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Acoso entre iguales: las características de un fenómeno real

Cada vez estamos más cerca. O al menos eso nos parece. Avanzamos poco a poco en el diagnóstico del fenómeno, en la consideración de sus causas, en su naturaleza y en los procesos que sostienen su desarrollo. Como si de una enfermedad se tratara. Y es que, en el fondo, se trata de una enfermedad. Una enfermedad social. Que afecta de forma directa a niños, niñas y adolescentes pero que surge, anida y crece sustentada por valores y principios deleznables: individualismo, egoísmo, desafección emocional, competitividad cruel, arrogancia,  intolerancia, irresponsabilidad. Sabemos ya cosas suficientes, como, por ejemplo:

- Que el denominado acoso escolar no siempre se produce, sostiene o sufre en la escuela. Que se desarrolla también en escenarios virtuales, de profunda influencia, expansividad y capacidad de penetración en las redes sociales. Que se ejecuta ordinariamente por compañeros y conocidos de las víctimas (en torno al 90%). Pero no siempre. El acoso no es solo un problema de convivencia. Esto también hay que subrayarlo. Es algo más. Que provoca un sufrimiento inexplicable a muchos niños y niñas. Es una forma de maltrato y de violencia intolerable. Violencia cruel, injustificada, gratuita, mantenida en el tiempo. No es un simple conflicto entre pares. Ni una pelea sobrevenida e inesperada. Es violencia planificada, organizada. Y jaleada y, por tanto, sostenida por las cohortes de allegados que ríen, mantienen y difunden las agresiones, la vejación, la exclusión. Sosteniendo la miseria humana sin misericordia. Sin la más mínima reflexión de los profundos impactos de sus abyectas conductas.

Que la escuela y las relaciones que en ella cuajan no produce per se estos comportamientos. Sino que convive, a veces sin ser consciente o dar adecuada y rápida respuesta al proceso de anidamiento de un fenómeno que nace en una forma ruin de entender las relaciones entre las personas, una cultura de ser popular; que surge y se mantiene también protegido por una ética de la inacción, de falta de compromiso e implicación en la ayuda a quien está sufriendo. Que, no obstante lo dicho, las escuelas tienen una responsabilidad irrenunciable no solo en la detección e intervención rápida, coherente, seria y eficaz de estos comportamientos, sino en la prevención de la violencia y el maltrato y en la promoción de la convivencia pacífica.

La escuela tiene una responsabilidad irrenunciable no solo en la detección sino en la prevención de la violencia

- Que estamos, parece, en una situación de alarma social. Condicionada y alumbrada también por el eco de noticias e informaciones, algunas especialmente dolorosas, que dan cuenta y permiten visibilizar hechos y comportamientos que hace unos años pasaban desapercibidos o sencillamente se ocultaban; tratados más o menos, con mayor o menor tino, cuando eran detectados. Y normalmente oscurecidos por una suerte de costumbre, profundamente arraigada, ligada al silencio. Un silencio contagioso. Muy contagioso. Hoy en día, sin embargo, el fenómeno ha visto la luz, de una manera deslumbrante, casi cegadora. Y, como bien sabemos, con efectos de sobresalto, y en ocasiones, de espanto, miedo, pavor. En los padres, por lo que pueden vivir o estar viviendo sus hijos. En el profesorado, por lo puede ocurrir (o estar ocurriendo) y no ser conscientes de ello; y por las consecuencias de ello, claro. Y también por la dificultad de tratar de modo adecuado las reticencias y el temor epidémico que puede llevar a muchos padres a interpretar situaciones de conflicto ordinario entre chicos como presuntas situaciones de acoso premeditado e implacable.

- Estamos en un momento que surgen las dudas sobre si se dan más caso en la actualidad que antaño. Pero esto es muy difícil de acotar con el despliegue de estudios e investigaciones que aportan datos notablemente contradictorios. Es necesario acotar el método, sustanciarlo, mejorarlo y fotografiar el fenómeno con rigor, incorporando las entrevistas individuales (con menos muestra incluso), de modo que podamos contar con series que permitan evidenciar con seguridad parámetros de incidencia y prevalencia. En cualquier caso, un estudio referente en la actualidad es el realizado recientemente por Save the Children.

- Que la situación de alarma y alta sensibilidad social con todo lo que puede ser considerado acoso, maltrato o violencia sitúa el nivel de susceptibilidad de la población en el lado completamente opuesto al de la invisibilidad (y por tanto, también de inacción) de cualquier movimiento pendular. Estamos en la zona roja, casi echando humo, en un contexto de visible excitabilidad. Y esto tal vez tenga que ser así. A pesar del tiempo que viene alertándose sobre la necesidad de actuar, casi acabamos de abrir la caja de los truenos, una especie de caja de Pandora (que en realidad era un ánfora) del que escapan, haciéndose más explícitos, todos los males que, en el caso que nos ocupa, hacen manifiestas y explícitas las mil caras del acoso y maltrato entre iguales.

- Que el papel del profesorado es imprescindible hoy. Hemos de dar un paso al frente y acometer las acciones precisas para generar confianza en nuestros alumnos, observar su mirada, ser más sensibles a sus necesidades, especialmente a las de aquellos que menos hablan, que menos participan, que menos presentes están en la vida del aula y de sus compañeros. Y que es necesario trabajar e insistir desde la educación infantil.

Hemos de dar un paso al frente y acometer las acciones precisas para generar confianza en nuestros alumnos

- Que hemos de trabajar con los alumnos, en primaria y secundaria, dándoles protagonismo para colaborar de manera activa en la promoción de la convivencia pacífica y la prevención de actitudes y comportamiento violentos. Alumnos y alumnas que ayudan. Que llegamos antes al corazón de los espectadores que al de los violentos. Trabajando con ambos como no puede ser de otra manera (en la prevención, en la detección y en la intervención), hemos de considerar, no obstante, que si conseguimos crear el tejido de sensibilidad suficiente en los grupos-clase, inoculando conciencia, empatía y valor para pasar a la acción y defender, proteger, acoger y cuidar al débil, al ignorado, al excluido o al masacrado, estaremos a un paso de cercar la violencia, dejarla sin sustancia, sin la gasolina que supone la actitud de reír la agresión, mirar hacia otro lado o, desgraciadamente también, no atreverse a intervenir.

- Que los padres tienen, también y de modo especial, una responsabilidad esencial. El día a día. Cuidar con los hijos la actitud, la escucha, la capacidad para dialogar, analizar los hechos, responder con ecuanimidad y compasión. Despreciar la violencia en cualquiera de sus grados, formas o manifestaciones, responder a ella con los valores prosociales básicos. Nuestro comportamiento en el espejo. Modelar la ayuda, la solidaridad, el apoyo, el compañerismo, el aprecio, la sensibilidad. Defender y cuidar a quien no se sostiene, a quien apenas se atreve a mirar, a levantar la voz, a pedir ayuda. El ejemplo y el modelo, el nuestro, como herramientas esenciales.

- Que el sistema educativo está obligado a reconsiderar, al menos en parte, sus prioridades. ¿Qué tipo alumnado queremos? Y, ¿cómo pretendemos articular y vertebrar su desarrollo y maduración como seres humanos? Ratios, organización curricular, atención a la diversidad, tiempos específicos para la acción tutorial en educación primaria y consideración de la necesidad de dar tiempo y visibilidad en la organización al trabajo de coordinación de los equipos docentes en secundaria representan, entre otros, elementos sensibles con la mejora que entre todos tratamos de trazar.

José Antonio Luengo es Psicólogo Educativo, Vicesecretario del Colegio de Psicólogos de Madrid y profesor de la Universidad Camilo José Cela.

@jaluengolatorre

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