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Opinión

De aquellos polvos, estos Bódalos

El líder de Podemos, Pablo Iglesias (d), y el portavoz de En Comú Podem, Xabier Doménech (i).

Poco a poco el nuevo Podemos pablista va tomando posiciones y colocándose en el lugar exacto en el que el líder máximo cree que debe estar. Un partido escorado a la izquierda más ultramontana que nos dé continuamente algo de lo que hablar. La calle en el Congreso. Pero no la calle normal, por la que transitamos todos a diario, sino el fragmento de la calle que esa misma izquierda tiene por representación del sentir popular.

De haber llegado a las urnas con los agresores de Alsasua de la mano quizá no hubiesen obtenido cinco millones de votos

Prometieron y están cumpliendo, nada se les puede echar en cara salvo que durante las últimas elecciones, las de junio, las del corazoncito arcoiris, la sonrisa y el país, se cuidaron muy mucho de prodigarse en estos excesos. De haber llegado a las urnas con los agresores de Alsasua de la mano quizá no hubiesen obtenido cinco millones de votos. Lo de Alsasua, la paliza a unos Guardias Civiles indefensos y fuera de servicio por parte de una turba, sucedió en noviembre del año pasado, luego no hubo posibilidad de que lo hiciesen. Pero no lo hubiesen hecho. El Podemos de hace un año se jugaba nada menos que el poder y andaban aún embutidos en el disfraz de corderito. No había que dar pasos en falso que les comprometiesen un solo voto.

En aquel entonces se trataba de pasar por cabales socialdemócratas juveniles y desenfadados que venían a ocupar el espacio dejado por el ajado PSOE de la tropa zapaterina. Hoy, visto que la operación no les terminó de salir, vuelven a las esencias. Y estas esencias son las que son. Son, por ejemplo, el diputado Cañamero mostrando orgulloso en las Cortes la estampa de un agresor múltiple encerrado en un penal de Jaén. Inasequibles al desaliento y a la propia evidencia se han enrocado en un disparatado relato en el que Andrés Bódalo es una víctima y la víctima, un concejal del PSOE apaleado por el mismo Bódalo durante una manifestación, el verdugo. 

A diferencia de los socialistas de la Transición, la ideología de los paladines del podemismo ya estaba aquí, tiene mercado y no tiene voluntad alguna de convertirse en otra cosa

Si no fuese porque estamos curados de espanto después de tantos años de impostura y batasuneo hasta nos sorprendería. Pero ya no nos sorprende nada. Quizá a los más ingenuos de entre sus votantes que realmente creyeron que Podemos encarnaba el recambio generacional del PSOE, que no eran más que el Felipe y el Guerra del 77 puestos al día con coleta, iPhone y un plus de vacua charlatanería errejonita. No lo eran, no lo son. A diferencia de los socialistas de la Transición, la ideología de los paladines del podemismo ya estaba aquí, tiene mercado y no tiene voluntad alguna de convertirse en otra cosa. 

Esto supone, evidentemente, una renuncia expresa a llegar al Gobierno algún día, al menos como fuerza mayoritaria, pero no es mala estrategia de cara a una larga travesía por la oposición como la que esperan de aquí a las municipales de 2019. El primer mandamiento de todo político es no perder votos, mantener los que ya se tienen a cualquier precio. El segundo conseguir nuevos sufragios robándoselos a otro partido. Empezaron por lo segundo y ahora mismo están en lo primero. Saben que hay una España altamente aperroflautada que lo que espera es esto mismo. En ciertas regiones como Cataluña o el País Vasco ese votante es incluso mayoritario. No hay más que desmenuzar los resultados electorales de Podemos por provincias y grupos de edad para confirmar que Iglesias sabe lo que se hace y a quien se dirige.

Ha obrado el milagro de integrar a la ruidosa pero fragmentada izquierda nacionalista radical en el concierto nacional, optimizando de paso sus resultados electorales por agregación

Aspira, en definitiva, a convertirse en el representante de esa España que, curiosamente, no quiere serlo pero que sin embargo lo es y vota, y pone diputados en el Congreso, senadores en el Senado y miembros en las más variopintas comisiones. Ha obrado el milagro de integrar a la ruidosa pero fragmentada izquierda nacionalista radical en el concierto nacional, optimizando de paso sus resultados electorales por agregación. La primera víctima del nuevo Podemos despojado del trampantojo nórdico son Bildu y ERC, las CUP, el BNG y toda la interminable sopa de letras que hasta la fecha ponían mucha voz pero poco voto a los requetés de la nueva izquierda. Ya solo queda saber si la cosa le saldrá o terminará entonando romances de ciego en algún parlamento regional como Gaspar Llamazares.

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