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Cultura

Roald Dahl: el escritor que nos hizo niños valientes y adultos con derecho a ser menos estúpidos

Roald Dahl junto a Walt Disney, quien adaptó Los Gremlins, publicado en 1943.

Gracias a sus historias fuimos niños valientes y adultos capaces de defender el derecho a ser un poco menos estúpidos. Hoy se celebra su centenario. Sí, el aniversario del nacimiento de uno de los más grandes escritores de literatura infantil (y para adultos, claro) que haya existido jamás. Se trata del británico Roald Dahl, autor de clásicos como Charly y la fábrica de chocolates, Matilda o Danny el campeón del mundo, quien nació en Gales un 13 de septiembre de 1916. En esa Europa en guerra, aquel niño con nombre de explorador –sus padres lo bautizaron así en honor al aventurero noruego Roald Amundsen- vino a redimir a los que, al igual que él, crecieron escuchando cómo el mundo venía abajo. Los redimió a ellos, y a sus hijos, y sus nietos. Y a los que nada teníamos que ver, también.

Roald Dahl es una patria. Una casa. Una certeza. Por eso siempre regresamos a él, no importa la edad.

Roald Dahl es una patria, una casa, una certeza. Ese lugar al que siempre habrán de volver sus lectores. No importa la edad que tengan. No importa quiénes sean. A los niños y niñas que se deslumbraron con la valiente Matilda o los faisanes de Danny, la vida habrá podido quitarles la candidez, pero jamás aquellas historias de seres increíbles capaces de sobreponerse de cualquier cosa; cualquier cosa. Niños adultos e invencibles, niños que aún queremos ser incluso ya viejos. Por eso sus lectores regresan a sus libros, porque fueron y siguen siendo únicos, porque se gestaron en una vida extraordinaria. Dahl lo vivió todo, lo hizo todo. Trabajó en la compañía petrolera Shell y se alistó en la Aviación Británica. En 1940, mientras sobrevolaba el puerto marítimo Marsa Matru, en Egipto, su avión se estrelló. Dahl salvó la vida, milagrosamente. Se quedó ciego durante ocho semanas. Se trasladó luego a Washington, donde desempeñó algunas labores de inteligencia. Lo hizo todo, lo fue todo. Y esa es la sustancia de sus libros: no hay limitación. Todo es posible.

Los relatos infantiles de Roald Dahl  tienen la característica de narrar historias que, aunque ocurran en un mundo real, esconden acontecimientos y personajes fantásticos. Todo lo narra Dahl a través de los ojos de un niño o niña. Y aunque demasiado jóvenes, sus personajes son inteligentes, curiosos y valientes. Son seres generosos –quién no recuerda a Danny en la gasolinera de su padre–  para los que su corta edad nunca supuso un freno. Eran niños decididos, rebeldes, lejos de toda ñoñez, capaces de reponerse a la enfermedad, la orfandad, el miedo y el abuso. Y no es de extrañar que así fuese. Si la vida de Dahl fue dura, su infancia lo fue mucho más.

Huérfano de padre, casi muere en un accidente como miembro de la fuerza aérea, perdió a una hija… Parecía que cuánto más le quitaba la vida, más Roald Dahl ofrecía a cambio.

Tenía apenas tres años cuando su hermana Astrid murió de apendicitis. Semanas después su padre, Harald, falleció, víctima de una neumonía. En aquellos años se encuentra el origen de sus mejores historias, muchas de ellas contenidas en el libro Boy (relatos de infancia). Tras pasar por dos institutos, llegó a Repton, una ciudad situada en la región Derbyshire,  donde estaba localizada la fábrica de chocolates Cadbury, que enviaba a los alumnos de la escuela cajas de chocolatinas para que los niños las probaran. Dahl, como el pequeño Charlie Bucket, solía soñar con inventar una barra de chocolate que asombrara al mismísimo Sr. Cadbury.

Desde que en 1943 publicara su primera obra para un público infantil, Los Gremlins (adaptada al cine por WWalt Disney), Dahl puso en marcha una prolífica obra a la que siguió James y el melocotón gigante (1961), Charlie y la fábrica de chocolate (1964), El Superzorro (1970), Charlie y el gran ascensor de cristal (1973), Danny el campeón del mundo (1975), El enorme cocodrilo (1978), Los Cretinos (1980), La maravillosa medicina de Jorge (1981), El gran gigante bonachón (1982), Las Brujas (1983) o Matilda (1988), por mencionar algunas de sus historias fundamentales, entre las que es imposible dejar de lado Chitty Chitty Bang Bang, una adaptación de las de novelas de Ian Fleming. Sin embargo, resultaría incomprensible el valor de cada libro y el que adquiere en conjunto su obra si no buscásemos en el espacio que separa un título de otro la biografía de su autor. Porque si hay algo cierto es que la vida jamás le dio tregua a Roald Dahl. A pesar de eso, parecía que cuánto más le quitaba, más Roald Dahl ofrecía a cambio.

Sus historias se imprimieron en corazón de quienes se descubrieron niños valientes leyendo sus libros. Por eso, cien años después, los redimidos, los que aprendieron a leer con sus historias, pueden decir: larga vida a Roald  Dahl

Tras casarse en 1953 con la actriz estadounidense Patricia Neal, tuvo 5 hijos. De ellos, Olivia Twenty Dahl falleció a causa de una encefalitis ocasionada por un sarampión, en 1962, con siete años y Theo, su único hijo varón, sufrió un accidente durante su infancia que le provocó hidrocefalia. En 1982, veinte años después de la muerte de su hija, Dahl escribió El gigante bonachón. La novela, una de las más célebres de Dahl, contaba la amistad de Olivia (una pequeña huérfana) con una criatura que dedicaba sus noches a soplar sueños en las habitaciones de los niños. La historia estaba dedicada a su hija. Por decir que nada fue fácil, pues ni la muerte fue tal cosa para el escritor. Falleció, acaso todavía con páginas por escribir, a la edad de 74 años, a causa de una leucemia, en su  Buckinghamshire, Inglaterra.

Que sus personajes sean valientes, que Matilda no se deje amedrentar por la despótica maestra; que Danny aprenda a respetar y amar a su padre, que lo cría solo tras morir su madre; que Charlie Bucket se reponga de la pobreza y sueñe con confeccionar el mejor chocolate del mundo; que un cocodrilo enorme no pueda comerse a un niño por la solidaridad de los animales… todas y cada una de esas historias remiten a un mundo que, aun siendo atroz como el que le tocó a Dahl, se reserva la última bala de la fortaleza, ese fogonazo que se imprimió muy dentro del corazón de quienes se descubrieron niños valientes leyendo sus libros. Por eso, cien años después, los redimidos, los que aprendieron a leer con sus historias, los que se dejaron inocular el virus rebelde de la lectura, los que se hicieron lectores leyéndolo, solo pueden –podemos- decir: Larga vida a Roald Dahl.

a tiempo para (re)descubrir, a tiempo para (re) leer

Roald Dahl no sólo fue un escritor para niños -publicó 16 libros dirigidos a ese público-. También cultivó el relato, la novela y la poesía para lectores mayores. Su mítica novela El tío Oswald o los relatos de El gran cambiazo –ambos publicados por Anagrama- lo demostraron de sobra. Dahl era un genio; y punto. Sus historias fueron adaptadas por Alfred Hitchcock para la televisión, y han inspirado a creadores como Steven Spielberg o Quentin Tarantino. Su estilo directo, sencillo, magro, ha conquistado a miles de lectores de todas las edades. Hace ya tres años, en 2013, Alfaguara publicó en un único volumen una edición definitiva los Cuentos completos de Roald Dahl, que incluía además algunos relatos inéditos en español. También está, para un lector mucho más joven, la Biblioteca Roald Dahl de la Colección Alfaguara Juvenil. Hace apenas unos días, la editorial Anagrama ha publicado en su colección Compendium  una selección de sus cuentos: El gran cambiazo, Historias extraordinarias, Relatos de lo inesperado y Dos fábulas. Se trata de cuentos que se mueven entre el humor y el horror, ciertamente perversos, pero armados con precisión relojera: un gastrónomo sibarita que durante una cata de vino a ciegas acaba apostándose a su hija; una pierna de cordero convertida en arma contundente; un hombre que acepta jugarse el dedo meñique a cambio de poder ganar un Cadillac; un tipo que lleva tatuada en la espalda lo que resulta ser una valiosísima obra de arte... También en ocasión del centenario, el sello Nórdica ha editado -primorosa y bellamente, como de costumbre- un pequeño volumen titulado El librero, un relato erótico ilustrado por Federico Delicado.

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