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Opinión

Seamos justos con los Mossos

Seamos justos con los Mossos.

Hoy en Cataluña todo es política. Nada ni nadie puede escapar de la maldición. Son políticos los muertos, políticos los crímenes y política la policía que los investiga, políticas las conclusiones, los golpes en el pecho y las acusaciones. Los atentados de agosto no iban a ser menos, de hecho, fueron más porque en política, como en la matanza del cerdo, todo se aprovecha. Se politizaron desde el primer minuto y en ello perseveran con la intención manifiesta de sacar algún rédito en un futuro cercano. Nauseabundo, lo sé, pero así es.

El Gobierno decidió no inmiscuirse en el asunto quizá previendo que era terreno minado y que, hiciese lo que hiciese, sería utilizado en su contra. De nada sirvió. Al final no hizo más que acudir en silencio a las concentraciones en homenaje a las víctimas y también lo utilizaron en su contra. Apartó a la Guardia Civil y a la Policía Nacional y dejó que la Generalidad y los Mossos se colgasen las medallas… o quedasen enterrados en sus propios errores.

El Gobierno decidió no inmiscuirse en el asunto quizá previendo que era terreno minado y que, hiciese lo que hiciese, sería utilizado en su contra

Fue una decisión política, como todas en este asunto. En cualquier otro país, ante una matanza de estas características hubiesen encargado el caso al cuerpo policial más curtido en la lucha antiterrorista. En España ese cuerpo es la Guardia Civil. Seis décadas de experiencia y decenas de muertos en acto de servicio les avalan. Dispone de los medios, el conocimiento y los profesionales entrenados para una tarea tan especializada.

Pero la orden de Moncloa era dejar hacer. Dejar hacer a Puigdemont y, especialmente a su consejero Joaquim Forn, un desenfrenado soberanista que sustituyó al más templado Jordi Jané, cesado hace mes y medio por la insistencia en cobrarse su cabeza de los chicos de la CUP, que en estos momentos decisivos no toleran la más mínima debilidad.          

Como todo era política, no importaba que a los Mossos d’Esquadra, un buen cuerpo de policía para asuntos como la vigilancia del tráfico o el mantenimiento del orden público y la seguridad ciudadana, el caso les viniese demasiado grande. Esa es la razón por la que fueron encadenando tropiezos desde el primer momento.

No supieron ver en la explosión del chalet de Alcanar indicios de un comando terrorista plenamente operativo

No supieron ver en la explosión del chalet de Alcanar indicios de un comando terrorista plenamente operativo. Creyeron de buena fe que se trataba de un accidente, que lo que se hacía en aquel remoto rincón del Montsiá era elaborar drogas clandestinamente. Al detenido en el lugar de los hechos, Mohamed Houli, hoy en prisión por orden de la Audiencia Nacional, lo trasladaron a un hospital de Tortosa y ni se preocuparon de interrogarle. Cuando la jueza acudió al lugar de los hechos y les inquirió sobre una posible actividad terrorista, éstos respondieron “no exagere, señoría”.

Horas después los compinches de Houli sembraban de muerte las Ramblas y se disponían a hacer lo propio en Cambrils. Ni sospecharon el primer atentado ni vieron llegar el segundo. Al contrario, poco antes de que el comando del Audi A3 irrumpiese en el paseo marítimo de Cambrils, la policía autonómica aseguraba ante los medios de comunicación que no había riesgo de otro atentado.

Durante horas reinó el caos. Las agencias escupían informaciones contradictorias, salidas todas de la consejería de Forn. Mentidos y desmentidos fueron acumulándose uno encima del otro para desconcierto de los que trataban de hacerse una idea de lo que estaba ocurriendo.

Sirva como ejemplo el tiroteo en la Diagonal. La primera versión fue que un conductor se saltó un control y fue abatido por los Mossos. Luego la historia se desvaneció. Un día más tarde reapareció totalmente transformada. Hubo disparos sí, pero ninguno impactó contra el vehículo, en el que viajaba Younes Abouyaaqoub, el terrorista de las Ramblas junto a un cadáver, el de un joven del Penedés al que acaba de asesinar a cuchilladas. Abouyaaqoub estuvo huido durante cuatro días hasta que unos vecinos de Subirats le vieron merodear por allí.

Más doloroso aún fue el caso del niño australiano. Desaparecido primero, encontrado después con vida en un hospital dos días más tarde, y finalmente dado por muerto

Más doloroso aún fue el caso del niño australiano. Desaparecido primero, encontrado después con vida en un hospital según informaron los propios Mossos dos días más tarde, y finalmente dado por muerto en la misma Rambla la tarde del atentado.

Podríamos seguir con los fallos de inteligencia y no terminaríamos hasta mañana. La célula se formó, planificó y organizó un macro atentado contra la Sagrada Familia en dos pequeñas localidades catalanas sin que los Mossos sospechasen nada a pesar de que su implantación en el territorio es completa.

Tampoco prestaron oídos a los informes de inteligencia que circulaban desde hacía meses alertando de atentados islamistas en España y, más concretamente, en Barcelona, meca del turismo nacional y en el extranjero emblema de esa España abierta, cosmopolita y despreocupada que tanto ofende a los islamistas radicales. Más si cabe cuando cerca de un tercio de los musulmanes censados en España residen en Cataluña y son muchas las redes yihadistas desmanteladas en el Principado. No se sabía ni cuándo ni dónde iba a producirse el ataque, pero todo indicaba que éste era inminente.

Había que convertir la actuación de los Mossos en algo ejemplar a pesar de que los hechos dijesen lo contrario

Pero, a pesar de esta interminable serie de remiendos y torpezas, la política tenía que quedar por encima. Había que convertir la actuación de los Mossos en algo ejemplar a pesar de que los hechos dijesen lo contrario. Los parabienes se sucedieron durante días: un cuerpo a la altura de los mejores de Europa que merece entrar por la puerta grande en la Europol y que todos los demás se inclinen, una investigación perfecta, un ejemplo práctico de cómo la república catalana es autosuficiente y viable. No podían, eso sí, culpar a Madrid de nada porque Madrid se mantuvo al margen. Eso les llevó a redoblar la ración de aplausos dirigidos a sí mismos.

Fruto de esa mitificación exprés surgieron figuras como la del mayor Trapero, convertido hoy en una celebridad nacional. El mismo que con Younes Abouyaaqoub en paradero desconocido y después de asesinar a quince personas –una de ellas con sus propias manos– se fue al Camp Nou a ver al Barça junto al consejero Forn. Una simple anécdota sin más importancia, pero muy ilustrativa. A menudo los detalles intrascendentes resumen con precisión los sucesos más graves.

El cuerpo de Mossos d’Esquadra merece nuestro reconocimiento, pero sólo en la medida en que lo merece. Algunos de sus agentes se jugaron la vida en la noche de los atentados y uno en concreto liquidó él solo y de un plumazo al comando de Cambrils. Muchos otros hicieron su trabajo con diligencia y profesionalidad. Seamos justos con ellos, señalemos los fallos, atribuibles en gran parte a su politizada cúpula, y reconozcámosles los méritos reales, que no son pocos. La historia fantástico-patriótica que el enloquecido ambiente político que reina en Cataluña les ha creado no les hace ningún favor.   

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