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Política

Crónica del choteo en el Parlament: entre las risas de Forn y el pavoneo de Artur Mas

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont(i) acompañado de Artur Mas en la tribuna de invitados del Parlament.

No era fácil explicar qué había sucedido para los medios extranjeros. Una reportera argentina trataba de aclarar a sus jefes el 'sí pero no' de Puigdemont. Tirada en la moqueta de una de las salas de comisiones convertida en espacio de prensa improvisado, se afanaba en aclarar el 'quilombo' del president. “Ha habido independencia, pero la ha suspendido después!”, gritaba por teléfono.

La expectación por ver al jefe del Ejecutivo catalán fue máxima desde primera hora de la tarde en el Parlament de Cataluña. Los cerca de 1.000 periodistas y técnicos acreditados para la posible declaración de independencia esperaban su entrada en sede parlamentaria apostados en el patio central de la Cámara. Los responsables de prensa estaban desbordados intentando organizar a todos los que allí se agolpaban cámara en mano. Los ujieres miraban ojipláticos el despliegue de cámaras y micrófonos. Cada rincón, cada columna, servía para un directo de radio.

Y por llegó el momento. Los flashes de los fotógrafos daban la voz de alarma y anunciaban que Puigdemont ya subía por las escaleras. Aunque el president dio el primer esquinazo del día. Escapó de los objetivos a través de un pasillo trasero. Dos horas tuvieron que esperar las cámaras para volver a captar su rostro de sonrisa forzada tras la tensa reunión con la CUP que le obligó a retrasar una hora el comienzo del Pleno. “Es por cuestión de mediación internacional”, alegaban sus portavoces.

Fueron dos horas largas, de carreras de un lado para otro. Los portavoces del bloque constitucional explicaban ante los micrófonos que habían presentado un escrito solicitando suspender el pleno. Incluso apareció por allí el diputado de Esquerra Republicana (ERC) Gabriel Rufián, hablando ante los medios internacionales con su discurso habitual.

El timbre sono a las siete. El pleno estaba a punto de comenzar. El hemiciclo estaba casi lleno. Pero los diputados de la CUP no habían ocupado sus escaños. Los del PP se movían inquietos. Ningún miembro de la Mesa estaba aún en su sitio. La incertidumbre volvía a planear sobre la sesión. Una ujier seguía apretando el timbre con insistencia tras una puerta entreabierta junto a la entrada del hemiciclo. Tras casi diez minutos, por fin entraron todos y la presidenta Carme Forcadell dio inicio a la sesión.

Artur Mas con Rigau

Tras las casi dos horas que duró el pleno en el que Puigdemont anunció la independencia de Cataluña para dejarla en suspenso apenas treinta segundos después, el bullicio volvió a los pasillos de la cámara catalana. Todos querían captar el rostro del president tras la declaración en diferido. Con un paseo fugaz, Puigdemont desapareció rodeado por sus guardaespaldas.

Pero su sitio lo ocupó el expresidente Artur Mas, que hasta entonces había pasado desaparcibido entre la marabunta de periodistas y parlamentarios. El exmandatario catalán quería dejarse ver ante los objetivos. Con paso tranquilo salió de la tribuna de invitados y se colocó estratégicamente en la escalinata del patio central. Allí permaneció casi diez minutos, hablando con unos y otros. Tapándose la boca de vez en cuando, comentando la jugada de su sucesor.

Pero toda la atención se trasladó minutos después a otro de los patios de la Cámara catalana, donde el secesionismo quiso hacer la declaración simbólica tras el paso en falso de Puigdemont ante el Pleno. Allí tomaron posiciones todos los diputados del bloque independentista, dispuestos a firmar una declaración en favor de la República catalana. "Constituimos la República catalana como estado independiente y soberano, dederecho, democrático y social. Disponemos la entrada en vigor de la ley de transitoriedad jurídica y fundacional", rezaba el texto leído por la diputada de la CUP Mireia Boya.

Precisamente, esta parlamentaria provocó uno de los momentos más bochornosos de la declaración paralela. “Afirmem que Catalunya té la voluntat inequívoca d’integrarse tan ràpidament com sigui possible a la comunitat internacional. El nou Estat es compromet a respectar les...”. Y se hizo el silencio durante cinco segundos. “Eh, aquí me falta un trozo de frase”. Cinco segundos más de silencio. “A respectar...”. Silencio. “Les obligacions internacionals que s’apliquen actualment
en el seu territori i a continuar sent part dels tractats internacionals dels quals és part el Regne d’Espanya”. Por fin pudo terminar la frase.

El consejero de Interior, Joaquim Forn, se partía de risa y se tapaba la boca comentando el desliz con el titular de Territorio y Sostenibilidad, Josep Rull. Precisamente, este último se afanaba en explicar el gesto al terminar el acto paralelo. La corresponsal de Le Monde le reprochaba que aquello no tenían ningún valor. Él asentía. “Es sólo un gesto político de nuestra voluntad, porque lo otro está anulado”, sentenciaba.

Todos los allí congregados cantaron al unísono la canción de L'Estaca de Lluís Llach, tras rubricar uno por uno la declaración que no servía de nada. Aún así la canción retumbó en las paredes del patio. Pero la estampa que muchos se llevaron fue la de un parlamento secuestrado por el secesionismo, como llevan tiempo denunciando desde el bloque constitucional.

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