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Editorial

El PSOE como epítome de un régimen que termina

El expresidente del Gobierno, Felipe González

Al final el tapón saltó, el primero de dos. Pedro Sánchez, a pesar de su resistencia numantina, del filibusterismo desplegado en el comité federal, con el que ha alargado innecesariamente una muerte anunciada, no ha podido torcer el pulso de los barones socialistas amotinados, que, ahora, habrán de gestionar una herencia envenenada y ver la manera, si ello es aún posible, de recomponer un PSOE, más que roto, hecho añicos.

Sánchez ha pagado por sus muchos errores, no por su impostada pureza ideológica

Por más que el dimitido secretario general planteara la jornada de ayer de tal suerte que pareciera que se iba a dirimir si el PSOE se entregaba al PP o enarbolaba la bandera de la verdadera izquierda, lo cierto es que Sánchez ha pagado por sus muchos errores y su incompetencia, no por su impostada pureza ideológica. Incapaz de recomponer a un partido ya partido en dos por su antecesor, José Luir Rodríguez Zapatero, ha ido de derrota en derrota electoral hasta la dimisión final. Tal ha sido su falta de reflejos, su nula habilidad política que, para conservar algún poder, ha terminado por suplicar a sus íntimos enemigos; aquellos que aspiran a canibalizar al Partido Socialista para, en un futuro, asaltar los cielos.

Pedro Sánchez no es un mártir de la izquierda, ni mucho menos: es víctima de su propia mediocridad. Una mediocridad que, de manera muy burda, ha intentado travestir a última hora de pureza ideológica, olvidando convenientemente que pocos meses antes había firmado un acuerdo de investidura con Ciudadanos, partido al que en esa izquierda pura tachan de “marca blanca del PP”, u ocultando que, para salir del atolladero en el que él solo se había metido, no tenía ningún reparo en pactar con los nacionalistas catalanes, devenidos hoy en secesionistas, que, como es sabido, son gente de bien, ajena a la corrupción que exuda España, no como el malvado Mariano.  

Con todo, lo peor es que la mediocridad de Pedro Sánchez no es la excepción sino la norma. El fondo de armario del PSOE no incita ni mucho menos al optimismo. Con unos cuadros dirigentes tanto o más mediocres que el dimisionario, no parece que el futuro vaya a ser mejor que el sonrojante presente socialista. Sin ir más lejos, el espectáculo ofrecido ayer por la crème de la crème de sus cuadros dirigentes, con instantes verdaderamente apoteósicos, donde la crispación de los presentes a punto estuvo en degenerar en algarada general, no se corresponde, o no debería, con lo que cabe esperar de una formación política que ha gobernado durante más de dos décadas un país que, hoy por hoy, es la decimosegunda potencia económica mundial. Espectáculo que no es ya síntoma de un partido roto, hecho añicos, sino prueba bochornosa del bajísimo nivel de sus cuadros dirigentes y de buena parte de la tropa que aspira a sucederles.

Tiene su lógica que un modelo nacido para ser controlado por partidos construidos de arriba abajo, terminara siendo dinamitado por los excesos de los propios partidos

Pase lo que pase ahora, y sea cual fuere la hoja de ruta que alcancen a pergeñar los que quedan en el puente demando del pecio llamado PSOE, es evidente que el monumental lío no se va a arreglar en dos días, ni siquiera en dos años, de hecho, puede no tener remedio. Así pues, el único partido con implantación nacional que queda aparentemente entero es el PP, unido, claro está, por el pegamento del poder. Todas la demás formaciones del mapa político español, exceptuando un Ciudadanos muy desdibujado, o bien son partidos-movimiento, como Podemos y sus mareas, o bien son nacionalistas o bien son agrupaciones para gobernar a lo sumo una polis, como sucede con Ada Colau en Barcelona. Asistimos pues a una atomización del mapa político que, en cierta manera, se corresponde con la lenta pero inexorable pulverización del sistema institucional surgido en 1978. Desde esta perspectiva, el PSOE no es más que otro pilar fundamental en el equilibrio de ese modelo que se viene abajo. Queda pues el PP de Mariano como garante del Estado, lo cual vistos y conocidos sus méritos no resulta demasiado reconfortante.

Tiene su lógica que un modelo nacido para ser controlado por partidos construidos de arriba abajo, terminara siendo dinamitado por los excesos de los propios partidos. De hecho, diríase que, a día de hoy, los partidos no son la solución sino el problema. Y el PSOE es prueba de ello. Esa explicación romántica que venden los derrotados y sus simpatizantes, según la cual el PSOE ha terminado rompiéndose al traicionar la pureza de la izquierda, es falso. El PSOE ha saltado por los aires porque hace demasiado tiempo que es una organización refractaria al talento, al mérito… y al altruismo; un partido cerrado, endogámico y destinado al medro, en el que cada cual se sirve a sí mismo y donde, una vez cogido el sitio, nadie se mueve del asiento. Al fin y al cabo, Pedro Sánchez no cayó del cielo; como Zapatero, vino impuesto por quienes manejan los hilos.

Sin embargo, en el PP en vez de salivar ante una investidura a priori mucho más cercana, deberían tomar buena nota y escarmentar en cabeza ajena. Si hoy ha saltado por los aires un PSOE que durante décadas ha ostentado un poder extraordinario, cualquier cosa es ya posible, incluso que el PP siga sus pasos. Así que tomen nota, porque esto no es el final, ni siquiera es el principio del final, pero sí tal vez, el final del principio.

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