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Opinión

La enfermedad infantil del podemismo

La enfermedad infantil del podemismo.

Lenin publicó en 1920 un librito de batalla destinado a meter en cintura a los disidentes, titulado “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”. El dictador soviético sentenciaba que planear o ejecutar mal un plan para agitar, movilizar y llegar al poder era por “infantilismo”, por no haber “madurado” las condiciones políticas, sociales, económicas y culturales de la sociedad sobre la que se actuaba.

Hoy, la Tercera Internacional no existe como en 1920, no hay un gran arquitecto del comunismo que quiera planificar la destrucción del orden burgués. Sí hay ejes desestabilizadores, como Cuba en la América española –véase el control que ejercen sus servicios de inteligencia en Venezuela-, pero nada más. Las izquierdas de cada país deben pergeñar por su cuenta una estrategia para cumplir su teoría del poder, que no es otra que conseguir el gobierno y cambiar el Estado. Vamos, el camino clásico de autoritarios y totalitarios.

Hoy, la Tercera Internacional no existe como en 1920, no hay un gran arquitecto del comunismo que quiera planificar la destrucción del orden burgués

El “infantilismo” de Podemos, siguiendo la nomenclatura leninista, tiene dos orígenes: el populismo latinoamericano y su adopción de los métodos de los movimientos sociales. A esto es preciso añadir una causa muy leninista: sus dirigentes nunca gestionaron nada; es más, algunos ni siquiera tenían vida laboral reseñable, salvo el “activismo”.

El argentino Ernesto Laclau, y los autores de su vulgata, plantearon que el marxismo como ideología definitiva, científica, debeladora del mecanismo real de la Humanidad, tendría éxito si adoptaba el estilo populista: un líder redentor que acaudillara un partido-movimiento que, como un embudo, recogiera todas las demandas sociales contra el sistema y les diera un único sentido y una única solución.

Sí; leninismo redivivo, porque Vladimir –que así le conocía su madre, de quien vivió sin trabajar hasta que fue útil al Segundo Reich alemán en plena guerra- utilizó el populismo para desestabilizar a la recién nacida República rusa de 1917.

¿Qué exige hoy ese populismo? Está claro: que el mensaje llegue a una sociedad infantilizada, absorta en el espectáculo

¿Qué exige hoy ese populismo? Está claro: que el mensaje llegue a una sociedad infantilizada, absorta en el espectáculo. Mensajes cortos y sencillos, emitidos por un actor con el que la masa, el pueblo, la gente, se puede identificar. Es la clave de la política: conseguir la empatía. Esto ha llevado a Podemos a predicar durante ya tres años eslóganes infantiles, con un estilo emocional, iracundo, de odio calculado. Lo hizo el chavismo en Venezuela y funcionó.

Los cargos podemitas se han convertido en autómatas intercambiables que repiten una y otra vez en los medios la misma argumentación usando conceptos inventados. La política, creen, debe girar a su alrededor marcando la agenda y los términos que se usan en los debates. La complicidad de los medios afines y la ingenuidad de los políticos, sobre todo los catalogados como de la “nueva política”, es imprescindible en este plan. La imagen la completaban sus bisoños propagandistas, en el mismo culto a la juventud como símbolo de “lo nuevo”, que tanto encandiló a los intelectuales de los totalitarismos hace cien años.

La apuesta siempre ha pasado por convertirse en “movimiento nacional”, y por eso absorbieron a la Izquierda Unida de Garzón

La apuesta siempre ha pasado por convertirse en “movimiento nacional”, y por eso absorbieron a la Izquierda Unida de Garzón, quien entendió la estrategia de infantilización de inmediato: su campaña electoral se llenó de corazoncitos y bochornosos memes tuiteros, junto a loas a los sanguinarios héroes de la izquierda, como Fidel Castro o el Che, tan propicios para la mercadotecnia.

La necesidad de ser el centro de atención mediática debían saciarla a cualquier precio. De ahí los espectáculos en las instituciones, señaladamente en el Congreso de los Diputados, donde Bescansa apareció con su bebé, los escaños se llenaron de camisetas-anuncio, los diputados aparecían con pancartas, las tribunas se poblaban de “invitados”, y los insultos groseros y amenazas físicas resonaban en el hemiciclo. Y de ahí también los vídeos ridículos –como el del líder hablando con un tronco- y el patinazo cómico del “tramabús”.

Los podemitas creyeron que era posible pasar a la política las técnicas de los movimientos sociales, el “marketing de guerrilla”

Los podemitas creyeron que era posible pasar a la política las técnicas de los movimientos sociales, el “marketing de guerrilla”. La técnica consiste en montar un espectáculo que tenga repercusión en los medios, a pesar de que sea poca gente y de la exageración del mensaje. De ahí las últimas campañas de agit-prop podemitas: un autobús con caricaturas y una cacerolada.

La clave es aprovechar el hambre de los medios por la audiencia para colocar un concepto o un debate dándoles imágenes impactantes. Entonces se puede una presentar en sujetador o sin él en una parroquia, manifestarse en plan carnavalesco, posar con camisetas de colores o pasear un autobús. La TV saca el reportaje y los periodistas afines repiten las consignas. A esto le añaden una campaña tuitera, cuanto más infantil y básica mejor. Y ya hay presencia.

Bajo toda esa tramoya podemita no existe talento. No constituyen una élite política o intelectual capaz de pasar del ruido a la música

Sin embargo, bajo toda esa tramoya podemita no existe talento. No constituyen una élite política o intelectual capaz de pasar del ruido a la música, que vaya del “¡Abajo lo existente!” a la presentación de un orden alternativo objeto de debate, cuyas propuestas respondan a su objetivo declarado y no solo a desestabilizar o a su deseo de salir en la TV.

Únicamente resta saber si esa “enfermedad” de la que hablaba Vladimir va a seguir rentando en las urnas.

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