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Cultura

El Capitán Barral en su reino de Calafell, ese lugar donde los barcos nunca se hunden

Carlos Barrall © Oriol Maspons

A aquella pequeña casa de pescadores de Calafell llegaron, verano tras verano, Gabriel García Márquez; Mario Vargas Llosa, quien por cierto escribió allí parte de La casa verde; Octavio Paz; Gabriel Ferrater; Jaime Gil de Biedma… Fueron tantos y tan ilustres huéspedes los que recibían Carlos e Yvonne Barral entonces, que los días debían resultar algo así como una caja de cerillas a punto de arder todas al mismo tiempo. Ya fuese a bordo del Capitán Argüello o con los pies en la arena, Carlos Barral presidía aquel reino de vasos y versos, convocaba a sus amigos y autores como quien cita a una familia.

A aquella pequeña casa de pescadores de Calafell llegaron, verano tras verano García Márquez, Vargas Llosa, Octavio Paz, Gabriel Ferrater, Jaime Gil de Biedma…

El pueblo de Calafell, en el Bajo Penedés, en Tarragona, era para Carlos Barral el territorio de la infancia. Era el lugar que más le había enseñado de sí mismo, solía decir. Allí, su padre se inició en el amor por los barcos y los botes, así como en el oficio de comprender el lenguaje de las mareas. "Calafell era el mito de la infancia feliz, el paisaje y la historia de donde procedían todos mis secretos y las recetas particulares de mi modo personal de existir (...) Mi familia se instaló en Calafell en 1928, año en que yo nací, durante un par de veranos, provisionalmente, en una casa de alquiler, la de la Borregueta, casi en la desembocadura en el mar de la carretera, y luego en una casa que compraron, en la misma arena, frente al mar. La casa en que yo paso aún mi tiempo libre", escribió Carlos Barral en sus Memorias, recientemente reeditadas por Lumen.

Poeta, editor, agitador, provocador, espíritu y electricidad de la Barcelona cultural de la posguerra y voz clave de Generación del 50, Carlos Barral sabía echar las redes, recoger del mar más revuelto los mejores ejemplares. Así lo hizo cuando en la década de los cincuenta cuando puso en marcha Seix Barral, que existía hasta entonces como empresa gráfica, pero que él convirtió en referente intelectual de los años cincuenta y sesenta como sello editorial. Allí publicó autores españoles y latinoamericanos que serían decisivos para la literatura en castellano: Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante… Creó el Premio Formentor y el Biblioteca Breve. A lo largo de todo ese tiempo, además de la escritura de su obra poética, Barral se dedicó a entender las muchas corrientes bajo el océano del idioma.

Acaso "porque conocía el nombre de los peces, aun de los más raros", como escribió en Usuras y figuraciones, sabía Barral de cuál de todas las corrientes venía su nombre

Sus conocimientos de navegación los adquirió Barral en Calafell. En aquel pueblo de pescadores aprendió a orientarse en función del viento y de las mareas, pero también de esas otras corrientes ocultas y frías: las que libran el lenguaje y la poesía, una geografía que él entendió muchísimo mejor que nadie. Incluso, hay algo marino en el aspecto del Barral de las fotos de aquellos años, un cuerpo de alambre; una barba exagerada e hirsuta; un aspecto de pez, a veces, y de hombre que perderá la cabeza, en otras. Para eso, acaso, llevaba siempre calada la gorra de capitán. Para no perder el rumbo. Acaso "porque conocía el nombre de los peces, aun de los más raros", como escribió en Usuras y figuraciones, sabía Barral de cuál de todas las corrientes venía su nombre. Acaso "porque entendía de nudos y de velas / y del modo de armar los aparejos,/me llevaban con ellos muchas veces; me regalaban el quehacer de un hombre". Acaso por estos o por todos los anteriores versos, el Capitán Barral aun preside en su reino de Calafell, ese lugar donde los barcos nunca se hunden.

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