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Opinión

La incógnita Trump

Donald Trump.

Contra todo y contra todos. Contra su propio partido, contra los medios de comunicación, contra las empresas demoscópicas y sus sondeos, contra la Bolsa de Nueva York, contra el criterio de los gurús nacionales e internacionales, contra la élite financiera, política y cultural. Y hasta contra el sentido común, que es quizá lo que más nos impactó durante el memorable recuento del 7 de noviembre. Una madrugada de infausto recuerdo para los demócratas pero dulce como la miel para esa selecta minoría de analistas, ridiculizados hasta la náusea durante meses, que había apostado por el caballo ganador ya en las primarias.

Trump ha llegado a la presidencia de los Estados Unidos poniendo de manifiesto que el mundo de ayer ha dado su última boqueada

Trump ha llegado a la presidencia de los Estados Unidos a pesar de todos ellos poniendo de manifiesto que el mundo de ayer ha dado su última boqueada. La presidencia de Trump pone punto y final a la cadena dinástica que arrancó con la elección de George Bush en el 88. Casi treinta años en los que dos grandes familias y sus respectivas clientelas se han repartido el pastel del poder en Washington. En el aire queda la incógnita de si el mundo de mañana, el que se abre ahora, será mejor que el anterior o, por el contrario, nos aguarda una montaña rusa de desagradables sensaciones e imprevistas consecuencias.

Con tanto ruido mediático de por medio y los histrionismos propios del personaje que, por encima de millonario, es desde hace muchos años una cotizada estrella del show business, lo más difícil es saber ahora qué hará con todo el poder que los norteamericanos le han entregado. La campaña en contra ya la tiene montada antes de llegar a la Casa Blanca. Con Trump no habrá luna de miel ni cien días de gracia. Lo que haga será sometido en el acto a un implacable escrutinio público, parlamentario y es seguro que los reproches se materializarán con frecuencia en alborotos callejeros. Esto le obliga a ser rápido, a no dudar y a, una vez tomada una decisión, perseverar en ella para que el adversario no interprete los titubeos como debilidad.

Ahora tendrá que elegir entre sostener lo que dijo y llevarlo a la práctica, matizarlo o ignorarlo

Podríamos ceñirnos a su programa, pero hay un problema, el programa trumpista estaba concebido para llamar la atención y ganar unas elecciones de las que era poco menos que imposible salir bien librado. El “campaign talk” habitual pero esta vez especialmente provocador. El objetivo lo cumplió con creces. Luego hay otro elemento importante. Al candidato republicano se le calentaba la boca a menudo. Ahora tendrá que elegir entre sostener lo que dijo y llevarlo a la práctica, matizarlo o ignorarlo.

Entre las promesas de difícil cumplimiento se encuentran las relativas a la inmigración y las trabas al comercio internacional que dijo iba a imponer según sentase sus reales en el Despacho Oval. El muro con México es quizá el mejor ejemplo de promesa llamativa pero impracticable. La frontera sur es muy larga, 3.200 kilómetros, el equivalente a cinco veces la frontera entre España y Francia, que no es precisamente corta. Con la salvedad de que ahí los Pirineos forman un muro natural que en muchos puntos sobrepasa los tres kilómetros de altura. La frontera entre México y EEUU está formada por un río poco caudaloso y desérticas estepas. Levantar el muro sería una tarea titánica y costosísima. El Gobierno mexicano evidentemente no va a pagarlo aunque si podría crearse una tasa sobre las remesas, pero eso no le saldría gratis al presidente.

Algo similar sucede con su promesa de prohibir la entrada de musulmanes en los Estados Unidos. Ahí no se encontraría de frente con el presupuesto, sino con la Constitución. Uno de los pilares sobre los que se sostiene el país desde su fundación hace dos siglos y medio es el de la libertad de culto, de cualquier culto. Por fortuna esa promesa parece haberla olvidado. Fue uno de sus legendarios calentones a raíz del tiroteo de San Bernardino en 2015.

La derogación de acuerdos comerciales con terceros y la reindustrialización del país mediante castigos a las empresas que se deslocalicen es otra de las grandes incógnitas

La derogación de acuerdos comerciales con terceros y la reindustrialización del país mediante castigos a las empresas que se deslocalicen es otra de las grandes incógnitas. EEUU es la primera economía del mundo, y lo es en gran medida gracias a su firme creencia en las bondades del libre comercio y al hecho de que señoree el dólar, divisa que hace posible ese comercio. Atacar al comercio es atacarse a sí mismo. Tendrá que replanteárselo desde el principio para no armar un zipizape de alcance global.

Entonces, ¿qué queda de su programa? Queda bastante. Queda la reforma fiscal que incluiría generosas rebajas para la clase media, la desregulación de varios sectores, el desmantelamiento del Obamacare y la nueva estrategia en materia exterior que, entre otras cosas, afectaría a la revisión de los acuerdos con Irán y el rediseño de la OTAN. Todo es realizable siempre y cuando lo sepa enfocar y esquive los ímpetus identitarios de una parte de sus votantes.

Si en tiempos de Bush el calificativo predilecto de los medios era neocón, ahora oiremos mucho alt-right

Lo que no podrá esquivar es la animadversión manifiesta de todos los medios de comunicación que, de modo preventivo, ya le han declarado la guerra a muerte. La desafección mediática se intensificará cuando tenga en su mano los destinos de la nación y empiece a cometer los errores propios del cargo, que serán debidamente amplificados a través de las redes y la televisión. Sírvanos estos dos últimos meses como aperitivo de lo que está por venir.

Si en tiempos de Bush el calificativo predilecto de los medios era neocón, ahora oiremos mucho alt-right, un movimiento minoritario de hechuras lepenistas surgido de las catacumbas de Internet que, por obra y gracia de la CNN, se ha convertido en la ideología madre del trumpismo. Todo lo que no les guste será etiquetado de alt-right, de hecho ya está siendo etiquetado como alt-right todo lo que no les gusta, incluido, claro está, el propio Trump y su gabinete al completo. Las etiquetas siempre fueron eficaces, ahorran pensar, simplifican y caricaturizan al adversario y, sobre todo, dibujan una diana perfectamente reconocible sobre el objetivo a batir. 

Solo nos queda esperar que Trump, una persona cuya pasión dominante es la soberbia, sepa aprender de los errores y no termine encarnando su propia caricatura.

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