Quantcast

Editorial

La subida del IVA y la estrella ascendente del ministro De Guindos

Luis de Guindos, Soraya Sáenz de Santamaría, Cristóbal Montoro y Fátima Báñez durante un Consejo de Ministros.

En el viacrucis de esta crisis interminable, todos los viernes, o casi, están resultando ser “de dolores”, a pesar de haber pasado ya Semana Santa. Esta vez los sustos comenzaron el jueves noche, cuando las agencias vomitaron la decisión de Standard & Poor’s de rebajar el rating español en dos escalones, un salto al vacío con vistas al mar del bono basura. A primera hora de la mañana del viernes, una terrorífica EPA, camino de los 6 millones de parados, nos recordaba las miserias de una economía que en época de crisis no es capaz de ajustar más que destruyendo empleo. Y como fin de fiesta, la decisión del Consejo de Ministros de subir el IVA en los PGE de 2013 para recaudar 8.000 millones, o la pura y dura realidad imponiéndose a la terquedad con la que el Gobierno Rajoy negó que fuera a recurrir a semejante medida.

El problema español planteado una vez más con sus dos ingredientes básicos: un PP miedoso, que sabe que tiene que hacer el ajuste porque no hay otro remedio, que quiere hacerlo, pero que lo hace a trancas y barrancas, con cuentagotas, porque le da miedo el envite, doctrinalmente es más socialdemócrata que liberal y teme que el desgaste brutal que supone rebajar el nivel de vida del ciudadano medio le haga perder el poder más pronto que tarde. Un PP timorato, pues, y un PSOE obsceno en la protesta, que se ha lanzado por la senda de una insufrible demagogia a criticar al Gobierno Rajoy como si ellos no hubieran tenido nada que ver con la ruina de país que han dejado por herencia. Vale la metáfora del Titanic, ahora que estamos de centenario: Con Zapatero en el puente de mando, los socialistas pusieron el piloto automático rumbo directo al iceberg de la suspensión de pagos. Ahora, expulsados de la nave, no dejan de insultar desde el bote salvavidas a quien intenta maniobrar a la desesperada para evitar el choque, Mariano, capullo, que nos llevas al desastre con tus políticas de austeridad…

La pelea doctrinal entre socialdemócratas y liberales en el seno del Gobierno se decide a favor de los últimos.

Importante lo acontecido el viernes en un Consejo que terminó con la victoria de Luis de Guindos sobre Cristóbal Montoro. La pelea doctrinal entre socialdemócratas y liberales en el seno del Gobierno parece estar decidiéndose a favor de los últimos.  Victoria dolorosa, que ha supuesto para el PP pagar el precio  de un desgaste que podría haberse ahorrado. Tras los goles iniciales marcados por el titular de Hacienda (la subida del IRPF, que tanto destrozo doctrinal causó en la derecha, y los meses lamentablemente perdidos en la elaboración de los PGE de 2012 para no perjudicar al camarada Arenas en Andalucía), el papel del ministro de Economía ha cobrado vuelo con la reforma laboral, primero, demasiado agresiva en opinión de don Cristóbal, y con la subida del IVA anunciada el viernes, segundo, algo que estaba en todos los manuales y a la que se oponía el susodicho. Un golpe de timón en la política económica del Gobierno, que tendrá consecuencias relevantes en la legislatura. Por encima del teórico empate a dos que el partido registra en este momento, en el Ejecutivo hay una estrella que asciende con fuerza y otra que desciende en la misma medida.

“A pesar de este duro fin de semana, uno más, empiezo a ser optimista: por primera vez veo al Gobierno tomando decisiones en la dirección correcta”, aseguraba el viernes un empresario del Ibex. Junto a la subida del IVA, la anunciada rebaja de las cotizaciones sociales es una iniciativa que cabe calificar de acertada, en tanto en cuanto reduce costes laborales unitarios (aumenta la competitividad) e incentiva la creación de empleo (abarata la contratación), algo que tendrá pleno efecto, de la mano de la reforma laboral, cuando se recupera la actividad. No obstante las demoledoras cifras de la EPA, casi descontadas en una economía en recesión, este parece el camino a seguir. El futuro de España se sigue jugando en la capacidad de este Gobierno para acometer en profundidad la reforma del gasto, profundizando en el camino ya iniciado, culminando de una vez la Reforma Financiera (con su nudo gordiano centrado en el enigma Bankia), y resistiendo el griterío de quienes, después de haber hundido el Titanic, quieren comprarse un trasatlántico nuevo con dinero ajeno para seguir chupando del bote.

Meter el bisturí en las Pensiones y el Subsidio de Desempleo

El Ejecutivo está tratando de racionalizar el gasto –de forma tan tímida como insuficiente para muchos- en Sanidad y Educación, dos de los pilares del llamado Estado del Bienestar, y no va a tener más remedio que hacer lo propio con las Pensiones –el sistema no puede asumir un crecimiento anual del 5% de este rubro- y el Seguro de Desempleo. Hablar de combatir el fraude en el cobro del subsidio, vieja aspiración de todo Gobierno que se precie, es un brindis al sol en un país de Buscones y Lazarillos. Es necesario hacer algo más. Las cantidades cobradas en España por el desempleado durante el primer año son tan altas en porcentaje al salario percibido que, al contrario de lo que ocurre en casi toda la UE, el parado solo tiene interés en buscar empleo hacia el final de la prestación. No se trata de acortar el tiempo de cobertura del seguro, cosa que podría llegar a ser inevitable; se trata de incentivar la búsqueda de empleo, a cambio de aumentar dicha cobertura a quienes la hayan perdido.

Los predicadores del desastre que viene pretenden que la señora Merkel tire de chequera y pague otra ronda.

No por reiterativo deja de ser ocioso recordar que cuanto más tarde el Gobierno Rajoy, que ha perdido ya unos meses preciosos, en hacer el trabajo para el que la mayoría de españoles le votó, más difícil y socialmente costoso le resultará intentarlo. La movilización de la izquierda responsable del desastre es ya una evidencia. La multiplicación de señuelos, un dato empírico. Las dos últimas falacias que se abren camino a marchas forzadas apuntan, primero, a que los alemanes tienen que pagar la deuda española en tanto en cuanto mercado cautivo que somos, susceptible de seguir comprando sus coches de lujo y demás excedentes productivos, y, segundo, que las CCAA no son en absoluto responsables del desbarajuste del Estado central. Lo que este argumentario pone de manifiesto es que, en las peores circunstancias imaginables, las que en este momento vive un país en franca bancarrota, amplias capas de la población española –y gran parte de su clase política- se niegan en redondo a reconocer que hemos vivido muy por encima de la riqueza generada por nuestra economía y, en consecuencia, rechazan la necesidad de ajustar nuestro nivel de vida colectivo.

En el fondo, lo que los predicadores del desastre que viene por culpa del ajuste pretenden es que la señora Merkel tire de chequera y se pague otra ronda, para que los manirrotos españolitos puedan seguir haciendo autopistas sin coches, aeropuertos sin aviones, universidades sin alumnos, museos sin cuadros, televisiones públicas sin sentido, y dinero a espuertas con el que colocar a familiares y amigos, y corromper a todo hijo de vecino. Los más finos economistas de entre la progresía patria, crecidos por la presumible victoria de François Hollande en Francia, argumentan que el ajuste a palo seco no tiene sentido si no va acompañado por medidas de estímulo al crecimiento. Los marxistas, por su parte, van más al bulto. He aquí un párrafo salido del magín de dos llamados profesores: “Digámoslo claramente: bajo la apariencia de una discusión técnica se está librando una auténtica batalla por la redistribución de la riqueza y el control de los resortes de poder. Y hasta ahora se está imponiendo un proyecto bien definido que se sustenta […] en la desregulación de los mercados de trabajo y en el desmantelamiento de los Estados de bienestar, desviando masivamente recursos hacia el sector privado, privatizando parcelas sociales y convirtiéndolas en negocio”.

No hay un duro ni nadie que nos lo quiera prestar

Se supone que la receta de estos expertos para estimular el crecimiento pasaría por poner en marcha nuevos “Planes E” al estilo Zapatero, es decir, por darle hilo a la cometa del gasto público. Eximio representante de la causa proletaria en España es Juan Luis Cebrián, consejero delegado de Prisa, el grupo expendedor durante décadas de ideología de izquierda, que el año pasado “se concedió” 14 millones de euros en forma de salario y bonus, mientras terminaba de hundir una empresa que ahora se apresta a despedir a centenares de periodistas. El problema de estos apóstoles de “lo social”, tan callados durante la era ZP, tan revueltos, tan estéticamente indignados ahora con los recortes de Rajoy, es que en las arcas del Estado no hay un duro y, lo que es peor, no hay nadie dispuesto a prestárnoslo en el ancho mundo.

Al final, Angela Merkel es la excusa, si me apuran, que puede permitirnos eliminar toda esa “grasa” que el Estado ha ido acumulando en forma de rigideces, ineficiencias y gasto disparatado y superfluo. El diktat de la frau Merkel es quizá la última oportunidad que tenemos los españoles de dotarnos de un país más eficiente, más racional, menos corrupto, más seguro de su futuro. El debate del crecimiento, tan oportuno siempre, es ahora mismo irrelevante en tanto en cuanto estamos obligados a alcanzar un déficit público del 5,3 a finales de este año, lo que indefectiblemente nos aboca a tener que usar el bisturí con el gasto social. Vale la pena enfatizar la importancia de que el señor Rajoy –obligado a hacer pasar por el aro de la austeridad a las CCAA, empezando por las que controla su propio partido-, sepa cumplir con su deber en esta hora crucial: si hace usted lo que tiene que hacer, probablemente los españoles le sacarán del poder dentro de cuatro años si no antes, pero, en tal caso, la Historia y los ciudadanos honrados sabrán agradecer su gesto de gallardía. Si no lo hace, si por cobardía usted acula en tablas como los toros mansos, le sacarán igualmente a gorrazos, aunque seguramente no serán españoles quienes lo hagan y, en todo caso, se verá usted obligado a irse a su casa sin honra y sin barcos.   

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.