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Opinión

Un pacto fáustico para Cataluña

Imagen de archivo de la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, y el del PSC, Miquel Iceta

A la vista de todos los sondeos, los resultados del próximo 21-D van a dejar un Parlament francamente difícil de gobernar. Encontrar una alianza que permita darle la vuelta a la indigesta tortilla del proceso separatista requeriría de una grandeza de miras que no sabemos si poseen las formaciones que se presentan bajo la credencial constitucionalista.

O Presidencia de Ciudadanos o de lo socialistas

Bien podía afirmar Anatole France que el bien público está formado por un buen número de males particulares. Sin el pacto, que supone ceder en aras de un interés común, la política se convierte en un campo de batalla en el que difícilmente hay vencedores y vencidos. Todos pierden. Pactar es algo que parecen haber olvidado nuestros políticos que, cuando lo hacen, se envuelven en una aureola de héroes homéricos, como si estuviesen haciendo una proeza. Sin embargo, las mejores cosas que se han hecho en España en los últimos cuarenta años derivan de la capacidad que han tenido los partidos en ponerse de acuerdo a pesar de sus diferencias.

En materia de pactos, Cataluña precisaría de un Mefistófeles ladino y astuto y de un Fausto capaz de sacrificarlo todo por un sueño. No nos engañemos, por mucho que Inés Arrimadas – o incluso Miquel Iceta, ya puestos a especular – obtuvieran más votos en sus respectivas candidaturas que Esquerra o Junts per Catalunya, lo que va a contar de verdad es la capacidad de sumar que tengan, y eso es lo que no está claro de ninguna manera.

Pactar es algo que parecen haber olvidado nuestros políticos que, cuando lo hacen, se envuelven en una aureola de héroes homéricos

Los independentistas tienen a su favor que no precisan de ningún programa electoral. La masa que los apoyará en las urnas seguiría a una cabra con tal de que llevase oportunamente colgada del cuello un estelada y un lacto amarillo. A pesar de las bofetadas que se están propinando los de Junqueras y los de Puigdemont, si pueden sumar, lo harán, no lo duden. Y lo harán para volver de nuevo a las andadas, como ellos mismos no se recatan en decir públicamente. Unilateralidad, activación de la república catalana, retorno de los fugados e, incluso, en su tremenda estupidez totalitaria, osan afirmar que unos buenos resultados para ellos supondrían la puesta en libertad de los que están todavía en prisión por delitos comunes.

Es mucho más factible un pacto entre perdedores, en el supuesto que no integrasen en el mismo a la formación más votada, que un acuerdo entre Ciudadanos, PSC, PP y los Comuns de Xavier Doménech. El partido de Ada Colau odia hasta lo más profundo de su ser todo lo que huela a Constitución y ya no digamos España. ¿De verdad los ven ustedes apoyando, aunque sea con la abstención, una investidura de Arrimadas? ¿Cree alguien mínimamente versado en política catalana que los defensores de los okupas posibilitarían la vía libre a un gobierno surgido de un acuerdo entre el partido naranja, los socialistas y el Partido Popular? Se hace muy difícil, si no imposible. Los Comuns, en la línea de Podemos, se ven más cómodos dando paso a un Tripartito de izquierdas que incluyera a Esquerra, el PSC, el partido fantasma de Puigdemont, amén de apoyos más o menos esporádicos de las CUP. Ahí saben que su electorado daría volteretas de júbilo y ellos podrían arrogarse el papel de primus inter pares. Es lo que les complace, estar en el palco imperial haciendo sudar a todo el mundo, arrugando el ceño, meditando si su pulgar se inclina hacia abajo o hacia arriba. Saben que de cara a los que no son partidarios de la secesión podrían decir “Mirad, nosotros hemos moderado el discurso de los independentistas”, mientras que a los radicales más acérrimos podrían susurrarles “¿Veis?, hemos impedido que la derecha llegase al poder en la Generalitat”. De est manera allanarían el camino de Colau hacia su verdadero sueño: La Moncloa. First, we take Manhattan, then we take Berlin. Así las cosas, ¿quién le pone el cascabel al pacto?

¿Elecciones tras elecciones hasta cuándo y para qué?

El problema puede eternizarse. El estado ha sido débil y las consecuencias se pagan de manera indefectible. Siempre. El acuerdo tácito que ha hecho Mariano Rajoy aplicando un 155 suave, con las obligaciones impuestas por el PSOE, nos lleva al mismo punto departida. Existen unos que desean dinamitar la convivencia y las leyes y otros que no. Si en lugar de actuar con miedo y precipitación, el gobierno hubiese dado un plazo más largo de tiempo, convocando elecciones en seis meses o un año, y tuviera el coraje necesario, se podría haber despejado el terreno de juego de manera más racional.

Ni les hablo del escarnio que supone tener a los medios públicos catalanes haciendo campaña abiertamente en favor de la independencia

De entrada, la legislación actual permite participar en elecciones a partidos que pretenden violar la legalidad, cosa que no encontrarán ustedes en ningún país democrático mínimamente serio. En segundo lugar, con una ley electoral catalana en la que el hecho territorial no favoreciese descarada e injustamente a las comarcas, los resultados podrían ser otros muy distintos. Ni les hablo del escarnio que supone tener a los medios públicos catalanes haciendo campaña abiertamente en favor de la independencia o que todos, repito, todos los altos cargos separatistas de la administración autonómica sigan en sus puestos como si tal cosa.

Aquí no se ha hecho más que tapar con una tirita un boquete enorme. Lo que esto conlleva lo vamos a ver, mucho me temo, en las próximas elecciones. El estado deberá decidir si se suicida de una vez o despierta e intenta reconducir una situación que lleva gestándose cuarenta años. No se trata de perseguir a nadie por sus ideas, entiéndanme, porque todos tenemos derecho a defender las estupideces más grandes en un régimen democrático. De lo que hablamos es de la necesidad de preservar la convivencia, el orden, el sosiego, la prosperidad económica, la igualdad ante la ley; se trata de expulsar de la política a los que entran en ella para romperla en trozos. Ya está bien de consentir, ya está bien de compadrear, ya está bien de mirar hacia otro lado cuando se atacan los pilares fundamentales de nuestra convivencia. Este ha sido el periodo más largo de la historia de España sin guerras y con libertad. Costó mucho llegar hasta aquí, a pesar de que los demagogos tachen a la transición de cambalache político. De acuerdo, no fue perfecta, pero era, con mucho, lo mejor que podía hacerse y eso lo reflejan ya los libros de historia.

A Santiago Carrillo, por quien no siento la menor simpatía, Adolfo Suarez, por quien si la tengo, logró sentarlo en una silla y acordar cosas que parecían imposibles como la aceptación de la bandera rojigualda o la monarquía parlamentaria. Los podemitas de ahora lo califican de traidor, claro. Esos logros son a los que me refiero. Un comunista estalinista, responsable de las horribles matanzas de Paracuellos, sentando junto a un ex secretario general del Movimiento. Un ex ministro de Franco, como fue Manuel Fraga, departiendo con socialistas y llegando a acuerdos en materia constitucional. UCD, PSOE, PCE, incluso los nacionalistas catalanes encarnados en Miquel Roca pactaron porque sabían que era eso o volverá a las trincheras.

Debería afrontarse este desafío como lo que realmente es, un envite que puede atajarse de una vez para siempre

Urge encontrar soluciones y estas pasan por revisar las leyes que permiten el golpe de estado separatista sin que pase poco más que unas multas, unos procesos y cuatro responsables en la cárcel. Ahí deberían conjurarse, y perdonen por el término secesionista, los partidos constitucionales no tan solo en Cataluña, sino en el Congreso. Debería afrontarse este desafío como lo que realmente es, un envite que puede atajarse de una vez para siempre o dejarlo pasar en blando y estar cada seis meses con elecciones, vaivenes o aplicaciones de un 155 ñoño y timorato.

¿Sabrán estar a la altura o nos encontraremos a la vuelta de navidades con otra proclamación republicana? Es más, ¿creen ustedes, señora y señores candidatos constitucionales, que el pueblo catalán se merecería seguir viviendo en la inestabilidad y la angustia? No me contesten. Me temo que conozco de antemano su respuesta. Dios quiera que me equivoque.

Miquel Giménez

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