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Sociedad

"Manolo, a ver si van a quemar el Códice". "No, no, no está quemado"

Con las esposas puestas en sus muñecas, Manuel Fernández Castiñeiras ha perdido aparentemente la memoria. "No lo sé; no me acuerdo" son las seis palabras que más ha utilizado cuando los agentes de la Brigada de Investigación de Patrimonio de la Policía le han interrogado sobre cómo sustrajo de la Catedral de Santiago de Compostela el valioso Códice Calixtino. Una falta de locuacidad que no ha cogido por sorpresa a los agentes, quienes durante los últimos seis meses han seguido estrechamente todos sus pasos después de que un hecho puntual, el intento de comprar un piso de 300.000 euros con el dinero en mano, lo convirtiera en el principal sospechoso de la sustracción.

Desde aquel momento, los policías le han interrogado en numerosas ocasiones a la espera de que se derrumbara o, al menos, diera una pista sobre el paradero de la joya bibliográfica. Al final, en una de ellas el subconsciente le terminó delatándolo: "Manolo, a ver si van a quemar el Códice", le espetó uno de los agentes. "No, no, quemado no está", respondió el electricista dando a entender que sabía que el libro no había sufrido daños. Finalmente, el valioso volumen aparecía este jueves en un trastero de su propiedad, recubierto de papel y bolsas de plástico y sin aparentes daños... como él anunció involuntariamente semanas atrás a los policías.

El electricista arrestado había comprado en los últimos años tres viviendas y todas las pagó al contado

Las sospechas sobre el electricista de la catedral habían comenzado a los pocos días de que se descubriera el robo, el 5 de julio del año pasado, aunque entonces él era uno más de la treintena larga de personas a la que la policía empezó a investigar porque tenían acceso al archivo donde se guardaba el valioso ejemplar. Sin embargo, poco a poco los agentes fueron descartando uno tras otros a los otros sospechosos, incluida una persona que en tres ocasiones llegó a llamar a la Policía a altas horas de la noche para decirles que estaba seguro que alguien había escondido en su domicilio el Códice. Los expertos policiales registraron la vivienda de éste para cerciorarse de que se trataba en realidad de una persona desequilibrada.

Sospechoso con móvil

Quien no lo parecía tanto era Manuel Fernández, el antiguo electricista de la catedral, sobre cuya persona se centraron en enero todas las pesquisas. Como señaló ayer en rueda de prensa el comisario Serafín Castro, máximo responsable de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV), "reunía todas las características de ser el autor, entre ellas la motivación: había sido empleado de la catedral y, tras el nombramiento del nuevo deán, entabló un litigio por su despido en el que él reclamaba 40.000 euros de indemnización".

A partir de ese momento los agentes se convirtieron en su sombra y siguieron todos los pasos de su "monótona y rara vida", en palabras del mando policial. Así, pudieron observar que todos los días acudía a la Catedral sobre las siete de la mañana y se colocaba semiescondido bajo el quicio de una puerta durante cerca de una hora. Cuando los agentes se acercaron en una ocasión a él y le preguntaron qué hacía, se limitó a decirles que estaba rezando ante la tumba de un canónigo. Luego, iba a tomar un café. Siempre. Por las tardes, volvía acudir al templo.

Todos los días iba a la Catedral, donde permanecía semioculto bajo el quicio de una puerta. Decía que rezaba.

En esa “monótona y rara vida”, en la que no hablaba con casi nadie, Manuel hizo algo que disparó las alarmas de los agentes: intentó comprar un piso de 300.000 euros y pensaba pagar al contado. La adquisición no se completó, pero los agentes decidieron revisar todas sus propiedades. Así, además de la vivienda en O Milladoiro donde residía, los investigadores descubrieron que a comienzos del presente siglo había adquirido la casa situada enfrente para su hijo. Y que en 2008 había adquirido un ático en la playa pontevedresa de La Lanzada, adonde se escapaban todos los fines de semana él y esposa. Un incipiente patrimonio inmobiliario que tenía una curiosa característica: todo lo había pagado ‘a tocateja’. “Había heredado fincas, sí, pero descubrimos que no las había vendido por lo que no estaba justificado el dinero con el que las había adquirido”, detalló ayer el comisario Castro.

Una llamada anónima

Para reforzar las sospechas contra él, una llamada dio una nueva pista. Una persona anónima insistió a la Policía que mirase en un cuarto situado en la parte inferior de una de las torres de la catedral. Cuando llegaron allí, entre montones de cables eléctricos e interruptores, los agentes encontraron un juego de llaves con una etiqueta con la palabra “archivo”, el lugar donde estaba el Códice, escrito a mano. La letra coincidía con la del electricista. Además, los agentes habían vuelto a revisar todas las grabaciones del templo y descubrieron que una de las filmaciones del día anterior a que se descubriera el robo, se veía a Manuel con una chaqueta tres cuartos bajo la que parecía ocultar algo. El cerco se cerraba.

“Manolo, ¿has sido tú?”, le llegaron a preguntar directamente los investigadores en alguna ocasión. Pero el electricista no contestaba. Agachaba la cabeza y callaba. “Manolo, a ver si van a quemar el Códice”, le insistieron en otra ocasión y él terminó delatándose: “No, no, quemado no está”. No era una confesión, pero si una pieza más que reafirmaba la convicción casi absoluta de los policías de que aquel hombre raro y callado era el ladrón del Códice Calixtino. Finalmente, el martes, cuando estaba en la Catedral, Manuel Fernández fue detenido. Inmediatamente fue trasladado a su domicilio en O Milladoiro para iniciar el registro. Taciturno, se limitó a contar que él era muy suyo y que no dejaba que nadie, ni su mujer, tocaran sus cosas, en un intento por exculparles. En la vivienda encontraron montones de dinero en un armario practicado en la pared que cubría una simple cortina. Euros, dólares e, incluso, antiguas pesetas. Pero también fajos de billetes nuevos. “Llegamos a temer que lo hubiera logrado vender y que aquello fuera parte del precio”, reconoció ayer el mando policial.

La Policía investiga si el dinero encontrado procede de los cepillos del templo y de donativos de los que el electricista se fue apropiando

Además, el detenido seguía sin confesar a pesar de las evidencias que se amontonaban delante de sus ojos. Ni cuando fueron apareciendo otros objetos supuestamente también sustraídos de la catedral en los últimos años, como facsímiles, pequeñas bandejas de oro… “No lo sé; no me acuerdo”, se limitó a decir. En casa de su hijo, en una cómoda, apareció más dinero, pero no el libro. Tampoco en el ático de la playa, donde había más facsímiles del Códice e, incluso, una bolsa de deportes llena de dinero en efectivo. Hasta las cuatro de la madrugada, los agentes estuvieron registrando propiedades del electricista sin éxito. Hubo que esperar al día siguiente, cuando visitaron dos plazas de garaje y un trastero, para hallar el célebre libro. En una caja, junto a otros documentos antiguos y envuelto en papel y dentro de bolsas, se encontró el valioso ejemplar.

Según las investigaciones, no hay constancia de que lo hubiera intentado vender. “Muy posiblemente fue una venganza hacia el deán por el despido”, insistió ayer el comisario Castro cuando se le preguntó por el móvil. ¿Y los cerca de 1,2 millones de euros encontrados? Una de las hipótesis policiales es que este dinero procedería tanto de los cepillos del templo, como de cuantiosos donativos realizados por particulares de los que el electricista se fue apropiando durante años. No obstante, los investigadores esperan encontrar la respuesta a esa incógnita en que contienen “tres libros gordos, una especie de diario” que encontraron en la casa de O Milladoiro y en los que el propio Manuel da llevaba su contabilidad B y los detalles de sus andanzas en estos últimos años. Desde lo que se gastaba en arreglar el coche hasta cuándo sustraía presuntamente cosas del templo.

Finalmente, este viernes, poco antes de ser llevado ante el juez, Manuel terminó confesando lo que ya sabía la Policía y demostraban las pruebas: “Sí, fui yo quien robó el libro. Me lo llevé el 4 de julio del año pasado, sobre las 12 de la mañana”. El electricista también ha admitido que el único móvil del hurto fue la venganza contra los responsables eclesiásticos de la Catedral por haberle despedido y no haberle abonado 40.000 euros que él reclamaba como indemnización.

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