Quantcast

Editorial

A vueltas con la corrupción y nadie pide perdón

Apelamos a los dos partidos dinásticos, PP y PSOE, como máximos responsables del estado de corrupción en que se encuentra España

A vueltas con el drama de la corrupción, ese auténtico cáncer que corroe las entrañas del Estado y que, a juzgar por el comportamiento de quienes dirigen los dos grandes partidos, PP y PSOE, responsables de la podredumbre acumulada a lo largo de décadas, parece llamado a quedarse entre nosotros durante mucho tiempo. Las noticias del lunes sobre la presunta malversación de caudales públicos en las obras del AVE a Barcelona suponen un nuevo giro a la noria que sigue recargando sus cangilones en el pozo, al parecer insondable, de las corrupciones y de los abusos. Sabemos que los tiempos electorales son propicios para que los partidos remuevan la ciénaga y lancen paletadas de barro a sus adversarios, pero ello no es óbice para seguir insistiendo en la realidad de esa ciénaga que, vivita y coleando, reclama ser saneada de una vez por todas, al tiempo que espera una petición expresa de perdón de quienes, desde el poder público, han consentido, cuando no participado, en los graves desafueros causados. Es lo primero que merecen esos españoles a los que ahora se pide el voto desde las pantallas de televisión con argumentos fatuos e inanes, y cuya indignación se trata de aplacar blandiendo, como de costumbre, el manoseado “respeto a la acción de la Justicia”. Resulta que, como todo está sub iudice, no es procedente abordarlo. En estos o parecidos términos se expresó recientemente en rueda de prensa la vicepresidenta del Gobierno a propósito del dinero negro y su partido. ¡Huelga decir que estamos en absoluto desacuerdo! Lo menos que podemos exigir a populares y socialistas es que hagan su particular camino a Canossa, con independencia de lo que en su día resuelvan los tribunales.

Hasta el Fiscal General del Estado confesaba recientemente su impotencia ante el fenómeno, lo que habría sido un terremoto en cualquier país civilizado

La dureza de los años de la crisis se ha visto agravada con la evidencia de las mil y una corrupciones que se han llevado por delante la moral pública, poniendo al Estado en un nivel de decrepitud que hace temer por su suerte. Desde la Corona hacia abajo no ha quedado títere con cabeza. No hay contrato, licitación u obra pública donde no se esconda el gazapo del trinque. Todo lo que se toca está manchado. El hedor resulta ya insoportable y es casi imposible imaginar siquiera algún hombre justo y honrado en el entramado institucional, partidario o sindical, español, convertido el país en una especie de Sodoma contemporánea sin parangón en nuestra historia reciente. En absoluto sirve como disculpa apelar al socorrido "en todas partes cueces habas" con el que algunos, poniendo como ejemplo las corrupciones foráneas, intentan relativizar la insoportable realidad de un país dispuesto a robar sin sonrojarse. Lo grave de España, con todo, es que aquí al propósito de enmienda ni está ni se le espera. Una prueba irrefutable de la liviandad y escasa calidad de la democracia española. Hasta el Fiscal General del Estado, que ya es decir, confesaba recientemente su impotencia ante el fenómeno, una confesión que habría supuesto un terremoto político e institucional en cualquier país civilizado y que aquí se zanjó con algún titular de periódico y un general encogimiento de hombros.

Ser consecuentes con el voto

El cinismo al respecto de los dirigentes políticos va haciendo mella en el cuerpo social, que es algo mucho más trascendente que el censo electoral. El olvido de los valores que cohesionan una sociedad y le dan fuerza para superar los desafíos y sinsabores colectivos, tiene a medio y largo plazo consecuencias letales que van más allá de las preferencias por un partido u otro para embocar directamente en la capacidad para vivir en sociedad con un horizonte colectivo de futuro. Porque no hay futuro colectivo allí donde la gente se conforma con el "mal menor", pues resignadamente acepta como imposible buscar el bien, cumplir la ley, no corromperse. Que es, por cierto, la clase de discurso que se va imponiendo, cuyos frutos no serán otros que el ahondamiento en la mediocridad de lo público y el sálvese quien pueda de lo privado. Como resulta fácil entender, con esas alforjas no se puede salir del pantano en el que se nos ha sumergido con los oropeles del dinero fácil y especulativo y la perversión de la democracia y el buen gobierno.

Nuestro sentido liberal, que no libertario, nos obliga a repetir el discurso de la restauración moral del Estado, empezando por las organizaciones y personas que lo gobiernan. Esa y no otra es la razón de que apelemos a los dos partidos dinásticos, PP y PSOE, como máximos responsables del estado de corrupción en que se encuentra España. De momento, sería muy de agradecer que pidieran perdón y dejaran de utilizar a la maltrecha Justicia como burladero para eludir sus responsabilidades. Llega el momento de empezar a pasar factura. No hay en esta España zarandeada por mil problemas asunto más grave y trascendente de cara al futuro que combatir y acabar con la corrupción. Europa puede esperarnos sentada; la corrupción, no. Seamos consecuentes con nuestro voto el próximo día 25.   

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.