no siempre dicen lo mismo en una película. Yo previne a Vicente Aranda contra su opinión, tantas veces manifestada, acerca de lo “cinematográficas” que le parecían mis novelas. Decía él que había que tocar muy poco, que el guion se desprendía fácilmente de la novela, que no había que cambiar casi nada. A mí me parecía que había que cambiar mucho, incluso crear escenas nuevas: que lo importante era hacer una buena película, sin respetar ni poco ni mucho, si era preciso, el texto original. Sí lo hizo Víctor Erice con la adaptación de El embrujo de Shanghai, un guión que desdichadamente no pudo rodar.

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