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Editorial

El fracaso de una huelga general a destiempo

Vista de la manifestación contra la reforma laboral convocada por CCOO y UGT en La Coruña

Los rostros arrobados de Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo compareciendo ante los periodistas mediada la jornada de huelga general de ayer eran todo un poema. Sus expresiones ensayadas ante el espejo durante horas, quién sabe si durante días, apenas resistieron el embate de las cámaras. Y no es de extrañar porque su convocatoria de huelga general para el 29 de marzo fue ya en su momento una decisión forzada, básicamente política y más que nada obligada por las circunstancias. Una decisión tomada sin ánimo y carente de objetivos claros y definidos. Una apuesta que hay que entender como una huida hacia delante, como un intento de detener el desmoronamiento completo, la pérdida masiva de poder político de eso que en España se hace llamar la izquierda.

Así que, ya metidos en harina, para no dejar fisura alguna por la cual la verdad atronara –verdad que no es otra que un nuevo fracaso de los dos grandes sindicatos–, el bueno de Cándido, por momentos con un hilo de voz, arrancaba su declaración de ayer afirmando de manera categórica que la convocatoria estaba siendo un éxito absoluto, y que la inmensa mayoría de los trabajadores se había sumado con entusiasmo a la marea roja de pancartas y banderines de plástico que discurría por las calles ante los indiferentes ciudadanos, que claramente andaban a lo suyo. No hubo tal triunfo ni nada que se le parezca, ni aun  recurriendo a los habituales piquetes informativos que, como es costumbre, disuaden a los ciudadanos despistados de acudir a su trabajo mediante gritos, insultos, empujones, y barricadas. Esta vez la abundancia de efectivos de las fuerzas del orden, destacados en los lugares clave, ha evitado que la eficacia informativa de estos grupos fuera la que se esperaba de ellos.

Pese a todo, se mantendrá la impostura del éxito a toda costa porque la cuestión fundamental es que el Presidente se atenga a razones, se reúna con los dos sindicalistas y, en conveniente francachela, elimine de un plumazo algunos incómodos párrafos de la Reforma Laboral, dejando las cosas, en lo que importa, como han estado los últimos años, con los Cándidos y Toxos ejerciendo de oficio la Vicepresidencia segunda del Gobierno. Y es que ningún Presidente, y menos aún si es de derechas, puede dejar al margen de los bancos azules a estos intrépidos sindicalistas, tan acostumbrados a confraternizar con el poder, a cenar en la Moncloa o a alternar con quienes ordenan y mandan en España.

De fondo, y como prueba del fracaso y de la debilidad de los antaño poderosos sindicatos, los dos líderes obreros  han dejado sobre la mesa una sutil amenaza, quizá un farol: si Don Mariano no se atiene a razones, prometen echarse al monte e ir de la mano de esa izquierda extrema, la misma que frente al riesgo cierto de quiebra del Estado y frente a eso que llaman “la dictadura de los mercados”, se planta bizarra y ofrece su particular antídoto: marxismo a palo seco. El mismo brebaje de elevada graduación que los piqueteros del Norte, mucho más aguerridos y brutos que nuestros aburguesados Cándido y Toxo, hicieron beber ayer a los ciudadanos del País Vasco.

Toda una pantomima la de esta huelga preventiva, huelga a destiempo que se convocó más para ayudar a las famélicas huestes socialistas tras el batacazo del 20-N que para censuras y/o tumbar una reforma laboral que se antoja imprescindible si queremos acabar de una vez con la lacra de las escandalosas cifras de paro que padecemos. El hecho mismo de que esta jornada de protesta se haya convocado la víspera de la presentación en sociedad de unos PGE que se antojan trascendentales para el inmediato futuro, habla por sí solo del sinsentido de la maniobra. España está, en efecto, en situación límite, y bromas a destiempo como la de ayer solo contribuyen a empeorarla. Este país no está para rancios juegos de poder de aristócratas sindicales, a quienes la inmensa mayoría de los trabajadores da la espalda. El ajuste que se avecina, aún con un Rajoy en las antípodas de la política de mano dura, no deja ningún margen para aventuras, negociaciones ni compadreos. El que se eche al monte será por su cuenta y riesgo, y a lo mejor allí se queda.

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