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Política

De confiar en los políticos a subrayar el desencanto: lo que va de Juan Carlos I a Felipe VI

Apertura de la X Legislatura, en 2011.

Felipe VI presidió este jueves por primera vez una solemne sesión de apertura de Cortes Generales. Lo hizo cuatro años, diez meses y 17 días después de que su padre, Juan Carlos I, diera el pistoletazo de salida a la X Legislatura, la de su abdicación. En total, fueron once las ocasiones en que el anterior Jefe del Estado estuvo al frente de esta ceremonia (contando la de la Legislatura Constituyente, 1977-79), de especial carga simbólica y marcada por los mensajes que el Rey traslada a los representantes de la soberanía nacional ante el mandato que se inicia.

Entre la última apertura de Cortes presidida por don Juan Carlos y la primera con don Felipe como protagonista han cambiado muchas cosas en España. El relevo en la Jefatura del Estado es solo un reflejo más, quizá el mayor, del periodo de profundas transformaciones que vive el país desde hace unos años. Felipe VI ha procurado dejar un sello personal desde el primer momento de su reinado, liderando una Casa Real más cercana y transparente, marcando distancias con su predecesor y tratando de colocarse a la vanguardia de las nuevas demandas ciudadanas.

Sus discursos dejan con frecuencia múltiples evidencias de ello, y el pronunciado en la apertura de la XII Legislatura no fue una excepción. Sus palabras contrastan claramente con las que eligió Juan Carlos I el 27 de diciembre de 2011.

Don Juan Carlos solo incluyó en 2011 una leve referencia a la crisis de representatividad, pese a que el 15M estalló ese año

El primer contrapunto que salta a la vista es el nivel de concreción con que Felipe VI se refirió a los problemas que considera más importantes, frente a la mayor abstracción que empleaba el emérito. La regeneración democrática, la cohesión social y la crisis territorial son para el actual Jefe del Estado los grandes retos pendientes. El primero mereció más atención en su discurso de este jueves, seguramente porque es en esa área donde más se puede extender sin desbordar los límites de la neutralidad que le impone el cargo.

El Rey alude directamente y sin eufemismos a la corrupción y la desafección política, dos de los principales problemas de los españoles, en un evidente intento por mostrar empatía. “El pueblo español nos pide que dignifiquemos la vida pública y prestigiemos las instituciones”; “la regeneración moral de la vida pública es una cuestión de principios, de voluntad y decisión”; o “la corrupción ha indignado a la opinión pública en todo nuestro país” fueron algunas de sus referencias a la cuestión ante el Parlamento. Asimismo, resaltó el “desencanto” que supuso la repetición de las elecciones generales, hecho insólito que agudizó el “distanciamiento” entre representantes y representados.

Esa crisis de representatividad ya había asomado en diciembre de 2011 -siete meses antes estalló el 15M-, pero Don Juan Carlos apenas le dedicó una frase. “Afecta a vuestras responsabilidades contribuir a reforzar la confianza en las instituciones”, les dijo a los parlamentarios en la apertura de la X Legislatura. En el final de su intervención, expresó su “confianza” en los diputados y senadores, a quienes vio plenamente capacitados para combatir la crisis económica -por entonces en su apogeo-: “Sabrán acordar en sus debates medidas eficaces para afrontar y resolver los desafíos que nos aguardan”.

Menos generoso

Felipe VI es menos generoso con sus señorías, algo que se manifestó hasta en la felicitación por haber resultado electos en los pasados comicios. La “enhorabuena” no ha llegado al inicio, como con Don Juan Carlos, sino después de resaltar la fortaleza del sistema institucional y de recordar los compromisos que marcan su reinado. Además, ha citado con su nombre y apellidos al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey, para desearle “muchos éxitos” en su segundo mandato. El anterior Jefe del Estado no personalizaba, prefería las consignas genéricas. Esto se ve también en las múltiples alusiones de Felipe VI a los “españoles”, mientras su progenitor solía hablar más de “España”.

Felipe VI siempre incluye guiños a las nacionalidades históricas en sus discursos más solemnes

Las diferencias entre los discursos de 2011 y 2016 se plasman en contenido y estructura -el de Felipe VI duró tres veces más-, pero presentan consonancias retóricas evidentes, como el recurso a las autocitas. Es una herramienta efectiva para dotar de coherencia el mensaje. Hace cinco años, Juan Carlos I rescató su discurso de Navidad -difundido tres días antes- para incidir en los “retos y problemas que afectan a nuestro país”.

En esta ocasión, su hijo se remontó hasta en tres ocasiones al día de su proclamación: para subrayar las líneas que guían su labor; para incidir en la necesidad de compartir con las nuevas generaciones el “legado” de la Transición -y no solo “recordarlo”-; y para reivindicar la “diversidad” de España.

Los guiños a las nacionalidades históricas constituyen otra constante en las intervenciones de Don Felipe. Este jueves ha recalcado la importancia de “proteger a todos los pueblos de España, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones” y ha concluido dando las gracias en castellano, catalán, vasco y gallego. Su padre, en 2011, se limitó a subrayar el vigor de los “hondos lazos familiares, culturales e históricos que nos unen a todos los españoles, y que se han ido fortaleciendo a lo largo de muchos siglos y generaciones”. Por entonces, Artur Mas ya había lanzado su desafío soberanista, aunque carecía de la entidad que ha cobrado en los últimos años y que ha llevado al Rey a advertir de que el diálogo ha de mantenerse siempre "dentro del respeto a la ley".

Las referencias a la Transición, a la crisis económica y sus implicaciones y el recuerdo a las víctimas del terrorismo sí son elementos comunes a los discursos de uno y otro Monarca. El resto de las diferencias obedecen a los inexorables cambios de la coyuntura, fundamentalmente en lo relativo al sistema de partidos. Y es que la obra política es, por decirlo con Felipe VI, “siempre una tarea inacabada”.

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