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Cultura

El escritor Héctor Abad Faciolince: 'A pesar de todo, lo único que resiste es la tierra'

Héctor Abad Faciolince, fotografiado la semana pasada en Casa de América.

Todo empieza y termina en La oculta, una hacienda en el departamento de Antioquia, en el sureste de Colombia. Por ahí han pasado, en los últimos 150 años, varias generaciones de una misma familia. Se trata de un lugar en el que ocurren lluvias intensas y abrasadoras resolanas; alumbramientos y asesinatos; la vida y la muerte… La tierra como aquello que contiene y sujeta, como lugar de pertenencia, como herencia y tradición, ése es el tema de la más reciente novela del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958).

Valiéndose de una historia real, la de la hacienda familiar fundada en el siglo XVIII, Abad consigue conmover y atenazar a quien lee

Valiéndose de una historia real, la de la hacienda familiar fundada en el siglo XVIII por sus antepasados (judíos conversos llegados de Toledo a Colombia), Héctor Abad consigue en La oculta (Alfaguara) lo que en El olvido que seremos –aquella hermosa y desgarradora biografía novelada de su padre, asesinado por la guerrilla-: conmover y atenazar a quien lee. Porque al escribir de sí mismo, de su familia o su país, Héctor Abad Faciolince escribe de todos.

De visita en Madrid la semana pasada para promocionar La oculta, Héctor Abad Faciolince recibe a Vozpópuli en el rato libre que queda en la apretada agenda de promoción. Viste una camisa blanca y luce, una vez más, su permanente buen humor. Quien lo observa puede comprobar que la intemperie le sienta bien, al menos a juzgar por ese tono cobrizo que tiene su piel y que ha ganado, brazada a brazada, durante los luminosos mediodías a los que roba tiempo para nadar un poco.

Son casi las doce. En 25 minutos, Hector Abad debe coger un tren hacia Zaragoza. Y sin embargo, no incurre en los gestos hirientes de los que llevan prisa. No mira el reloj, tampoco desvía la mirada o teclea en el teléfono. Al contrario, él se toma su tiempo, ante la duda o la paradoja y se permite largos silencios en los que se cuelan los cuartos del carrillón goyesco del edificio Plus Ultra.

Al escribir de sí mismo, de su familia o su país, Héctor Abad Faciolince escribe de todos nosotros

Justamente por eso, porque el tiempo es escaso y hay que aprovecharlo, conviene saber qué es La oculta. Tras la muerte de Anita, la madre de la cuarta generación de familia Ángel, tres hermanos deben afrontar cuál habrá de ser el destino de la que ha sido la hacienda familiar durante más de un siglo. Convencidos de que lo mejor es venderla, cada uno de ellos inicia una narración paralela que revela no sólo la propia relación con el terreno, sino también aquellos episodios que marcan el pasado y presente de cada uno.

Antonio, el menor, es músico y vive desde hace 30 años en Nueva York con su esposo, un pintor norteamericano. La suya es una narración nostálgica de aquella arcadia y aquel país que él abandonó buscando una sociedad más abierta. Pilar, la hermana mayor, genera un relato práctico y directo, el de quien quiere mantener en pie todo aquello cuanto existió. Eva, en cambio, la que sufrió en La oculta la violencia y casi no vive para contarlo, elabora un relato distante, lleno de los conflictos de quienes quieren arrancar sus propias raíces.

No en vano, Abad lo repite, varias veces: "A pesar de todo, lo único que resiste es La oculta. Lo único que resiste es la tierra". Se trata, pues, de la finca de los tatarabuelos Ángel, cuyos miembros, a lo largo del tiempo, se educan, se mudan a la ciudad, se dispersan por el mundo. Mientras, allá, en las montañas del sureste antioqueño, la finca se divide y subdivide en la tajada de una herencia o el hachazo de un apuro económico. Poco a poco, se desdibuja el ancestral apego a la tierra de los mayores, ese conflicto que rebrota en cada personaje de este libro, incluyendo al propio Héctor Abad, que conversa sobre ése y otros temas en esta entrevista.

"La oculta es una promesa cumplida. Es el sueño de un tierra, el que tienen unos inmigrantes que llegan de España en el siglo XVIII"

-Asegura uno de sus personajes, Antonio, que La oculta es una promesa incumplida. ¿Lo es? ¿Acaso Colombia también?

-No. Es todo lo contrario. La oculta es una promesa cumplida. Es el sueño de un tierra, el que tienen unos inmigrantes que llegan de España en el siglo XVIII. Allí, en Colombia, se mezclan con indígenas y mulatos; sueñan con una vida mejor. La oculta es eso: la tierra buena, la tierra que los acoge, la que les da una vida mejor y que, a partir de algunas generaciones, permite a la familia Ángel salir de pobreza y dejar de trabajar con las manos para poder ir a la universidad. La promesa se cumple plenamente… Permanece, eso sí, con muchas amenazas, que forman parte de la historia de Colombia: las guerras civiles; las enfermedades; la violencia y la crisis económica, me refiero a la crisis de los años 30 y la violencia de los años 50, pero también, mucho más devastadora, a la violencia de finales del siglo XX. A pesar de todo, lo único que resiste es la tierra, La oculta.

-Esta hacienda encierra una imposibilidad para cada personaje. La relación con la propia tierra es conflictiva: Antonio la extraña, pero no puede volver; Eva reniega de ella y Pilar es la única que persiste.

-Al usar un trío para contar la historia, buscaba justamente una aproximación distinta de cada a uno a la relación con la tierra. Pilar, que es la más práctica, hace lo que sea por conservar la tierra, incluso caer en bajezas morales; Eva se desencanta, rompe rompe la promesa, se larga, sólo quiere que vendan La oculta y Antonio, que vive fuera, siente melancolía. Quiere que La oculta sea el sitio de su vejez, el lugar para ser enterrado. Pero no puede porque su pareja no se irá jamás con él allí.

-Hay un cierto tono, no sé si bíblico. La fundación del aquel pueblo, en la Colombia del siglo XVIII, por un grupo de hombres y mujeres procedentes de Toledo... Resulta imposible no pensar en la fundación de Jericó narrada en el Antiguo Testamento.

-Tiene algo bíblico, claro. Aún no siendo yo católico, ni cristiano, ni nada, pertenezco a esa cultura. La biblia es fundamental, lo queramos o no. Como decía Benedetto Croce: no podemos no decirnos cristianos, por muy en contra que estemos de eso. Y más que cristianos, los que aparecen en La oculta son unos probables judíos conversos. El libro de ellos no es el Nuevo Testamento, sino el Antiguo, donde el tema central es ése: una tierra que van a recibir, una tierra prometida.

"En ocasiones, la desgracia es el lugar donde vives, por eso buscas otro. A veces ocurre: lo encuentras"

-La tierra prometida está en el trópico, entonces.

-Ésta sí, pero creo, a veces, que todas las personas, las infelices y hasta las felices, sueñan con hacer una vida en otra parte. Sueñan con buscar un sitio donde la vida les sonría nuevamente. Tratan, quizá, de que no ocurra lo que dice el poema de Cavafi: "Vayas a donde vayas, tu desgracia". En ocasiones la desgracia es el lugar donde vives, por eso buscas otro. A veces ocurre: lo encuentras. Por eso creo que La oculta no es una promesa incumplida. Ellos la encontraron, aunque fuese una tierra prometida siempre amenazada. Si la van a perder o no, no sé, pero ellos siguen luchando para no los echen de ahí

-Aunque los tres personajes y narradores reaccionan de forma distinta, los une un sentimiento: la culpa, el remordimiento de vender una tierra familiar.

-Sí, también la culpa es algo muy cristiano, pero tiene que ver con una especie de conjuro del padre. Es él quien les dice que la tierra no se vende nunca; puede pasar lo que sea pero hay que conservarla. Eva quiere pasarse por la faja esa maldición o bendición del padre; Antonio intenta cumplirla y Pilar la cumple a rajatabla. Ahí también los tres personajes, los tres hermanos, demuestran una actitud distinta ante la palabra del padre: obedecerla, desobedecerla o no saber cómo obedecerla o no ser capaz de obedecerla, aun queriendo.

-En Colombia todos fueron desplazados y despojados. La violencia tocó a ricos y pobres, campesinos y habitantes de ciudades, hombres y mujeres...

-Eso ocurrió especialmente en el campo. La violencia llegó a tocar a casi todo el mundo. Las personas tenían que abandonar la casa, la tierra, el pueblo y no volver jamás. Unos lo hicieron de forma voluntaria, pero la gran mayoría tuvo que hacerlo de forma involuntaria. Sin embargo, la tierra no desaparece como si hubiese ocurrido un cataclismo. Sigue lloviendo, siguen brotando nuevos frutos, el lugar permanece. Quienes se marchan o se marcharon no están desterrados del paraíso como Adán y Eva, existe la posibilidad del regreso.

"La violencia llegó a tocar a casi todo el mundo. Las personas tenían que abandonar la casa, la tierra, el pueblo y no volver"

-¿Existe? ¿En dónde y para quiénes?

-En la novela y en la realidad. Se trata del regreso a un lugar que no ha desaparecido. Un país, una nación es la tierra y mientras no explote el planeta, seguirá existiendo.

-Una familia recibe una tierra, 150 años después, sus descendientes intentan que no les arrebaten esa tierra. Para unos parece un proyecto y para otros un lastre.

-Sí, ese es el problema –Héctor Abad hace una pausa más larga de lo habitual -. Saber si es un proyecto o un lastre… -el silencio aparece, otra vez, y con él las campanillas del carrillón goyesco-. Es curioso, ¿no? Todos vivimos de la tierra, venimos de la tierra, pero es como si ahora la tierra no pudiera ser un proyecto, sino un lastre. A la gente de la ciudad puede que le guste el campo unos días, pero trabajar la tierra, vivir en ella, estar ahí, les parece largo y aburrido. Qué va a pasar con el campo en un mundo que es así, urbano y tecnológico, pero donde seguimos comiendo: plantas, animales, hortalizas…¿Qué queremos del campo? ¿sólo agroindustrias? ¿monocultivos? Ese problema no me lo planteo en el libro, pero existe.

- Antonio es el personaje que hace las veces de historiador. Incluso viviendo fuera, en Estados Unidos, él investiga y relata la historia de La oculta, de la familia. Y sin embargo, es él quien más padece la idea de la hacienda como un imposible.

-Antonio se marcha porque la Colombia en la que vive es un país muy burdo y retrógrado, que no acepta su condición de homosexual. Por eso se marcha. Pero, pasado el tiempo, quiere volver a un país ya transformado, que ahora sí puede aceptarlo y donde puede existir un entendimiento. Y no pierde la esperanza, sólo la pierde cuando su pareja le dice que, ni siquiera por meses, quiere vivir en esa parte horrible del mundo.

"Muchos de los que se fueron de Colombia creen que volverá a ser un matadero. Yo no lo creo, soy más optimista"

-Sobre Colombia… ¿hay tanta paz, está tan bien como parece?

 -Depende de con qué o con quién se compare.

-Consigo misma, claro.

-Visto así, hay que decir que Coloombia está mucho mejor que hace 20 años; sin duda. Matan y secuestran menos gente. La situación económica está menos mal. Hay una evolución positiva. Creo que hay una comprensión de que no hay atajos y de que la revolución es una ilusión de querer cambiar la realidad de la noche a la mañana con una sociedad dirigida desde arriba, y que esa opción funcional mal. La gente ha comprendido que resulta mucho mejor una evolución muy lenta. Colombia es un país bastante alegre y donde hay esperanza. Muchos de los que se fueron en el peor momento la odian y creen que es un país jodido, desengañado, que no sirve para nada y que volverá a ser un matadero... Yo soy más optimista o más ingenuo, pienso que Colombia progresa lentamente.

-¿Qué papel tendría la tierra en una Colombia que consiga la paz?

-A mí me gustaría que la tierra pasara por un proceso más o menos utópico. Que hubiese una repartición no en latifundios ni minifundios, sino en mesofundios. La idea de muchos propietarios medianos es lo que mejor funciona. El mundo no es perfecto pero podemos aspirar a una vida mejor y los utopistas que fundaron Jericó pudieron hacerlo. Hay mucha gente que no quiere tierras, así que no habría tantas que repartir. Están los que quieren un mundo tecnológico, pero sí hay muchos que desean cultivar y embellecer la tierra.

-¿Tal cosa es posible?

- Cándido o el optimismo, que es una novela sobre el pesimismo y que muestra los horrores del mundo, plantea en su final algo diferente. Con aquel libro, Voltaire pretende demostrar a Leibniz que la tierra es un sitio espantoso, de guerras, de muerte, de envidia, de enfermedades… pero, justo al final termina con una única afirmación, según la cual, si algún sentido hay en la vida, es que todos debemos cultivar nuestro jardín… La felicidad posible es poder cultivar nuestro jardín, cada cual a su manera. Por eso es tan hermoso ese poema de Borges llamado Los justos, que empieza “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire”… La oculta es el fracaso o la posibilidad de que podamos cultivar nuestro jardín. Cuando mi papá se jubiló, poco antes de que lo mataran, un amigo le preguntó: qué vas a hacer, pues me voy a dedicar a cultivar rosas y amigos … y eso fue lo que hizo en la finca que tenemos, plantó un rosal y todos los días estaba ahí, podando las rosas, abonándolas, cortándolas, no para venderlas… sólo porque cultivar un jardín es bonito y ya, como escribir poesía, barrer la calle, calzar una carie…

-¿Cuál es la relación de La oculta con El olvido que seremos; acaso de continuidad?

-Muy poco. El olvido que seremos ya está escrito… Mi jardín es ser escritor. Me costó mucho trabajo, me parecía que lo que daba mi jardín era maleza. Que sólo había maleza, porquería y bichos; y todo lo quería fumigar. Quería cortar todos los árboles porque se enfermaban… El olvido que seremos es la planta que pude hacer nacer, con mucho esfuerzo –risas-. Es lo que da la tierrita en este momento…

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