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Editorial

Estados Unidos y el mundo que viene

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Tan pronto como se constataba la derrota de Hillary Clinton, la presidenta del Frente Nacional, Marie Le pen, felicitaba a Donad Trump por su victoria. Felicitación que su jefe de estrategia, Florian Philippot, rubricaba con una frase intencionadamente inquietante: “Su mundo se desmorona. El nuestro se está construyendo.” 

Sin embargo, Philippot se equivoca. No es su mundo lo que parece desmoronarse sino una forma de hacer y entender la política que ha proliferado en las democracias occidentales. Es decir, lo que está en crisis es la forma de entender las sociedades, administrarlas y proyectarlas desde el poder. Y más concretamente esa praxis prepotente, extremadamente compleja, enrevesada, tan llena de zonas de sombra que resulta inaccesible para el ciudadano común.

Asistimos a una "reactancia social" contra la corrección política para la que no hay una explicación sencilla. Un fenómeno donde se entremezclan razones y sentimientos, bastantes de ellos contradictorios entre sí

En consecuencia, asistimos a una reactancia social contra la corrección política para la que no hay una explicación sencilla. Un fenómeno donde se entremezclan razones y sentimientos, bastantes de ellos contradictorios entre sí, algunos poco recomendables pero otros más legítimos de lo que pudiera parecer. En cualquier caso, hay demasiadas incógnitas que las estadísticas agregadas de los expertos han pasado por alto. Quizá, porque en su obcecación por conjurar el peligro los politólogos han cometido el mismo error imputable a ese populismo que tanto detestan: la simplificación. Tal vez se explique así porqué han errado de forma tan estrepitosa en sus pronósticos. Después de todo, es más que evidente que quienes han llevado a Trump a la Casa Blanca no han sido sólo varones blancos analfabetos.

El hartazgo de la política 

Cuando la política deja de ser comprensible para el ciudadano común y se convierte en una actividad arbitraria, donde hasta la forma en que las personas se desplazan para ir a su trabajo, lo que comen o beben, si tienen hijos o no y, de tenerlos, cómo deben educarlos, sus preferencias sexuales, creencias religiosas, filias y fobias, convicciones íntimas, cuánto de lo que ganan debe ir a parar a manos del Estado, incluso cómo y qué deben pensar, cómo y qué pueden expresar en público… cuando todas estas cosas, decíamos, se convierten en asuntos al albur de especialistas y activistas, de políticos y grupos de intereses, crece ese resentimiento que los nuevos predicadores utilizan como palanca para alcanzar el poder.

No todos los factores que intervienen en esta reacción social son aceptables ni racionales; menos aún edificantes. También hay un lado tenebroso, una peligrosa intransigencia e intolerancia; en definitiva, cierta pulsión totalitaria

Lo hemos advertido en este diario: la política entendida como una actividad compleja, desesperantemente intrusiva y reservada a especialistas, se nos ha ido de las manos. Lo cierto es que llevamos demasiado tiempo soportando una creciente inflación de directrices políticas. Toda una industria que cada vez demanda más y más recursos, más y más mano de obra, en detrimento de la evolución equilibrada y espontánea de la sociedad. Ante esto, lo que las personas parecen estar demandando es su propio calendario, su derecho a resistirse a un mundo tan oscuramente administrado. Incluso, por qué no, el derecho a equivocarse aun a pesar de tantas y tan sabias “recomendaciones” como reciben de la Administración.

El lado oscuro de la reacción 

Sin embargo, no todos los factores que intervienen en esta reacción social son aceptables ni racionales; menos aún recomendables. También hay un lado tenebroso, una peligrosa intransigencia e intolerancia; en definitiva, cierta pulsión totalitaria. Lo advirtió Hannah Arendt, a propósito del comportamiento de los individuos que, habitualmente desentendidos de la política, de pronto se sumen en una masa reactiva

"Fue característico del auge del movimiento nazi en Alemania y del de los movimientos comunistas en Europa el hecho de que reclutaran a sus miembros en [una] masa de personas a quienes todos los demás partidos habían renunciado por considerarlas demasiado estúpidas para merecer su atención […] Esto permitía la introducción de métodos enteramente nuevos en la propaganda política y la indiferencia a los argumentos de los adversarios; estos movimientos no sólo se situaban ellos mismos al margen y contra el sistema de partidos, sino que hallaban unos seguidores a los que jamás habían llegado los partidos y que nunca habían sido «echados a perder» por el sistema. Por eso no necesitaban refutar los argumentos opuestos, y, consecuentemente, preferían los métodos que difundían el terror más que la convicción."

El mundo no se está desmoronando. Ocurre que las sociedades se están manifestando tal y como son en realidad

Pase lo que pase, de lo que no hay duda es que el tal Philippot se equivoca. El mundo no se está desmoronando. Ocurre que las sociedades se están manifestando tal y como son en realidad, con sus convicciones, recelos, resistencias y carencias, pero siempre fieles a su propio coeficiente de elasticidad. Mejor será aceptar esta realidad y rectificar, que perseverar en el error. De lo contrario, los aprendices de brujo podrían aprovechar el desconcierto para conducirnos a un mundo bastante peor que el que hoy denostamos.

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