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Pedro Sánchez, el líder volátil

Pedro Sánchez, en una imagen de archivo en su escaño del Congreso.

Pedro Sánchez medita su futuro. Lo hace especialmente desde octubre, pero empezó el pasado marzo cuando perdió la sesión de investidura y se esfumó su gran obsesión: alcanzar la Moncloa. Y medita como él lo hace, deshojando la margarita: sí o no, blanco o negro. Sin más argumento que el oportunismo. Desde que Podemos le negó su entrada en la Presidencia de España, el exsecretario general socialista está noqueado. Un KO que le ha hecho perder el sentido y nublado la vista tanto que empezó a ver gigantes en los molinos.

Primero, desapareció la coherencia de su discurso, incluso de su forma de dirigir el partido hasta que dimitió. Los bandazos son su seña de identidad. El caso más llamativo es su relación con Podemos. Empezó por exigir a Iglesias que "no entregue carnets de socialista" a nadie. Después, vivió uno de los momentos de tensión más álgidos que se recuerdan en el Congreso con la apelación del líder morado a la "cal viva" de las manos de Felipe González. Para al final caer en los cantos de sirena morados hasta diluir el ideario socialdemócrata del PSOE en los lemas facilones y populistas y afirmar: "Me equivoqué al tachar a Podemos de populistas, el PSOE tiene que trabajar codo con codo con Podemos"

Esa bipolaridad no ha cambiado. Hace una semana, cuando Patxi López le anunció su candidatura, él se mostró desolado. En aquel momento, se sintió solo y abandonado y dejó ver que no iba a seguir en la carrera hacia las primarias. Pero cambió de opinión. Espoleado por los suyos, dentro y fuera del partido, se ha vuelto a mirar al espejo y de nuevo se siente atractivo para los militantes. Su historia, la de Sánchez, es otra más de un político al que el personaje devoró a la persona. Solo que en este caso, no hay bagaje ni discurso ni en el hombre ni en su imagen.

Pedro Sánchez, con la bandera de España.

Una prueba de ello es el gran acto en el que se presenta con la bandera de España y apuesta por la unidad. Pero meses después cambia de creencia y, coincidiendo con Podemos, afirma que el Estado se conforma como una nación de naciones.

Llegada por descarte

El madrileño inundó con su sonrisa, y poco más, la llamada nueva política a la que el PSOE quería sumarse con unas primarias aceleradas y con tres candidatos de segunda fila. Por ese camino llegó a la Secretaria General del partido gracias al apoyo de una Susana Díaz que le lanzó al estrellato para hacer tiempo y preparar su propio asalto a Ferraz. Pero el hombre de paja orquestado por la líder del sur salió respondón. Después de los peores resultados del PSOE hasta aquel momento se creyó que gracias a la aritmética parlamentaria él era el elegido para conducir a su partido por el desierto y llevarlo a la Moncloa en un tiempo récord. Se olvidó de dos detalles importantes: había perdido estrepitosamente las elecciones y para cumplir su sueño precisaba el apoyo del gran rival político de su partido.

Sánchez intentó, en aquel momento con un punto de honestidad y otro de infantilismo político, sumar a Ciudadanos y Podemos en una cubeta parlamentaria que le concediese la fórmula para ser presidente del Gobierno. Pero en su investidura fallida del pasado marzo fue incapaz de ver que el agua y el aceite tampoco suman en política y que Podemos nunca facilitará el camino al PSOE porque, precisamente, es del pantano del PSOE de donde se trasvasa el agua a las fuentes de Podemos. Es verdad que en aquel momento no tuvo más remedio, ya que Rajoy se hizo la momia y no movió un dedo durante cuatro meses. Pero es igual de cierto que el apoyo que buscaba a su derecha e izquierda era, como se demostró, imposible. Aquel fiasco llevó a las elecciones de junio y con ellas el peor resultado del PSOE en toda su larga historia.

"No es no", pero sin alternativa

Tras el 26 de junio, la foto fija del Parlamento cambió poco, pero lo poco que lo hizo fue hacia la derecha. Rajoy mejoró sus resultados y Sánchez (y todo el PSOE) hizo una campaña contra el sorpasso de Podemos más que para ser primera fuerza. La aritmética, de nuevo endiablada, solo dejaba dos opciones: o echarse a un lado y dejar gobernar a Rajoy o repetir elecciones por tercera vez y para vergüenza de propios y extraños.

Pedro Sánchez optó por una tercera que era un callejón sin salida. Se enrocó en el "no es no" sin ofrecer ninguna alternativa y se lanzó a los brazos del populismo de Pablo Iglesias, que jugó con Sánchez como con una marioneta: ahora hago ver que te apoyo, ahora remarco lo que nos separa. Tanto vaivén acabó haciendo que el maquillaje cayese y se viera el verdadero objetivo del exsecretario socialista: cualquier cosa, incluso romper el PSOE, con tal de presidir del Consejo de ministros.

Ruptura con la Ejecutiva

Cualquier chaval de la ESO, a pesar de la LOGSE la LOMCE y cualquier ley educativa anterior, sabe que la mitad de 350 es 175. Y que para tener mayoría es necesario sumar uno más, es decir, 176. Pedro Sánchez no lo veía así. Creyó que con menos de la mitad de los parlamentarios, él podía tener la mayoría. Y entonces trazó una estrategia que no tenía ni pies ni cabeza. El no a Rajoy solo llevaba a nuevas elecciones y, por mucho que el dijese lo contrario, a punto estuvo de lanzar al país y a su propio partido al abismo.

Muchos miembros de la Ejecutiva se lo dijeron por activa y por perifrástica. Incluso llegaron a convencerle de aupar a Rajoy a la Presidencia en una sesión parlamentaria en mitad de agosto y volver al curso político en septiembre con una batería de iniciativas políticas con las que el presidente popular tendría que tragar por su minoría en la Cámara baja. Y aunque Sánchez aceptó esa alternativa, horas después y no se sabe aconsejado por quién, cambió de opinión.

Aquella traición a la decisión que se había debatido en Ferraz supuso una ruptura interna que acabo con el madrileño desangrado, en un acto casi bélico por parte de las huestes de Susana Díaz, y con el partido roto por dentro. El 1 de octubre, Sánchez -el primer secretario general elegido en primarias- dimitió.

Entrevista con Évole

Tras la salida de la Secretaría General, crecido por las muestras de apoyo de muchos militantes y de varios líderes de Podemos, el político madrileño decidió volver a la palestra. Un mes después de su marcha, eligió el programa Salvados de La Sexta, un medio cuya línea editorial es más cercana a Podemos, para romper la baraja y mostrar sus fantasmas en público. "Todos han intentado influir en lograr que las izquierdas (PSOE y Podemos) no se entiendan", afirmó. Y pusó nombre y apellidos: "Telefónica, en la época de César Alierta, el periódico El País...".

En aquel programa ya atacó a Susana Díaz sin disimulo: "Si quiere liderar el PSOE, como así parece, tiene la obligación de presentarse. Tiene que hacer una reflexión sobre el papel del socialismo andaluz ya que es un elemento de estabilización del socialismo español”. Y tampoco dejó hueco para el cariño al primer presidente socialista de la democracia: "En Felipe González de 2016 muchos militantes socialistas no nos reconocemos. Sí en el del 82".

Pedro Sánchez, después de sus críticas a las empresas, medios de comunicación y varios dirigentes de su partido, y de anunciar la necesidad de entenderse con Podemos, anunció que se lanzaba a la carretera para recabar el apoyo de la militancia. Pero aquel día, consciente o inconscientemente, rompió los puentes con muchos compañeros y desdibujó las líneas que separan la ideología socialdemócrata del PSOE con el populismo demagógico que acompaña a Podemos.

Segunda salida a la carretera

Tras el ímpetu inicial de su primera salida a la carretera, con apoyos menguantes, Sánchez se quedó sin gasolina y decidió abandonar sus viajes. Pero tras la presentación de la salida de Patxi López, de nuevo entre dudas, ha vuelto a coger el volante y ha planificado una visita a Sevilla el próximo 29 de enero. Una cita a la que también ha cambiado de fecha. El argumento, esta vez, es... un partido de fútbol.

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