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Cultura

Daniel Jiménez: "No quiero libros perfectos, quiero novelas que te agarren de los pelos y te hagan sufrir"

Daniel Jiménez, ganador del Segundo Premio Dos Passos a la primera novela.

En tiempos de libros blandos e inofensivos; en tiempos de escritores que escriben sobre escritores; en tiempos de demasiadas presentadoras de televisión que escriben demasiadas malas novelas; en tiempos así, como estos, hacía falta un libro como éste. Se trata de Cocaína (Galaxia Gutenberg), el manuscrito con el que Daniel Jiménez (Madrid, 1981) se alzó con el II Premio Dos Passos a la Primera Novela y que llega esta semana a manos de los lectores cargada de furia y belleza.

Auténtica como la rabia, Cocaína no es una versión castiza de Burroughs o Irvine Welsh. Tampoco un panfleto, ni una novela sobre la crisis. Es mucho más que eso

Cocaína narra la historia de Daniel, un joven que vive en el Madrid actual; alguien que colecciona empleos marginales y gasta una media de 60 euros diarios en un gramo de farlopa. Un hombre solo, mutilado por sus temores, alguien que se habla a gritos a sí mismo, atrapado en una infancia eterna y paralizante. Daniel tiene 30 años, unas ganas inmensas de reventarle las rodillas al mundo y la plena conciencia de que sólo la literatura será capaz de sacarlo de ese pozo de mierda en el que vive y que él mismo se procura. Que el mundo le deba algo es lo de menos, que su hermana fuese una suicida y él un despojo también. Aquí importan otras cosas.

Auténtica como la rabia, Cocaína está bien escrita, magníficamente bien escrita. No ocurre a menudo, pero cuando la primera novela de un autor desconocido consigue publicarse y alumbrar al mundo con su ira y su genialidad, es justo en ese momento cuando recuperamos la cólera, esa palabra sobre la que alguien levantó hace más de dos mil años el acantilado de la literatura. Cocaína no es una novela de superación, no es una historia de redención, mucho menos un alegato romántico sobre las bienaventuranzas de la vocación. No es Julián Sorel consumiendo Speed, tampoco una versión castiza de Burroughs o Irvine Welsh, mucho menos la estampita que alguien ha colgado del altar de Roberto Bolaño. No es un panfleto, ni una novela sobre la crisis. Cocaína es mucho más que eso.

Escrita con arrebato y vehemencia, con el puro músculo, Cocaína no desecha el humor. En sus páginas Juan Soto Ivars puede convertirse en una especie de tirano imaginario, Mara Torres en musa del héroe estropeado y Arturo Pérez-Reverte en el objeto preferido de desprecio de quienes se formaron leyendo a Perec. Sobre este último punto, valga decir, se levanta la confirmación de una sospecha: odiar al autor de La tabla de Flandes es, a su manera, una forma de postureo literario, aunque Daniel Jiménez se ría al escucharlo o quizá justamente por el hecho de que lo haga. “Sí, es verdad, meterse con Pérez-Reverte es como robarle el bolso a una vieja: algo feo y gratuito”, dice el escritor en la que es, de momento, la tercera entrevista de la mañana.

“Sí, es verdad, meterse con Pérez-Reverte es como robarle el bolso a una vieja: algo feo y gratuito”, dice entre risas Daniel Jiménez en la tercera entrevista de la mañana

Que personaje y narrador sean una misma persona, puede y puede no ser. Lo que sí comparten ambos, Daniel Jiménez y su creación literaria, es una profunda conciencia de autor. En las páginas de este libro, el perseverante y atormentado protagonista se compara con José Ángel Mañas –aquellas Historias del Kronen que marcaron a una generación que se ha hecho vieja- y lo hace porque la voluntad de abrirse paso a patadas es todavía mayor que la voluntad de destruirse. ¿Hay otra forma de irrumpir en la literatura que no haya sido siempre así? No. Y es justamente por eso, por la autenticidad y la urgencia que se resumen en ese intento, que Cocaína tiene valor y belleza.

-Esta novela es razonablemente autobiográfica.

-Parte de experiencias propias y las trasciende en el momento en que se convierte en una ficción. Comienza como un diario, mi diario. Sin embargo se crea un personaje que es un monstruo y debe hablar por sí solo. El protagonista se sigue llamando Daniel pero es un Daniel que entra y sale de la cocaína, de lugares, de personas. Ese ya no soy yo. Es un personaje de ficción.

-Daniel está lleno de furia, una que no se alivia con nada. ¿De dónde proviene su malestar? ¿Quién tiene la culpa de su mala leche?

-Viene de muchas situaciones dramáticas que lo han llevado hasta allí. Además de la cocaína, que le genera unos efectos secundarios terribles; del suicidio de su hermana; la distancia de su familia; el recelo hacia sus amigos; la desaparición de su novia… Además de todo esto, de quedarse completamente solo, lo que más le estropea la existencia a Daniel es el mundo literario: saber que está al margen de él.

-Al que se muere por entrar de una vez por todas.

-Él se cree un escritor con mucha valía y sin embargo ve que sus ambiciones literarias están frustradas y pueden seguir estándolo. Su lucha se basa en la idea de que la cocaína es su herramienta de supervivencia y la literatura es la válvula de escape, lo que lo va a ayudar a salir adelante, a ser una persona diferente y no seguir ahondando en el odio y la rabia.

"Lo que más le estropea la existencia a Daniel es el mundo literario: saber que está al margen de él"

-¿Realmente es tan importante la literatura?

-Para quién ¿para el personaje? ¿para mí?

- Justo ahora se están instalando Las Cortes y mírenos hablando de literatura, como si eso pudiera cambiar la vida de alguien.

-Ya, deberíamos estar nosotros en Las Cortes hablando de literatura y ellos aquí sentados.

-Hay cierta candidez en Daniel: la idea de que la literatura redime, cuando en verdad tal cosa jamás ocurrirá, ni siquiera en su libro.

-Creo que sí, que se le da la posibilidad de redimirse, porque termina creando una novela que da sentido al sufrimiento que ha padecido. Es una pequeña salvación. Es verdad que hay cierto romanticismo mal digerido. Pero la literatura es importante: es la posibilidad de construir la personalidad de alguien que quiere ser mejor, que quiere ser otro.

-Sólo la química o la ficción alivian la furia que le ocasiona a Daniel su periferia. Ya sea por sí mismo o las circunstancias, él vive en la marginalidad. Muy de estos tiempos, ¿no?

-Hay muchos personajes que aunque no recurran a drogas se sienten igual de inadaptados que Daniel. No les va bien laboralmente, con la familia tienen relaciones difíciles, sus amigos están dispersos. Daniel es un personaje representativo de una generación, de unas ilusiones perdidas, del síndrome de la promesa incumplida.

"La literatura para él es una lucha entre generaciones, quiere quitar de en medio a unos cuantos para poder entrar él. El sitio es pequeño y hay hacerse hueco a toda la velocidad"

-Daniel como personaje tiene plena conciencia literaria. Él se compara con Mañas, por ejemplo.

-La literatura para él es una lucha entre generaciones, quiere quitar de en medio a unos cuantos para poder entrar él. El sitio es pequeño y hay hacerse hueco a toda la velocidad. Daniel tiene conciencia literaria. Tiene un deseo terrible de convertirse en autor. Si no fuera por esa pulsión no tendría escapatoria. Pero sabe que para que eso sea posible tiene que bajar a la mierda, rechazar muchas imposturas y superar esas ganas terribles de morir poco a poco consumiendo cocaína.

-Cocaína habla sobre la precariedad y la marginalidad sin nombrarlas. Nos devuelve la sensación de que la literatura joven que nos cae en las manos es demasiado correcta, ¿eso ocurre acaso porque los verdaderamente huérfanos, los verdaderamente marginados, no publican?

-Hay escritores que escriben con mala hostia y rabia, pero es mucho menor. Creo en la escritura como aquello que te zarandea y te obliga a cuestionarte tu lugar en el mundo. Me gustaría escribir algo que haga dudar, tomar una posición, enrabietarse. Soy un escritor joven y es mi obligación: intentar destruir castillos de naipes en los que la gente está cómodamente sentada. No quiero libros perfectos, quiero novelas que te agarren de los pelos y te hagan sufrir.

-En la novela hay un resabio bolañista, aunque no lo suficientemente profundo como para que se coma la historia ¿Cree usted que su generación tiene menos afectos literarios?

- Hemos heredado algún mito que otro, pero tenemos bastante más orfandad que otras generaciones. En el fondo eso está bien.

"Creo en la escritura como aquello que te zarandea y te obliga a cuestionarse tu lugar en el mundo"

-La muerte de la novela es un tema recurrente, pero todo apunta que sigue siendo el género codiciado para la consagración, mire su caso…

- Estos dos meses han sido muy extraños. He asistido un poco perplejo a la entrada al mundo literario. Tenía expectativas gigantes, pero a veces me pregunto si valía la pena tanto esfuerzo por un hecho tan trivial como publicar un libro.

-Ni usted se cree lo que está diciendo.

-Puede sonar un poco petulante, porque ahora es que toca defender el libro, enfrentar las críticas negativas, pero cuando ves ese objeto, el libro impreso, hay algo extraño.

-En la novela Juan Soto Ivars es una especie de conciencia para su protagonista. ¿Es un elogio o una ironía?

-Juan Soto Ivars se ha hecho un hueco, bastante grande. Creo que es un tío muy profesional y con mucha valía.

-¿Mara Torres no le ha escrito tras verse tan excelsamente mencionada en el libro?

-No

-¿Pero habrá tenido la decencia de enviarle un ejemplar?

-¿Se lo mando?

-Por cierto, no faltan dardos contra Arturo Pérez-Reverte. Dígame, ¿odiar los libros de Pérez- Reverte es algo así como un signo de gusto literario?

-(…) –Daniel Jiménez ríe-.

-Hay tanta pose en leerlo como en denostarlo. ¿No?

-Eso es cierto pero es que me hacía mucha gracia. En la novela, el padre de Daniel no se atreve a entrar a la habitación de la hija muerta para coger un libro imprescindible de Pérez-Reverte y al final es Daniel quien lo lee. Pero… sí, es verdad, meterse con Pérez-Reverte es como robarle el bolso a una vieja: algo feo y gratuito.

"No sé hasta dónde voy a llegar, pero mi próxima novela también está protagonizada por un personaje llamado Daniel"

-¿En Cocaína contó lo que quería contar o lo que pudo contar, lo que le permitió la técnica?

-La técnica está ajustada a lo que quería decir: la enumeración, la recurrencia. Quería escribir un libro así y me parecía que iba en consonancia con el discurso del personaje . La segunda persona del singular me parecía fundamental para separar al narrador del protagonista.

-¿Tiene miedo de tener que sobreponerse de sí mismo como tema literario?

-Sí, pero tampoco creo que lo vaya a hacer. No sé hasta dónde voy a llegar, pero mipróxima novela también está protagonizada por un personaje llamado Daniel. También hay camellos y drogas…

-¡Ah, por cierto! Eso de llamar al camello para hablar de literatura es muy grande. ¿Alguna vez lo hizo con algunos de los suyos?

-Es una licencia poética que me permití -risas-, porque humaniza al camello.

-Ya…

-Los camellos no sólo hablan de droga, también hablan de otras cosas.

Cocaína

Madrid, año 2013. Mientras el país celebra la llegada del nuevo año, Daniel está encerrado en una casa fría y oscura con dos gatas y tres gramos de cocaína. Incapaz de terminar una novela, comienza a escribir un diario en el que retrata su perturbador posicionamiento frente al mundo, el trato conflictivo con sus amigos, su dramática situación familiar. El hartazgo y la desesperación le hunden sin remedio en la indiferencia. Escribir es lo único que le mantiene con vida. Nada parece que pueda salvarle. O sí, tal vez sí. Escrita en segunda persona, Cocaína es una historia de redención. La visión de la realidad que tiene el protagonista nos devuelve una imagen exaltada de la precariedad laboral, el éxito personal y el fracaso de una sociedad tan acomodada como hostil. Una novela colérica sobre la vida y la muerte, sobre el desencanto y la supervivencia, donde la adicción se convierte en un reflejo de las frustraciones de toda una generación. Sin tabús ni concesiones a lo políticamente correcto, Cocaína es una patada en la puerta de un escritor al margen de las buenas costumbres. Una obra irreverente que invita a la reflexión y al cuestionamiento de lo establecido. Un libro demoledor, inevitable.

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