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Sociedad

"Me dicen que mi hijo es un vago y le suspenden por la ortografía: lo que tiene es dislexia"

El borrador de becas no contempla ayudas para personas con dislexia.
Los colegios no disponen de las medidas de adaptación necesaria para alumnos con dislexia

Diego tiene 15 años y estudia tercero de la ESO en un instituto madrileño. Se le da bien la tecnología y tiene buena capacidad espacial, ve figuras geométricas que al resto de compañeros les cuesta ver. Dedica muchas horas y material extra al estudio, pero en todos los exámenes le quitan los dos puntos máximos que se pueden restar por faltas de ortografía. No ha repetido ni un solo curso pero ya sabe que abandonará sus estudios al acabar la ESO porque "no le compensa". Su problema: una dislexia diagnosticada con 8 años y una falta de medidas específicas para facilitarle el estudio. 

Pilar, la madre de Diego, también lleva a sus espaldas años de trámites para intentar que su hijo pueda estudiar teniendo en cuenta sus limitaciones. Curso tras curso tiene que acudir a hablar con todos los profesores para explicarles la dislexia de Diego, para pedir que no le resten en los exámenes porque las faltas de ortografía son un handicap añadido para su hijo, para pedir que se apliquen unas medidas que se lograron para la enseñanza superior pero que luego cada centro madrileño tiene que aplicar, cosa que no se está logrando. 

Existen medidas como dejar más tiempo para hacer el examen, hacer la letra más grande y de una tipografía especial o hacer exámenes orales que facilitarían el estudio de estos alumnos

"Hace unos años todo lo que conseguíamos era a través de una psicologopeda que trataba a mi hijo. Luego gracias a Madrid con la Dislexia conseguimos hablar con el concejal de Educación. No se logró quitar la penalización por faltas de ortografía, pero sí otras medidas importantes: que tengan más tiempo para hacer el examen, que la letra sea más grande y de un tipo específico para que a ellos les sea más cómodo leer, que se pudieran hacer exámenes orales... Esto se firmó, pero luego es el instituto o colegio el que tiene que llevarlo a cabo. Tienes que ir a hablar con el centro, con el orientador si tiene uno en condiciones, con cada profesor. El problema es que la dislexia no se ve, no llevas gafas, no te falta un pie, parece que estás pidiendo algo que tu hijo no merece. Es una lucha constante", explica Pilar Aguado, madre de Diego, a Vozpópuli

En una de esas charlas con el centro, a Pilar le propusieron que si su hijo tenía dificultades para estudiar podían pasarle a cursar la educación especial, algo a lo que se negaron puesto que su hijo "no tiene una necesidad especial de ese tipo, lo que necesita es que en un examen no se le contabilicen las faltas de ortografía", algo que en este curso, por ejemplo, solo el profesor de Lengua se ha negado a aceptar. Las faltas de ortografía se penalizan con 0,25 puntos con un máximo de 2, de manera que en muchas ocasiones el alumno, pese a haber sacado un 5,5 termina suspendiendo con un 3,5 al descontarse este aspecto. 

Para intentar concienciar sobre este problema que es más común de lo que se piensa, Pilar ha creado una petición en la plataforma Change.org donde lleva obtenidas más de 36.000 firmas hasta ahora. En Madrid, según señala, están a años luz de otras comunidades autónomas donde sí se tiene en cuenta el factor disléxico, como en Baleares, Cataluña o Murcia. En ellas se ha logrado evitar la penalización por faltas a estos alumnos, se les lleva a otro aula para hacer los exámenes, se les deja más tiempo para realizarlos, les permiten el uso de la calculadora, etc. 

Diferentes capacidades, misma exigencia

La dislexia es un trastorno que no solo afecta a las letras, sino que también puede incluir discalculia (problemas con los números) o la disgrafía (problemas con la ortografía) entre otros. Esto supone no solo la dificultad de saber diferenciar si una palabra se escribe con v o con b, con g o con j, sino que conceptos como el tiempo pueden ser más abstractos que para el resto de compañeros, y se necesita mucho más trabajo para entenderlos. "Es un esfuerzo extra que no se reconoce, y se desmoralizan. Mi hijo salía llorando del colegio porque los compañeros se reían de él porque no lee como nosotros, no reconoce el fonema con la grafía y para leer una palabra tiene que hacerlo de principio a fin. Una profesora nos dijo cuando tenía ocho años que la vida era muy dura, que mejor que lo supiera ya desde los ocho años. Otro el año pasado le mandó un cuaderno de caligrafía de Rubio que se usa en infantil. Otro me ha llegado a decir que mi hijo es 'corto'. Yo estoy cansada de que me digan que vaguea, cuando lo que tiene es dislexia, y le veo que hace un esfuerzo extra para sacar sus estudios", cuenta Pilar. 

"El que consigue llegar a la universidad no tiene ningún problema en sacar una carrera porque son inteligentes, no tienen ningún problema, solo una complicación por las formas en que se evalúa"

Para ella el ejemplo ideal está en la clase de gimnasia, en la que para correr 200 metros no se pide el mismo tiempo a chicos que a chicas "porque cada uno tiene sus capacidades". "Pues esto es lo mismo. Mi hijo es incapaz de hacer un comentario de texto, de leerlo y luego comentarlo, porque no tiene tiempo. Le estás quitando la opción de aprobar una asignatura porque no le estás dejando el tiempo que necesita para hacer un examen en condiciones. Les pones zanacadillas hasta que lleguen a la universidad, porque luego allí sí que se respeta el factor dislexia. El que consigue llegar luego no tiene ningún problema en sacar una carrera porque son inteligentes, no tienen ningún retraso en inteligencia, solo una complicación con las formas en que entendemos la educación, todo por examen escrito y a base de memorizar y machacar", alega. 

Las expectativas de Pilar se limitan a que se reconozca que es un problema que se puede sobrellevar obligando a los centros a que implanten las medidas que se han firmado y que pueden ayudar a hacer el recorrido escolar de los alumnos más asequible. "Llevas mucho tiempo luchando, pero como no se ve, solo lo entiende quien lo sufre, y es desmoralizador. Diego tuvo muchas faltas de autoestima, nos ha costado mucho levantarle, pero posiblemente lo deje en cuarto, ni siquiera intentará el Bachiller. Ha tirado la toalla antes de llegar, pero es que no se lo facilitan. Le gustaría ser ingeniero, pero dice que no quiere intentarlo, no quiere seguir estudiando con esa presión porque dice que 'no va a poder'", sentencia Pilar. 

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