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Cultura

El mejor David Foster Wallace resucita seis años después de su muerte

David Foster Wallace.

Nadie pensó jamás que alguien como él fuese capaz de tanta y tan fulminante belleza. Dueño de una obra narrativa ciclópea, tan culta y renovadora como a veces hermética y distante, el norteamericano David Foster Wallace (1962-2008), se muestra claro, cercano y tremendamente humano en Esto es agua, un discurso que el escritor pronunció en el año 2005 –tres años antes de su muerte- a los alumnos que se graduaron en Artes Liberales en el Kenyon College, en Ohio. Este texto llega ahora a España traducido y editado por Penguin Random House y justo unos pocos días antes del sexto aniversario de la muerte del novelista.

Acaso porque en realidad habla acerca del sentido de la vida, Esto es agua concilia la reflexión sobre dos actos esenciales: vivir y pensar. Porque todo ejercicio de la razón debe teñir la existencia de quien lo produce, y toda vida debe sostenerse sobre la condición plural y consciente de su devenir. Esto es agua interpela en principio a un grupo de jóvenes a punto de completar su ciclo académico, sin embargo, nos habla a todos: a los distantes lectores de un acto en el que no estuvimos y cuyas palabras –reproducidas en la grabación que circula en la red o repasándolas con la mirada en una hoja de papel- alborotan y remueven a quienes las leen.

Nadie pensó jamás que alguien como él fuese capaz de tanta y tan fulminante belleza.

A medida que busca respuestas a preguntas sobre la forma en la que conocemos y vivimos, cómo nos relacionamos con los otros y cómo los vemos, David Foster Wallace hace agudas observaciones acerca de la vida contemporánea y pone de manifiesto los fundamentos de la naturaleza humana. Al hacerlo,  revela la forma en la que elaboramos y ponemos en práctica una de las cuestiones más importantes e inconscientes con la que lidiamos día tras día: qué pensamos sobre el mundo que nos rodea y cómo colocamos en orden el universo del que cada uno se cree el centro.

“El mundo, tal como lo experimentas está en frente de ti, o detrás de ti, o a la izquierda o a la derecha de ti, en tu televisor, tu monitor, o en lo que sea. Los pensamientos y sentimientos de otras personas tienen que ser comunicados a ti de alguna manera, pero los tuyos propios son tan inmediatos, urgentes, reales”, escribe Wallace, quien se permite desplegar una serie de estampas y escenarios cotidianos -el supermercado, los embotellamientos, los modos compartidos de soledad- para construir lo que realmente le urge: una idea, una reflexión abarcante de lo que somos en conjunto.

Escrito en 2005 y debatido ampliamente tras su muerte, Esto es agua puede que sea uno de los legados más potentes y hermosos de Foster Wallace, quien se vuelca –práctico, directo, poético- en el mayor reto que la vida diaria propone: sobrevivirla de la manera más lúcida posible. Y puede que sea justo allí, en lo desconcertante y conmovedor de su reflexión –obsesionada con el otro, con los demás- donde le lector se encuentra interpelado por el desconcierto: ¿cómo alguien que pareció no ver más salidas, alguien aquejado por una severa depresión, fue capaz de escribir esta especie de texto linterna, que ilumina la vida entera de un barrido?

El Santo laico nos habla, de nuevo

Un 12 de septiembre de 2008 una soga, colocada por voluntad propia como una corbata de acero, estranguló el cuello de David Foster Wallace y dejó sin aire a una generación literaria entera. Wallace, exponente entonces de una narrativa que muchos vieron llamada a cambiar la literatura norteamericana, apareció colgado en el patio de su casa en Claremont (California). Lo encontró su mujer. Casi seis años han transcurrido desde aquel día. Su silueta se balancea todavía pendular como una sombra sobre los lectores que le recuerdan, los escritores que le imitan y los cronistas que escarban en su vida.

El año pasado se presentó en España Todas las historias de amor son historias de fantasmas (Debate), la primera biografía del autor, publicada en Estados Unidos por el periodista de The New York Times, D.T. Max. Con un título tomado de la novela póstuma El rey pálido (Penguin Random House), en este libro se procura el retrato de alguien complejo, alguien a quien jamás imaginaríamos escribiendo Esto es agua. Se trata de un hombre tremendamente frágil, que durante 22 años tomó antidepresivos y consiguió doblegar su adicción a las drogas y alcohol para producir una obra y que, sin embargo, no consiguió redimir su ansiedad y angustia.  

¿Por qué se suicidó Foster Wallace? Había conseguido superar la adicción a las drogas, estaba casado, era conocido y razonablemente apreciado. ¿Fue acaso su decisión de dejar de tomar Nardil, un antidepresivo que no le permitía dedicarse de lleno a la novela que preparaba? ¿O decidió poner fin a su vida, aplastado por el peso de una novela que no se sentía capaz de terminar?

Criado en una familia de clase media –hijo de profesores universitarios-, Foster Wallace estudió filosofía y escribió, con apenas 25, La escoba del sistema (1987), una novela que mezclaba la lógica modal, su interés por Wittgenstein y la profunda influencia de Thomas Pynchon. Brillante según quienes le dieron clase en Amherst College –universidad de la que tuvo que retirarse en dos ocasiones a causa de sus tempranas crisis nerviosas-, Foster Wallace tenía sin embargo una pulsión que se movía con igual intensidad en dos direcciones opuestas. Perfeccionista, inseguro, tan ególatra como maltratado por una autoestima endeble, el joven escritor construyó, a fuerza de disciplina, una obra que se caracteriza, como su personalidad, por un cierto carácter hambriento y desaforado, casi totalizante.

Tanto en la ficción y la no ficción, Foster Wallace reflexionó sobre la adicción de la sociedad norteamericana a la pasividad y el aburrimiento –él mismo era adicto a la T.V-  y volcó en ellos, también, cantidades ingentes de material autobiográfico. Dedicó parte de su pluma a las campañas políticas, los comedores compulsivos, los programas de televisión pero también a la matemática, la filosofía o las drogas –legales e ilegales-, estas últimas reflejadas en su titánica La broma infinita (1996), una novela de más de mil páginas que, según el propio D.T. Max reúne “todas las virtudes y los demonios de David de forma única e irrepetible”, lo que hizo que “todas sus obras posteriores quedaran a la sombra”.

Y es justamente el lado más prístino y celebratorio de ese Foster Wallace total el que nos habla en Esto es agua, un texto de esos que infunden valor en el corazón como lo hace el gas con los globos y las cocinas silenciosas con las casas que habrán de estallar en pedazos. Sedante a la vez que combustible, Wallace consigue con quienes le siguen, lo que para sí: levantar la hermosa polvareda de quienes desean ir a la vez a la derecha y a la izquierda, sembrar la angustia de la idea que da vueltas sobre sí misma. "Un fantasma recorre la literatura", dijo una vez Rodrigo Fresán. Y no le faltaba razón. Ese fantasma era –y sigue siendo- David Foster Wallace... que nos visita, de cuando en cuando, con su magnífico fulgor de espectro enamorado.

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